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lunes, noviembre 17, 2014

Ruta de San Pascual. Orito. Alicante

Hoy toca una pequeña excursión. El cuerpo se apoltrona y hay que buscar motivaciones para hacer algo más que los consabidos ejercicios matinales o el habitual paseo mañanero, así que de acuerdo con mi amigo Angel, recorreremos una de las rutas que la Generalitat Valenciana tiene catalogada dentro de la red de senderos, con la denominación PR-GV 179 o ruta de San Pascual.

El recorrido comienza en la pedanía de Orito, situada a unos cuatro kilómetros de Monforte del Cid, municipio del que depende, y que está formada por un grupo de casas y chalets levantados alrededor del convento de frailes menores capuchinos, construido a partir de una ermita erigida en 1532 bajo la advocación de la Natividad de la Virgen.

Hemos venido en coche desde Alicante y el desvío para la pedanía se encuentra, a unos escasos 1,5 kms del puerto de Portichol, bajando y a la derecha, en la carretera con dirección a Madrid.

Fachada de la iglesia de la Virgen de Orito
(Foto: ADB)

Dejamos el vehículo aparcado en la plaza del lugar, donde junto con la iglesia y el convento adosado se encuentra un albergue de peregrinos, cerrado en estas fechas.

El día, aunque despejado, es desapacible por el fuerte viento que sopla del Norte, por lo que no es de extrañar que a lo largo del recorrido únicamente nos encontraremos con  otros tres excursionistas a pie y abrigados hasta las cejas. En cambio, veremos numerosos grupos de ciclistas.     



Mural de cerámica con los posibles recorridos
(Foto ADB)









El primer tramo del camino discurre por la vía asfaltada que, con el nombre de Avenida de la Cueva, llega hasta un cruce donde un mural de mosaico nos señala el inicio de la ruta propiamente dicha y las posibles alternativas del recorrido.



  




El camino, de momento llano, discurre a lo largo de un muro de piedra de mampostería donde están incrustados varios pequeños mosaicos con frases en honor de San Pascual. Tras andar unos 170 metros llegamos al siguiente cruce, donde en un cartel se nos indica,  a la derecha una pista asfaltada para vehículos y a la izquierda otra pista asfaltada para los "viandantes", que a unos 400 metros se convertirá en un sendero de tierra y piedras. (Más tarde comprobaremos que en el cartel, en vez de "viandantes", debiera poner para escaladores, dada la pendiente y lo abrupto del terreno en el último tramo de subida a la cueva de San Pascual).

(Fuente:Excmo. Ayuntamiento de Monforte del Cid.
Concejalía de Turismo)
Avanzamos un corto trecho sin dificultad hasta encontrarnos con la ladera de la sierra de San Pascual, y aquí es donde no encaja lo de la ruta para viandantes que nos indicaba el cartel, puesto que ante nosotros se presenta una cuesta con una gran inclinación, ya que en una distancia en proyección horizontal de unos 110 m tendremos que ascender 46 metros, o sea una pendiente del 42% y por un sendero pedregoso que sube sin apenas zigzagueos. ¡Menos mal que el tramo es corto!

Vista con el perfil del tramo de sendero hasta la cueva de San Pascual (cliquear para agrandar)
(Fuente:Cartografía©Instituto Geográfico Nacional de España)
Subiendo la "cuestecita"
(Foto: Gom)
El pequeño esfuerzo de la subida tiene su recompensa al llegar, puesto que ante nosotros se abre una magnífica vista de todo el contorno, con el mar al fondo. La cima del monte donde se encuentra la oquedad o cueva que servía a San Pascual como refugio y lugar de meditación, se ha acondicionado formando una zona pavimentada donde se ubica una construcción para ofrendas y otro recinto junto a la cueva, que nos ofrece asientos para reposar a cubierto de las inclemencias del tiempo. También existe una fuente de agua corriente, que es de suponer que en verano será de gran utilidad.

Zona acondicionada de la cueva de San Pascual
(Foto ADB)
Unos metros más abajo se encuentra un área de descanso, con aparcamiento para coches. Es sábado y numeroso grupos de ciclistas van llegando por la pista asfaltada. El viento ayuda a que la visibilidad sea muy buena y podamos apreciar las poblaciones de Aspe, Monforte, Novelda, San Vicente, Agost y Alicante, entre otras.

Panorámica desde la sierra de San Pascual
(Foto ADB)
Pero ya que estamos aquí hagamos algo de historia sobre el santo que dio nombre y fama al lugar.
Pascual Baylón y Yubero nace en el pueblo zaragozano de Torrehermosa. el 16 de mayo de 1540, de familia campesina y humilde. Al nacer el día de la Pascua de Pentecostés recibe el nombre de Pascual. Realiza tareas de pastor desde los 7 hasta los 24 años, primero en su tierra natal y posteriormente por tierras de Albacete y Alicante.

