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martes, junio 18, 2019

Los prisioneros franceses de la isla de Cabrera: parte tercera


La organización de los cautivos
La organización del orden y funcionamiento del asentamiento no fue única ni estable durante todo el cautiverio, ya que en los cinco años que duró el encierro las circunstancias fueron cambiando. Podemos distinguir los siguientes periodos:
  1. Desde la llegada de los prisioneros de Cádiz, a principios de mayo de 1809, hasta la salida de los oficiales para Palma y Mahón, a finales de junio de 1809.
  2. Comprende desde finales de junio de 1809 hasta el regreso de los oficiales el 15 de marzo de 1810.
  3. Desde el reingreso de oficiales en marzo de 1810, hasta su embarque para Inglaterra, junto con sargentos y asistentes, el 29 de julio de 1810.
  4. Abarca el periodo que va desde julio de 1810 hasta mediados de 1811, con la entrada entre febrero y junio de más de 500 prisioneros desde Tarragona.  
  5. Transcurre desde julio de 1811 hasta octubre de 1812, con la llegada continuada de nuevos prisioneros desde Alicante, Vinaroz, Arenys y Vilanova, con más 2.350 soldados, de ellos 1.800 en el primer trimestre de 1812.
  6. Desde octubre de 1812 hasta diciembre de 1813, con el fin del internamiento de nuevos prisioneros.
  7. Desde finales de 1813, hasta la evacuación de todos los confinados a Francia, entre el 16 y el 29 de mayo de 1814.
Distribución de los prisioneros en Cabrera
(Grabado del libro Un Tour en Espagne, de Josep Quantin, 1820.
 El mapa es atribuido a Louis François Gille)
Tras la confusión de los primeros días y sobre todo, tras el desorden del primer reparto de víveres, los prisioneros son conscientes de la necesidad de organizar un sistema disciplinado de administración y control, con una autoridad respetada por todos. Se encarga a los oficiales más antiguos de cada cuerpo la misión de redactar un proyecto de reglamento  y al día siguiente, los capitanes comandantes en número de 21 formarán la primera autoridad, el llamado Grand Conseil. Para hacer operativo el sistema, el poder ejecutivo lo desempeñará una comisión de cinco miembros, elegidos entre los componentes del Gran Consejo, el llamado Petit Conseil o consejo de administración.
El pequeño consejo fue inmediatamente encargado de redactar un proyecto de código apropiado a las circunstancias. En seguida se nombraron tres oficiales para recibir los víveres y supervisar la distribución. Igualmente se eligieron dos cantineros y un almacenero para tomar nota de las provisiones que los españoles debían proveer primeramente. El cuerpo de oficiales envió en su nombre, y en el de suboficiales y soldados, un capitán por regimiento ante el gran consejo, para anunciar su plena adhesión al acta de salvación común.
(De Mémoires d'un officier français prisonnier en Espagne, C de Mery (Joseph Carrère Vental)1823.
En días siguientes aprueban un código o normas a seguir, en las que entre otras cuestiones se dice que el pequeño consejo será el encargado de la ejecución de las órdenes del gran consejo, de la correspondencia con el gobierno español en Palma, del buen orden y de la policía interior de la isla de Cabrera. Convocará el gran consejo todas las veces que el caso lo exija, nombrará a todos los empleos subalternos, y nadie podrá rehusar el empleo para el que haya sido designado.

Nombran un jefe militar así como un inspector de policía encargado de la ejecución  de las órdenes generales y de la vigilancia del lugar destinado a los enfermos u hospital. Todos los días, un oficial y cuarenta hombres deberían estar disponibles para velar por la tranquilidad y seguridad de la colonia. Este modelo de administración no fue muy duradero, y tras la marcha de los oficiales, quedó el germen del Petit Conseil como órgano efectivo de administración de la comunidad, con los suboficiales y dos oficiales que no habían embarcado al frente del mismo.