Imagen de San Pascual que se encuentra en la cueva
(Foto ADB)
En tierras levantinas ejerce de pastor para un vecino de Monforte del Cid y posteriormente para otro de Elche. Con su ganado frecuenta la pedanía de Orito donde los frailes franciscanos estaban fundando un convento. Allí frecuenta la iglesia de la Virgen de Loreto (la denominación de Virgen de Orito será posterior). Pide ser admitido como fraile pero es rechazado en un primer intento. Finalmente toma los hábitos en Elche, el 2 de febrero de 1564, y un año después profesa en Orito. Como fraile sin estudios desempeñará tareas humildes y ejercerá como limosnero. Gran devoto del sacramento de la Eucaristía tendrá episodios de éxtasis en los que ve a Jesucristo durante la consagración de la Hostia. Los últimos años los pasó en Villarreal de Castellón, donde curiosamente fallece el mismo día de Pentecostés, el 17 de mayo de 1592. En 1690 fue canonizado.
La romería en honor del santo se celebra en la semana del día de su fallecimiento y es muy popular en toda la zona del medio Vinalopó y Alicante.

Para ampliar información ver: http://www.franciscanos.org/santoral/pascualbailon.htm

Poste indicativo
(Foto ADB)



Tras la visita al santo seguimos con el recorrido, con el objetivo de subir hasta el punto más alto de la sierra de San Pascual, que se confunde con la cercana sierra de las Águilas.

El sendero arranca junto al edificio de las ofrendas y a lo largo del mismo existen marcas en piedras y árboles, junto con algunos postes indicativos, que servirán de ayuda para no perderse, si bien en el camino de regreso a Orito y ante las interminables subidas y bajadas de un sendero, optaremos por descender por una vaguada.





En los folletos editados por la Generalitat  Valenciana y el Ayuntamiento de Monforte del Cid, se hace referencia a una sabina monumental perfectamente señalizada en el camino. Lo cierto es que aunque pretendíamos verla, no lo conseguimos, supongo que por un despiste o que no era tan monumental.

La senda para subir al pico de San Pascual no se encuentras señalizada, lo que no se echa en falta, ya que lo despejado del monte, su altura y la presencia del hito con el vértice geodésico nos permite orientarnos con facilidad. La subida es un tanto fatigosa y el que escribe, que ya no está demasiado en forma, tiene que hacer varias paradas para tomar aliento.

En lo alto del pico de San Pascual
(Foto ADB)




En todo el trayecto el viento sopla con fuerza, si bien al no ser de frente no dificulta demasiado la subida. Ya en la cima del monte, a 555 metros de altitud, el ventarrón nos impedirá tomar las fotos con tranquilidad. La panorámica que se nos ofrece es magnífica, pudiendo apreciar con amplitud las comarcas de L'Alacantí y el medio Vinalopó.




Panorámica desde el pico de San Pascual
(Foto: Gom)

Un tramo en el sendero de regreso
(Foto ADB)

Regresamos por un sendero limitado por piedras con múltiples subidas y bajadas y entre pinares y arbustos. En zonas de pendientes pronunciadas existen escalones formados con traviesas de ferrocarril. Descendemos por una vaguada para ganar tiempo y llegamos de nuevo a la pedanía de Orito, tras 2 horas y tres cuartos, tiempo en el que habremos recorrido unos 11 kms.

Una birra en el bar de la plaza y ¡para casa de vuelta!









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sábado, junio 28, 2014

Excursión a la isla de Cabrera

A la tercera lo conseguímos. En dos ocasiones anteriores, en visitas o vacaciones en Mallorca, habíamos intentado visitar la isla de Cabrera sin poderlo conseguir, bien porque no había plazas el día que podíamos disponer o porque el estado de la mar no lo aconsejaba.

Así que esta vez me aseguré de disponer de tiempo suficiente y de alojarnos en la Colonia de Sant Jordi, la localidad costera de donde parten las embarcaciones que hacen excursiones a Cabrera y cuya silueta se divisa desde la población veraniega. 
Mapa de situación e itinerario (Cliquear para agrandar)
(Fuente:Cartografía©Instituto Geográfico Nacional de España)
Dos son las empresas que organizan excursiones programadas  al archipiélago de Cabrera, ambas comparten un mismo quiosco en el paseo existente frente al puerto de la Colonia, si bien se pueden adquirir los pasajes en otros establecimientos y agencias.

Al turista se le ofrecen varias posibilidades o combinaciones de excursión, con la posibilidad de incluir la comida. Mi mujer y yo nos decidimos por la excursión clásica con desembarco y tiempo libre para recorrer la isla por los sitios autorizados.  Y para comer nos llevamos unos generosos bocatas de jamón y salchichón que nos habiamos preparado. El precio del viaje, 40 euracos por adulto.

L'Imperial atracada en el puerto antes de zarpar
(Foto Gom) 
Pasadas las diez y media de la mañana zarpamos en L`Imperial, una embarcación con capacidad para unos 80 pasajeros y que en un trayecto de más de una hora nos llevará hasta el pequeño puerto de Cabrera.


El mar está un poco picado, las olas nos vienen de frente y la pequeña nave, pese a la pericia del piloto, navega pegando saltos lo que provoca que varios pasajeros y pasajeras se mareen, siendo atendidos rápidamente por dos tripulantes que proporcionan bolsas y servilletas de papel. En el barco también se pueden adquirir a unos precios razonables agua, refrescos y bolsas de aperitivos.

Además de la isla principal que da nombre al grupo de islas, el archipiélago de Cabrera está compuesto por otras islas e islotes, como la isla des Conills, la segunda en tamaño y cuya forma aparece confundida con Cabrera hasta que el barco se aproxima, Na Redona situada entre las dos islas principales, el peñasco inaccesible de L'Esponja, Na Plana, Na Pobra y Na Foradada, la isla más próxima a Mallorca y que alberga un faro, más otra serie de pequeños islotes que bordean la isla principal.

De pronto, se oye un revuelo entre los pasajeros, la embarcación aminora la marcha y el personal se agolpa hacia el lado donde estamos, cámaras y móviles en ristre, gritando en varias lenguas "dofíns!, ¡delfines!, delphins!". Un grupo de delfines surge a babor saltando sobre las superficie del agua y dando un punto de emoción al viaje. Ya de regreso, por la tarde, volveremos a verlos.



La embarcación se dirige a la bocana que da entrada a la resguardada bahía donde atracaremos. La vista es magnifica, a la izquierda en lo alto de un cerro a unos 80 m de altitud se erige el castillo, en una situación privilegiada y por supuesto no casual, dominando la entrada al fondeadero y con vistas al mar abierto.

Llegando a Cabrera, de frente, el castillo
(Foto Marimar)
Cabrera posee un litoral muy accidentado e irregular, con numerosas calas y ensenadas. La pequeña y abrigada bahía donde se ubica el muelle, ha sido un tradicional refugio para las embarcaciones en situaciones de fuerte oleaje. Ni que decir tiene que a lo largo de la historia también sirvió para que fondeasen piratas berberiscos y de otra índole, como escala y escondite para sus partidas de saqueo en la vecina costa mallorquina.

El barco atraca en un reducido muelle , y nada más descender nos espera personal del Ibanat (Institut Balear de la Natura), que en una breve charla nos informarán de los recorridos posibles, así como recomendaciones a seguir.

Cabrera, sus islas e islotes y el mar circundante  conforman desde 1991, el Parque nacional marítimo-terrestre del Archipiélago de Cabrera, cuya gestión está transferida a la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares desde el año 2009.
Zonas de uso
(Fuente: Govern de les Illes Balears)

Alrededor del muelle se disponen en forma de arco varias construcciones, una capilla, servicios, las dependencias de la Guardia Civil, las oficinas del Ibanat, una cantina, así como otras construcciones que parecen viviendas.


Puerto y caserío
(Foto Gom)
Este pequeño grupo de edificios no es el único existente en la isla, a unos 800 m del puerto existe otro muelle y construcciones, entre las que destacan las del destacamento militar que en otros tiempos permanecía en la isla.

Vista panorámica caserío puerto
(Foto Marimar)
Tras un corto vistazo a las edificaciones del puerto iniciamos la subida al castillo, cuyo sendero de acceso un tanto desapercibido, arranca entre dos casas. El sendero es bastante accidentado, con cantos y gravilla suelta, lo que obliga a ir con cuidado, (es aconsejable llevar zapatillas y dejar las chanclas y sandalias para la playa). Nada más empezar la subida, a la derecha y entre piedras vemos una gran cantidad de lagartijas (sargantanas) que se disputan algunos restos de comida. A diferencia de las coloridas sargantanas de Ibiza y Formentera, las lagartijas de Cabrera son de un gris oscuro casi negro, si bien se aprecian algunas con características diferentes. Desde mi estancia en Ibiza he adquirido una extraña querencia por estos avispados reptiles y no puedo evitar darles pequeños trozos de manzana y de cerezas que se disputan con avidez, llegando incluso a comer de mi mano, (no sé si está prohibido echarles comida,  pero para mí ha sido una auténtica satisfacción verlas salir de sus escondites en busca de los alimentos).

Cementerio abandonado a medio camino de la subida al castillo
(Foto Gom)
La ascensión al castillo nos lleva poco más de 10 minutos. Al coronar la primera elevación se nos ofrece una vista de la vertiente norte de la isla y observamos un par de construcciones. La más próxima al sendero es un pequeño cementerio delimitado por gruesos muros de mampostería. Al acercarnos, comprobamos a través de la puerta de barrotes cerrada, el estado de abandono, lleno de maleza, sin que apreciemos la existencia de lápidas.