Al llegar a Cabrera y dado que en teoría, los prisioneros todavía estaban en cuarentena, y también porque podrían aprovechar la cercanía de las barcas para intentar fugarse, se les prohíbe bajo pena de muerte, acercarse a las embarcaciones que traen los víveres, por lo que debían quedar a cierta distancia en la orilla, y elegir a los prisioneros encargados de la recogida de las provisiones.

Tras los primeros meses de incertidumbre, ante la certeza de que su estancia en la isla podía alargarse, y para hacer frente a las inclemencias del tiempo, se organizan para construir refugios más sólidos y habitables, utilizando piedras junto con la madera de los pinos existentes en la isla. También aprovecharán los restos de un antiguo monasterio bizantino y ocuparán las ruinas de una factoría de salazones de época tardo romana.

Algunas barracas servirán de cantinas, al frente de las cuales estarán algunas de las mujeres que acompañaban a los franceses. A la zona donde se ubican las construcciones más sólidas, le llaman Palais Royal. Los prisioneros aprovechan las dotes de enfatizar de las cantineras para conseguir que los españoles les provean de vino, negocio lucrativo que hace que éstas y sus proveedores obtengan sustanciosos beneficios, cobrando precios abusivos. El Petit Conseil escribe al proveedor de víveres para que junto con las provisiones, transporte algunos toneles de vino a un precio previamente tasado y poder así, moderar el exorbitante beneficio de las cantineras y sus patrocinadores.

Soldados napoleónicos de descanso con joven cantinera.
 Andrei Moreau (1843-1906)
Junto con los prisioneros de Cabrera convivían algunas mujeres e incluso niños. Las mujeres de Cabrera serían esposas o compañeras de algunos militares prisioneros. Por las referencias que de ellas hacen algunos relatos, atenderían "las cantinas" instaladas en la isla, con la colaboración de los soldados españoles encargados de la vigilancia de los cautivos.
Joseph Quantin en su libro    Un Tour en Espagne, de 1807 a 1809 ou Mémoires d’un soldat fait prisonnier a la bataille de Baylen, publicado en 1820 y reeditado con otro título en 1823, escribe de que "Estaban aproximadamente en la proporción de una por cada doscientos hombres. ...y que podían atravesar impunemente a cualquier hora los rincones más desiertos de la isla sin la menor inquietud".

No todos los prisioneros siguieron la disciplina del campamento y como ocurre entre los grupos numerosos de personas, se dieron todo tipo de comportamientos. Una parte de los hombres se enclaustraron en una de las cavernas más grandes, de la que únicamente salían y por turnos para recoger los víveres. Son los que algunos de los autores llamaron "tártaros" y otros denominaron "rafalés".

El cura Damià Estelrich
Una de las primeras peticiones que los oficiales hacen a la Junta de Palma, es el de disponer de servicios religiosos, por lo que tras discurrir dos meses desde el primer desembarco, el 18 de julio de 1809, recala en Cabrera el sacerdote Damià Estelrich, que se había ofrecido voluntario y tenía conocimientos de la lengua francesa.

La mayoría de los autores franceses que escribieron sobre los hechos de Cabrera, no tratan muy bien al clérigo, si bien el primer autor de un relato creíble sobre el confinamiento, el ayudante de cirujano A.J. Thillaye dice en su disertación lo siguiente:
El consejo de administración había observado, desde el comienzo, que un intermediario entre ellos y las autoridades españolas podría ser una gran ventaja para obtener los objetos de primera necesidad; también había hecho la petición de un clérigo en cuyo seno los prisioneros pudieran encontrar algunos consuelos. No fue hasta después de dos meses que un venerable eclesiástico, el señor Damián Estelrich, accedió a venir y compartir nuestra esclavitud. Esta medida tuvo los resultados más felices; restableció la confianza por un lado, y por el otro aseguró el éxito de varias solicitudes que fueron enviadas a la Junta de Palma. Pero nunca se pudo conseguir que se establecieran almacenes que pudieran asegurarnos las subsistencias, en el caso de que el mal tiempo impidiera que los barcos se echasen a la mar. A pesar de toda su buena voluntad, la Junta Directiva no pudo conseguir el servicio más grande.
El capellán Estelrich se aloja en el ruinoso castillo, carente de mobiliario y de lo más esencial para el desempeño de su labor. Su ejercicio religioso no tendrá un seguimiento considerable, pero para los prisioneros, el sacerdote será un puente imprescindible entre ellos y la Junta de Palma, al convertirse en mensajero y presionar a la Junta, con algunas de las peticiones del consejo de administración creado por los presos.
El cura Estelrich. De fondo el Castillo de Cabrera
(Foto base y dibujo:  Gom)