Al llegar a esta parte del camino, se nos abre una explanada con un cartel con unas escuetas notas informativas sobre el castillo, la flora y la fauna del entorno. Desde aquí hasta la base de la fortaleza se llega en un par de minutos.

Vista del castillo desde la explanada previa
(Foto Gom)


El castillo en sí no deja de ser una especie de torreón, con un cuerpo adosado en su base, que da la impresión de haberse reformado recientemente  provisto de una ancha puerta  que se encuentra cerrada. 
 Puerta cerrada del cuerpo inferior. A la derecha se aprecia la escalera de entrada
(Foto Marimar)

Para subir al torreón se abre en un lateral una estrecha puerta a la que se llega por medio de una escalera de piedra y que  cuando llegamos se encuentra ocupada por un numeroso grupo de personas que hacen cola para entrar. Dada la anchura de la puerta pensamos que antes de pasar hay que dejar salir a los que están dentro. Nos ponemos en la fila. Pasado un tiempo y ante la falta de avance de la cola, el grupo  empieza a ponerse nervioso y a murmurar en varios idiomas. No acabamos de comprender porqué no avanzamos si no sale nadie. Finalmente y cuando algunos visitantes empezaban a abandonar la idea de subir al torreón, sale un pequeño grupo de turistas que sujetan y tratan de abanicar a una joven, que se encuentra pálida y con aspecto de haberse sentido indispuesta. Nos apartamos y dejamos pasar al grupo de la joven que tras un breve tiempo se recupera y emprende la marcha con sus compañeros. Por los comentarios de las personas que encuentran junto a la puerta, sacamos la conclusión de que la muchacha se había quedado atorada al bajar por la estrecha escalera del interior y que le había entrado el pánico.

Por si acaso, mi mujer decide no entrar y a mí me entra la curiosidad por ver la escalera en cuestión. Se trata de una angosta y empinada escalera de caracol que ciertamente da un poco de impresión verla, y que únicamente permite el paso de una persona a la vez, por lo que hay que esperar a que bajen los que han terminado la visita para poder subir.

 Bajando por la escalera de caracol de subida al torreón
(Foto Gom)
La fortificación tiene varios niveles aterrazados. En un primer nivel se accede a una cámara abovedada con un hueco a modo de ventana que permite apreciar el grosor de los muros de piedra de más de 1 metro y por donde entra la poca luz para iluminar la estancia.

Por una escalera adosada a un muro subimos a otra terraza y desde ésta, a una última azotea desde la que podemos disfrutar de una vista panorámica de 360 grados.

El castillo de Cabrera, cuya construcción data de finales del siglo XIV, ha pasado por varias reconstrucciones a lo largo de sus historia. En 1550 fue allanado por el corsario Dragut, siendo reedificado de nuevo por los mallorquines en ese mismo año. El 30 de octubre de 1583, desembarcan en la isla moros argelinos que abaten de nuevo la fortaleza, guarnecida únicamente por seis soldados. Enterados en Mallorca del trágico suceso, ràpidamente y por medio del lugarteniente del Virrey de Mallorca, D. Hugo de Berard i Palou, se organiza una escuadrilla que al mando del caballero D. Pere Ignasi de Torrella, zarpa el 1 de noviembre recuperando Cabrera y reparando el castillo, que los asaltantes argelinos habían empezado a demoler.

La visita al castillo no dura más de quince minutos y poco más puede ofrecer, aparte de las magníficas vistas que desde el mismo se obtienen.

 
Panorámica desde el castillo
(Foto Gom)
Descendemos hasta el caserío del puerto y nos tomamos un respiro, sentados a la sombra en el porche de la cantina, donde también se puede comer dentro de una lógica y limitada oferta. 

Tras el descanso, tomamos el camino que conduce hasta el llamado caserío de Cabrera, y donde se sitúan los pabellones militares que en otros tiempos sirvieron de alojamiento a un destacamento militar y que actualmente están remozados, ofreciendo un buen aspecto. A unos escasos cien metros de los pabellones y frente a otro pequeño embarcadero, desde el que zarpará el barco de regreso a Mallorca, se encuentran unas construcciones o cases des pagés, dotadas con aseos públicos.  