Además de sus funciones como capellán, también hará las veces de médico e intentará, proporcionando semillas y algunos útiles, que los cautivos cultiven algunas hortalizas y legumbres para su sustento, fundamentalmente coles. Una de las iniciativas del clérigo, que fue objeto de mayor escarnio por parte de los autores de memorias franceses, fue la de cultivar algodón. Pretendía con ello, que los confinados medio desnudos y vestidos con harapos, pudieran hilar, tejer y confeccionar sus propias vestimentas, con el algodón cosechado.   

En el libro, Mémoires d'un Conscrit de 1808 de *Philippe Gille figura esta breve descripción del sacerdote:
El señor  Damian Estebric (sic) era un hombre de entre cuarenta y cinco y cincuenta años, de pequeña estatura. Su fisonomía no era agradable, el disimulo se leía en sus facciones.
Por su facilidad de expresarse en francés, uno se sentía tentado a creerle uno de esos hombres que las turbulencias de nuestra revolución habían obligado a buscar refugio en el extranjero.   
 *Philippe Gille(1831-1901), dramaturgo, escritor y periodista, era hijo de Louis François Gille(1788-1863), que estuvo como prisionero en Cabrera desde el principio y que, según su descendiente, escribió un diario en el que plasmó sus vivencias en la isla. El hecho de que las memorias vieran la luz tan tarde (1892), se debió a que el escritor leyó el contenido del diario al cabo de varios años desde la muerte de su antepasado..
El nombre de L.F. Gille aparece en las memorias de otros autores y de su estancia en Cabrera, da prueba el mapa de la isla que elaboró durante su estancia, con la situación de elementos del cautiverio, y que se incluyó en la primera edición del libro de Joseph Quantin de 1820 "Un Tour en Espagne, de 1807 à 1809", así como en  libros de otros autores.
Las memorias de Louis François Gille, se publicaron en 1892 bajo el título de "Les prisonniers de Cabrera -Mémoires d'un Conscrit de 1808", con la reseña de: "Recogidas y publicadas por Philippe Gille" y dado el éxito obtenido, tuvo tres ediciones el mismo año. 
      
No hay duda sobre el importante papel desempeñado por el sacerdote durante el cautiverio, y el protagonismo del mismo. Como dato curioso, incluyo un fragmento de la proclama en verso, utilizando un mallorquín peculiar, que el clérigo publica en el Diario de Mallorca de 12 de octubre de 1811 y que firma como doctor.
                                                      ...
Primer me fere matar
En guerra, ó caure de fam;
Que veurer lo que mes am
Per iniquos ultretjar.
Jo me ocupo mentrestants,
A pregar Deu que mos ajud;
Prompte á fer lo meu degut:
Feu tots axi mos germans.
De esta Proclama que escrich
Un bon effecte se espera
Setembre trenta, Cabrera.
 Doctor Damia Estelrich. (sic)