Pabellones del antiguo destacamento militar
(Foto Gom)



A partir de este punto nos planteamos tres recorridos para aprovechar la breve estancia hasta la hora de regreso, una de ellas es llegar hasta la cercana cala de sa Platjeta para bañarnos, comer y relajarnos, otra alternativa era andar hasta la playa más alejada de s'Espalmador y una tercera, que fue la opción elegida, era hacer la ruta de los Franceses, comer y después disfrutar de sa Platjeta hasta el momento de embarcarnos. También nos habían hablado y elogiado sobre la ruta del faro de Ensiola, pero desistimos de hacerla por la mayor distancia que nos obligaría a estar más pendientes del reloj.
Mapa con las rutas senderistas permitidas
(Fuente: Organismo Autónomo Parques Nacionales)
La llamada ruta de los Franceses se denomina así, en recuerdo de la estancia en Cabrera de unos 8.000-9.000 soldados galos hechos prisioneros en 1808, en la batalla de Bailén, y que fueron trasladados a la isla en mayo de 1809, donde permanecieron durante cinco años padeciendo todo tipo de calamidades y hambrunas, como era de prever en una isla sin grandes recursos. Para conocer mas sobre este hecho, ver: Los prisioneros franceses de la isla de Cabrera. 


Lo cierto es que quedan pocas huellas de la estancia de los franceses, ya que al abandonar la isla, quemaron y destruyeron las construcciones provisionales que hicieron durante su cautiverio.
Monumento a los prisioneros franceses
(Foto Gom)
 Tomamos el camino que lleva a una antigua masía de la familia Feliú, propietaria en su día de la isla, y antes de llegar nos desviamos para encontrarnos con el monumento a los cautivos franceses cuya primera piedra la puso en 1847 el consul de Francia en Mallorca. El sencillo monumento se encuentra situado a media ladera entre pinos.
Antigua bodega o celler convertida en museo etnológico
(Foto Gom)

Seguimos por un estrecho sendero y a unos 100 metros llegamos hasta el celler o bodega, hoy convertida en un museo etnológico, que encontramos cerrado al llegar fuera del horario de apertura. Se trata de un caserón rehabilitado en el que una parte del mismo quedó sin construir. 

Lo rodeamos y observamos en la parte recayente al camino de vuelta unos curiosos jardines en estado de abandono.

Es hora de comer y nos dirigimos de regreso a una zona próxima a sa Platjeta acondicionada como merendero, a resguardo del sol con mesas y bancos para sentarse.

   
Merendero
(Foto Marimar)

Tras los "bocatas" y hasta la hora de embarcarnos, una siestecita y un relajante baño en la pequeña playa, que se encuentra bastante concurrida. 

Sobre las 5 de la tarde subimos a la embarcación que está fondeada en el muelle frente a las cases des Pagés. El barco nos lleva a toda máquina a visitar la Cova Blava. Se trata de una caverna existente en la costa, cuyo tamaño permite que la embarcación entre dentro de la oquedad. Una vez dentro de la cueva nos podemos bañar en sus aguas transparentes y de un precioso color azul.
 
La Cova Blava
(Foto Gom)
En el interior de la Cova Blava
(Foto Marimar)

Tras la agradable y un tanto sorprendente visita a la Cova Blava, el barco nos transporta de regreso a la Colonia Sant Jordi bordeando el resto de ilas e islotes del archipiélago.

La excursión ha valido la pena.
  
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 Una web a visitar: Centro de Visitantes Parque Nacional de Cabrera en la Colonia Sant Jordi



domingo, mayo 11, 2014

Viajeros del Ayer: Émile Bégin. Parte III: De Burgos a Valladolid

3. DE BURGOS A VALLADOLID

Desde Burgos, Ëmile Bégin emprende viaje hacia Valladolid, camino de Madrid, si bien en el capítulo que sigue al de Burgos y que titula "Lé Désert" comienza hablando de pueblos y localidades situadas en otra ruta que pasa por la provincia de Soria, por lo que lo más probable es que ése fuera el camino de regreso a Francia, y que aprovechase su conocimiento de los dos recorridos para hacer una descripción más amplia de los páramos castellanos, de los que escribe:
Éste desierto posee sus oasis y sus caravanas compuestas por arrieros, que algunas veces marchan en grupos, y muleteros, armados con un fusil que llevan en bandolera. Cuando se producen las paradas de descanso, los carros, casi todos con ruedas estrechas, y los equipajes se disponen circularmente; en el centro se encienden fuegos para cocinar, después de dejar a los bueyes y las mulas pastar en libertad. Terminado el descanso, en un abrir y cerrar de ojos la caravana se reorganiza y emprende la marcha.

Arrieros cruzando los Pirineos
Cuadro de Rosa Bonheur. Óleo sobre lienzo. (Hacia 1832)
Colección privada
 En la ruta seguida hacia Valladolid, el viajero va enumerando las localidades por donde pasa, Celada, Villodrigo, Torquemada de la que como no podía ser de otro modo le sirve para citar al célebre inquisidor nacido en la población, la villa de Dueñas de la que cita las ruinas de un viejo castillo (sus piedras sirvieron para construir el canal de Castilla) y el monasterio de la Espina en el que reposan los restos de la reina Blanca y de doña Sancha, habla de una población de nombre Arancel (inexistente) que atraviesa el río Pisuerga sobre un puente de dos arcos de original construcción (aquí monsieur Bégin parece haberse confundido y es de suponer que la población a que se refiere es Cabezón del Pisuerga y el puente es el viaducto de origen romano de nueve arcos, que cruza el río que divide en dos a la población). Aunque sea extraña tanta diferencia en el número de arcos (de 9 a 2) es posible que al componer el libro, el tipógrafo confundiese el nueve francés (neuf) por el dos (deux).

Valladolid: "El Rastro" Grabado de mediados del siglo XIX
Del libro "Vida de Cervantes". Jerónimo Morán. Imprenta nacional 1863




El capítulo dedicado a la ciudad vallisoletana, comienza con elogios, mencionando a numerosos personajes:
Toda ciudad que teniendo un río, hermosos paseos, antiguos monumentos, numerosa juventud, una guarnición, algunas plazas grandes, algunas calles hermosas y sobre todo historia, merece estar entre las poblaciones excepcionales. Así es como se presenta Valladolid. Nadie puede quedar indiferente a la encantadora musicalidad de su nombre; nadie la puede cruzar sin obtener la más alta opinión de una prosperidad que antaño acumulaba palacio sobre palacio, iglesias sobre iglesias, maravillas sobre maravillas; en la que para aparecer la genialidad sólo había que buscarla, y donde las voluntades, los sentimientos, desde el siglo doce hasta el siglo diecisiete, eran interpretados tanto por el cincel de Juan de Juni, de Hérnández (Gregorio Fernández), de Berruguete, de P. Leon Leoni (se refiere a los escultores italianos León y Pompeo Leoni) como por la paleta de José Martínez (Gregorio José Martínez) y de Antonio Pereda. Este periodo fue realmente la gran época de Valladolid, como antes había sido la de Burgos. Valladolid tuvo entonces grandes mecenas: el conde Pedro Ansúrez, inhumado en la catedral bajo un mausoleo digno de él; el cardenal González de Mendoza; el rey Felipe II,  agradecido por ser su lugar de cuna, Fabio Nelli, cuya casa de estilo corintio adornada con escudos todavía existe; Diego Sarmiento de Acuña, que poseía una de las mejores bibliotecas de España, y otros grandes personajes. Hoy en día, únicamente le queda un Mecenas; pero creo que es mucho más duradero que los anteriores; se trata del Canal de Castilla...

Vista aérea de Valladolid
Litografía de Alfred Guesdon (hacia 1854)
(L'Illustration Jounal Universel. París)





De la amplia descripción que hace de la ciudad, de sus monumentos y de sus edificios, es de suponer que monsieur Bégin pasó varios días en Valladolid y que vivió con intensidad su estancia, ya que demuestra tener un amplio conocimiento de la vida de la ciudad.
Tras la Plaza Mayor, es el paseo del Espolón nuevo, en la orilla izquierda del Pisuerga, y el de Campo Grande, los que prefieren los habitantes de Valladolid; aunque tienen el inconveniente de encontrase en las afueras de la ciudad y de estar expuestos tanto a una excesiva humedad, como a mucha polvareda. Hay otro paseo, más interesante para el turista, el paseo por las calles, por la mañana cuando se abren las puertas de la ciudad y una afluencia de arrieros llega para llenarlas; o al mediodía, cuando los porches abiertos en las fachadas de las casas permiten al curioso penetrar en el patio y percibir su disposición arquitectónica. Valladolid presenta un anticipo de las construcciones árabes que observaremos casi por todas partes más allá de los límites de Castilla.
Valladolid. Iglesia de Santa María la Antigua
(El Museo Universal 1865)



 Tras hacer una larga exposición sobre los escultores de la escuela vallisoletana, el viajero francés se detiene en el mundo de las letras, del que hace comentarios poco elogiosos:
La biblioteca no ofrece nada especialmente interesante, ni muy antiguo, ya que los manuscritos de Diego Sarmiento de Acuña, que se habían librado de los gusanos y de la humedad, fueron consumidos por el fuego de los vándalos modernos; y los libros de los conventos han perdido casi todos, el destino que les correspondía. Quince mil volúmenes componen la colección; cifra bien escasa para una ciudad universitaria, pero más que suficiente en relación con la afluencia de lectores.
Al calificar a Valladolid con el título de ciudad lietraria, no había pretendido decir que fuera una localidad letrada, pese a sus catorce librerías, sus numerosos encuadernadores (relieurs), su legión de alumnos y su profesorado académico; porque los profesores hablan en el vacío; los alumnos, mal alojados, mal alimentados, indisciplinados, van a lo que salga; los encuadernadores preparan obras que no han leído, y las librerías morirían de hambre si no fuera por la venta de imágenes y de libros de iglesia. Aquí los carteles, las inscripciones monumentales están plagados de faltas, y pese a la tardía admiración que los vallisoletanos acaban de mostrar por Cervantes, cuyo nombre ostenta un café donde he tomado bastantes malos sorbetes, creo que hoy en día Cervantes, sufriría en Valladolid, como antaño, las penurias de un encarcelamiento.
Monsieur Bégin termina su capítulo sobre la ciudad castellana con un párrafo lleno de sarcásticos comentarios y lejos de las alabanzas iniciales:
Seamos tan generosos como Cervantes; olvidemos que un joyero de esta ciudad nos ha pedido un quince por ciento de comisión por cambiar nuestro oro francés por oro español; olvidemos las incomodidades del hotel, los desagradables cocheros, los envenenamientos culinarios que nos han reducido al régimen de Sangredo (puede referirse a los efectos laxantes del árbol con ese nombre). Si alguna vez volvemos, trataremos de encontrar, como Gil Blas, la mesa de un canónigo, que no tenga en su biblioteca más que tres libros: El Cocinero perfecto, El Tratado de la indigestión y el Breviario.  