Las hambrunas y sed
La escasez de agua fue un gran problema desde el inicio del cautiverio y causa de sufrimientos mayores que la falta de alimentos. La isla contaba con algunos manantiales, si bien de escaso caudal y en verano únicamente se mantenía uno con agua, lo que obligó a establecer un orden y turnos para el acopio del preciado líquido. Pese a las peticiones de ayuda a las autoridades, por parte de los oficiales, pidiendo alimentos, agua, medicamentos y herramientas, estos socorros tardarán en llegar. En relación con  el agua, la Junta les responde que no han buscado lo suficiente bien en la isla. Los soldados localizan unos antiguos pozos cegados, que limpian de escombros, aunque el agua resultante es escasa y de mala calidad. La desesperación por obtener agua potable, hará que intenten filtrar el agua del mar.
Venero de la fuente de Cabrera
(Composición foto base y dibujo)

Con la llegada del estío, la única fuente permanente reduce su caudal y la sed se hace insoportable. Por fin, la Junta superior de Mallorca, acuerda en acta del 31 de julio de 1809, encargar al proveedor de provisiones, Nicolás Palmer, el suministro de barriles de agua. No se sabe cuantos viajes con el preciado líquido llegaron a la isla, aunque posiblemente no serían más de dos, ya que fueron suspendidos tras el exitoso asalto a la embarcación que hicieron algunos marinos de la guardia para escapar de la isla.  

Aunque el Petit Conseil había nombrado las personas para recibir las provisiones y custodiarlas, en caso de retrasos por la mala mar, no faltaron los disturbios y así, a los pocos días de su desembarco en la isla, a finales de mayo de 1809, se amotinaron más de dos mil soldados que asaltaron y desvalijaron la barcaza que servía de precario almacén de víveres. Se detiene y castiga a los principales sediciosos, al frente de los cuales se encontraba el maestro de tambores de un regimiento de infantería. En esta rebelión de la clase de tropa, influiría la gran diferencia existente, en cantidad y calidad, con las raciones de víveres destinadas a los oficiales y las que recibían suboficiales y soldados.

Al principio del cautiverio, la frecuencia del suministro de víveres debía ser cada dos días, para convertirse en cada cuatro días posteriormente, pero los avituallamientos rara vez tenían la regularidad prevista. En numerosas ocasiones, desde Cabrera se transmitió a la Junta la necesidad de contar con un almacén donde poder acopiar las provisiones, en previsión de eventualidades que impidiesen zarpar a los proveedores.

Las hambrunas fueron una constante durante casi todo el cautiverio, pero no afectó por igual a todos los prisioneros. Entre los oficiales no tuvo las nefastas consecuencias que ocasionó entre la clase de tropa, porque además de disponer de un mayor y mejor suministro de provisiones, disponían de efectivo con el que podían adquirir productos al proveedor de víveres y a los soldados que les custodiaban. Por otra parte, hasta diciembre de 1809, el hambre no fue de lo peor, ya que los suministros de víveres tuvieron cierta regularidad y las raciones seguían siendo las mismas, pese a que el número de prisioneros había sufrido numerosas bajas. Había menos bocas que alimentar pero la cantidad de alimentos era la misma. Por otra parte, aunque la abrupta isla no ofrecía grandes recursos, si disponía de algunos, como la pesca, la captura de conejos, algunas cabras existentes, ratas, y varias plantas silvestres comestibles.   

Todo cambia a partir de diciembre de 1809, cuando se actualiza la relación de prisioneros y acontece el primer episodio importante de escasez de alimentos. En vísperas de la Navidad de 1809, la barca con los víveres se retrasa más días de los habituales y sobreviene una terrible hambruna, que ocasiona la muerte de numerosos confinados.