Parte I: Desde la frontera hasta Vitoria

Parte II: De Vitoria hasta Burgos


Fuentes:

Libros:
-Émile A. Bégin. (1852). Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. Paris. Belin-Leprieur et Morizot, Editeurs.

Webs:
Biblioteca nacional de España. BNE
Gallica. BnF
The British Library

miércoles, marzo 26, 2014

Viajeros del Ayer: Émile Bégin. Parte II: De Vitoria hasta Burgos.

2. DESDE VITORIA HASTA BURGOS

En su libro de viajes, monsieur Bégin introduce pausas en la descripción del itinerario y añade apartados específicos sobre algunas cuestiones y costumbres que le llaman la atención, tales como la mendicidad existente en algunas zonas de España, sobre la que escribe:
El Angel de la Guarda. Murillo (1655)
En las distintas provincias, así como en Castilla, la mendicidad por lo general abunda; se manifiesta ostensiblemente, sin vergüenza ni discreción, tan bien identificado su ejercicio profesional como cualquier otra industria, de manera que en las ciudades, ni siquiera parecen buscar la manera de dar lástima a las gentes por lo habituadas que están. Los mendigos visten bastante bien, a veces mejor que los ciudadanos normales, y todos los lugares les son aptos para aprovecharse del público. Una tarde en Sevilla, en el paseo de las Delicias, en medio de una multitud bastante numerosa, tropecé con un señor de buen aspecto, cubierto por una capa negra y le pisé el pie; mi primera reacción fue la de excusarme y llevarme la mano a mi sombrero; su reacción fue extenderme la suya. En otra ocasión, en la catedral de la misma ciudad, estaba admirando cierta encantadora composición en la que Murillo representa la inocencia infantil de Jesús conducido por un ángel, cuando el roce de una mantilla, la expresión de una mirada que me pareció dulce y el murmullo de una boca todavía hermosa, me sacó de mi estudio; mecánicamente respondí en español: -Tiene razón, es uno de los cuadros más magníficos de la catedral-, y reanudé el hilo de mis reflexiones; pero un minuto después, me empujan el codo, y bajo, la mantilla, veo salir una pequeña mano, y escucho una súplica que no tenía nada que ver con el arte. Este hábito de pedir limosna en las iglesias es una de las cosas más chocantes que he observado en España.
Mendigos en el claustro de la catedral de Barcelona
Grabado de Gustavo Doré. L'Espagne (1874). Barón Ch. Davillier 
Tras sus impresiones sobre la mendicidad, el consejo de la Mesta y otros temas, Émile Bégin continúa el relato de su viaje que le llevará desde Vitoria hasta Burgos. Entra en la meseta castellana atravesando el desfiladero de Pancorbo del que comenta lo siguiente:
"El famoso paso llamado la garganta de Pancorbo, en la que los restos del ejército francés, atrincherados hábilmente, forzaron en 1813 a lord Wellington a abandonar la ruta principal de Vizcaya, y a desviarse por la izquierda con todas sus fuerzas, es uno de los puntos estratégicos más interesantes de la Península española. De hecho, nada en cuanto a fortificaciones naturales, podría aparecer de una manera más espectacular, comenta un viajero: dos peñascos de más de quinientos pies de altura, absolutamente desnudos, presentan los salientes de sus inmensos esqueletos, amenazando por ambos lados al temerario que se adentra entre sus paredes."   
Paso de Pancorbo. Dibujo de David Roberts,. hacia 1832. Grabado de J.C Varrall
Del paso de Pancorbo existen numerosos grabados de mediados del siglo XIX, algunos de los cuales parecen copias retocadas de otros anteriores. Reproduzco dos dibujos, arriba en blanco y negro el grabado de David Roberts (1796-1864), dibujante y pintor escocés que recorrió España entre 1832 y 1833, tomando numerosos apuntes que servirían para su reproducción en numerosas litografías y libros de viajes de diferentes autores, y debajo de estas líneas una acuarela en color del misterioso barón inglés Edgar T.A. Wigram (1864_1935), en la que reproduce el famoso desfiladero sin las formas un tanto fantasmales e imaginarias de David Roberts.