De nuevo, en febrero de 1810, y posiblemente como consecuencia del intento de fuga, habido el día 14 del mismo mes, en que un grupo de prisioneros intentó capturar el falucho de suministros, se produjo un retraso de 11 días que ocasionó estragos entre los cautivos. La desesperación por el hambre hizo que los soldados buscasen algo que comer como fuera, descubriendo una especie de planta bulbosa que crecía entre las grietas de las rocas, a la que por la forma del bulbo, llamaron pomme de terre de Cabrera, con la que hacían una especie de pasta que asaban sobre las ascuas, y comían como último recurso a pesar de su desagradable sabor acre. Esta planta bien podría tratarse de la cebolla albarrana (urginia marina), altamente tóxica y fue una causa más de las muertes. Por fin, el 1 de marzo,  después de 11 días de retraso, llegaron las ansiadas provisiones, provocando el delirio de los recluidos, algunos de los cuales morirán al comer las vituallas con impaciente ansiedad. Es en esta época cuando se vieron obligados a sacrificar a un sumiso asno, al que unos llamaban Robinson y otros Martín. Henri Ducor, autor del libro Aventures d'un marin de la Garde Impériale, publicado en 1833, hace una emotiva semblanza del desafortunado animal:
En la isla existía solo un cuadrúpedo, nuestro asno, una criatura buena y pacífica que servía a todos, y que, tratado como nosotros, recibía su sustento como nosotros.
Este querido Robinson, era nuestro niño mimado, ¡y qué civilizado era! Hacía duras tareas; pero era bien recompensado. Los soldados no descubrían una brizna de hierba, que no la recogieran para Robinson; así que tenía las orejas tiesas; sus crines peinadas, se habían vuelto brillantes, y ya no asustaba su delgadez; unos ayudaban a limpiarlo, otros le acariciaban con la mano. ¡Y qué sensible era a estas caricias! ¡Que inteligente era! ¡Que cariñoso, nuestro amigo Robinson! Al llamarle: de inmediato, por un movimiento de la cola, demostraba que había entendido. Si estaba de servicio, no se apartaba de su camino; de lo contrario, acercaba con calma su larga figura para recibir nuestros mimos. Siempre se le encontró de igual humor, como un filósofo. Era dócil, no tenía caprichos, nunca mordía, y todas sus patadas estaban limitadas a unos cuantos brincos para hacer reír: lo que nos complacía. "Robinson está alegre", decíamos; "¡mejor ! ¡Al menos hay alguien feliz en Cabrera! ". 
Varias fueron las circunstancias del desabastecimiento de los cautivos, pero la principal fue la falta de fondos de la Junta de Mallorca, imprescindibles para hacer frente a las enormes deudas que ocasionaba el encierro de tantas personas. No sólo se trataba de comprar los artículos, sino de pagar la logística asociada, tales como la recogida, y traslado hasta el embarcadero, así como el transporte hasta Cabrera. El contratista  inicial, encargado de tales menesteres, Nicolás Palmer, ante la falta de pago, amenazaba con cesar el servicio, hasta que no le abonasen las cantidades que había adelantado a proveedores, marineros y demás trabajadores. Por otra parte, la enorme cantidad de refugiados en Mallorca, había encarecido los productos, que a su vez escaseaban en la Península por los efectos de la contienda, complicando el abastecimiento incluso de los productos con las calidades más inferiores.
¡La barca del pan! ¡La barca!
(Grabado del libro de Henri Ducor,
 Aventures d'un marin de la Garde Impériales, edición 1858
Por si lo anterior no fuese suficiente, en los años 1811 y 1812 se añadió la escasez de cereales por la precaria cosecha, no solo en Mallorca, sino también en la Península y hubo un nuevo aumento de refugiados. Para mayor adversidad, los transportistas debían de sortear no sólo con los temporales o calmas de la mar, sino también con el riesgo de que algún corsario les capturase, como ocurrió en 1812, cuando un corsario argelino secuestró uno de los barcos con provisiones. 

 Sigue en la parte cuarta y última


Bibliografía:
-Archivo Histórico Nacional. Sección de Guerra. Traslado de prisioneros franceses a Baleares y Canarias. Código de Referencia: ES.28079.AHN/1.1.19//ESTADO,46,D
-Aventures d'un marin de la Garde Impériale. Henri Ducor. Ambroise Dupont Éditeur. 1833 Paris.
-Cabrera a través de la Cartografía. Juan Tous Meliá, 2017. ISNB:978-84-697-2728-7 
-Cabrera. La Junta Gubernativa de Mallorca y los prisioneros del ejército napoleónico. Miguel Benàssar Alomar. Palma de Mallorca: Ajuntament, 1988.
-Cabrera. Sucesos de su historia que tienen relación con la de Francia. Joaquín María Bovér. Imprenta de D. Felipe Guasp. Palma, 1847.
-Cinq ans de captivité à Cabrera ou Soirées d'un prisonnier d'Espagne. Abbé Turquet. Librairie de J. Lefort. Lille, Paris, 1867.
-Guerra de la Independencia. Historia Militar de España. De 1808 a 1814. Tomo II. D.José Gómez de Arteche y Moro. Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra. Madrid 1875.
-Dissertation topographique sur Cabréra, l'une des Iles Baléares. A.J. Thillaye. Imprimerie de Didot Jeune. Paris-1814.
-Évasion et enlévement de prisonniers français de l'île de Cabrera. Bernard Masson. Tipographie de Nicolas, Imprimeur-Éditeur. Marseille 1839.
-Le géneral Dupont. Tome deuxiéme. Lieutenant-Colonel Eug. Titeux. Prieur et Dubois et Cie, Imprimeurs-Éditeurs. Puteaux-Sur-Seine, 1903.
-Les adieux a l'île de Cabrera ou Retour en France. M. Wagré. Imprimerie de Cosson. Paris 1833.
-Mallorca durante la primera revolución (1808-1814). Miguel Santos Oliver. Imprenta de Amengual y Muntaner. Palma-1901. 
- Étude historique sur la Capitulation de Baylen. Campagne de 1808, en Andalousie. E. Saint-Maurice Cabany. Revue Génerale Biographique et Nécrologique. Paris-1846.
- Geôles et pontons d'Espagne: les prisonniers de guerre sous le Premier Empire: l'expédition et la captivité d'Andalousie. Théophile S. Geisendorf-des Gouttes. Les éditions Labor Genève - Nlles éditions latines, Paris, 1932.
-La guerre d'Espagne, (1807-1813). Tome III. Colonel A. Grasset. Editions Berger-Levrault. Paris 1932.
-Mémoires d'un conscrit de 1808. Philippe Gille. Victor-Havard, Éditeur. Paris, 1892.
-Mémoires d'un officier français prisonnier en Espagne. C de Mery ó M de Mery (seudónimo de Joseph Carrère Vental). Libraire Chez Auguste Boulland. Paris 1823.
-Rendición de la escuadra francesa de Rosily (14 de junio de 1808). Coronel de Infantería de Marina Miguel Aragón Fontenla. Revista General de Marina. Año 2008. Agosto-Septiembre.
-Précis des opérations militaires en Espagne, pendant les mois de Juin et Juillet 1808. Lieutenant-Géneral Comte De Vedel. Paris 1823.
-Represión de franceses en Mallorca (1808-1809). Miguel Ferrer Florez. Bolletí de la Societat Arqueològica Lul-liana.  ISSN 0212-7458, Nº. 53, 1997, págs. 185-220
-Un Tour en Espagne, de 1807 a 1809 ou Mémoires d’un soldat fait prisonnier a la bataille de Baylen. Tomes I-II.  Josep Quantin. Ed. J.Brianchon, Libraire. Paris 1820.

  • Prensa:
-Aurora Patriótica Mallorquina
-Diario de Mallorca
-Diario de Palma
-Diario Mercantil de Cádiz
-Le Figaro
-Semanario de Mallorca
-Semanario Económico

Organismos:
-Biblioteca Nacional de España
-Gallica. Bibliothèque Nationale de France.
-Instituto Geográfico Nacional de España 
-Ministerio de Defensa


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