Otra imagen con el paso de Pancorbo. Acuarela de Edgar T.A. Wigram, (1904?)

El viajero prosigue el viaje por la comarca de la Bureba, elogiando la fertilidad de sus campos, pasa por Briviesca, "jolie petite ville de deux mille âmes" y sobre lo accidentado del terreno escribe:
Las mesetas de aquí son las más elevadas de toda España. Para llegar a la cima, diez mulas no parecen suficientes, cuatro bueyes vienen a unirse. Es digno de ver el aire solemne del boyero caminando al frente del convoy, sosteniendo una vara con misma gravedad que un obispo que caminase con su báculo; a destacar la inagotable verborrea del segundo boyero que acompaña la yunta. Únicamente habla él, gesticula, vocifera; toda la responsabilidad, toda la gloria de la subida le incumbe especialmente; y cuando se alcanza el objetivo, el aire de triunfo y de seguridad con que saluda a los viajeros sugiere la idea de una recompensa.
Desde Monasterio de Rodilla el camino es cuesta abajo y al fin la diligencia y sus maltrechos pasajeros llegan a Burgos.

A la capital castellana, lugar obligado para los viajeros de la época, Émile Bégin dedica un extenso capítulo de su libro, comenzando por una semblanza histórica de la ciudad y los tres periodos de reinados que dejaron su huella, a saber:  el reinado de Carlos V y de su hijo Felipe II; el reinado de Carlos III y por último el de Isabel II.
Vista de Burgos
Grabado de Rouargues Frères (hacia 1850)

Además de las visitas acostumbradas a los monumentos de Burgos, monsieur Bégin recorre sus calles y plazas, observando a las gentes y sus costumbres:
Por lo general, las calles de Burgos son estrechas, mal pavimentadas, aunque guarnecidas  de aceras; sin embargo las numerosas plazas, grandes y pequeñas, facilitan la circulación del aire. En el centro de casi todas estas plazas se encuentra una fuente. La plaza de la Constitución, muy amplia, rodeada de soportales, está decorada con una estatua de bronce de Carlos III, de factura muy mediocre; en otra plaza hay una sirena de bronce dorado sobre un delfín; la pequeña plaza de Santa María posee un preciosa fuente renacentista. Los mercados de legumbres, de frutas, de carbón ocupan, en el centro de la ciudad, tres plazas que están contiguas y cerca de las cuales se encuentran las lonjas de la carne, del pescado, etc.; de manera que para el extranjero curioso por conocer los productos del país, la forma de vivir y las costumbres de los campesinos,  basta con dar sobre las nueve de la mañana unas cuantas vueltas de paseo. Casi todas las mercancías llegan en caballerías con alforjas.
Burgos: mercado de la liendre
Dibujo de Gustavo Doré. Grabado de Charles Laplante (1874)
El viajero francés prosigue su paseo por la ciudad, y cuenta sus impresiones con un cierto toque irónico:
De los mercados al Palacio de Justicia, no hay más que un paso; de las garras del mercader a las garras del procurador; no hay mas que una transición natural; también nosotros hemos sido conducidos, sin apenas habernos dado cuenta, al antro de los pleitos.
De su visita a la catedral de Burgos hace una extensa descripción, destacando la considerable variedad del conjunto catedralicio. De la Puerta de los Apóstoles, lamenta la desafortunada decisión de un obispo de mandar eliminar el parteluz que la precedía. Del interior recalca las riquezas y elegancia de las capillas, grandes como iglesias, señala la gran diferencia de calidad en la talla del venerado Cristo de Burgos en comparación con el Cristo que había visto en la iglesia de Vergara. Sobre el cofre del Cid Campeador, emplazado hoy en la capilla del Corpus, narra la conocida historia de la estratagema del héroe, para engañar a los prestamistas judíos que le hicieron un préstamo para poder pagar a sus mercenarios, dejando como garantía un cofre que supuestamente estaba lleno de joyas y riquezas, cuando en realidad únicamente contenía arena y piedras. Finalmente menciona dos elementos populares de la catedral, el llamado papa-moscas y el confesionario real, donde los reyes castellanos confesaban sus pecados una vez coronados.
Escalera dorada del brazo norte del crucero de la catedral
Dibujo de David Roberts (hacia 1833)
Tras visitar el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas y la cartuja de Miraflores, el curioso médico francés termina su estancia en Burgos y emprende camino hacia Valladolid, adentrándose en los páramos castellanos a los que denomina "désert".

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Sigue en Parte III: De Burgos a Madrid



Fuentes:

Libros:
-Émile A. Bégin. (1852). Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. Paris. Belin-Leprieur et Morizot, Editeurs.

Webs:
Biblioteca nacional de España. BNE
Gallica. BnF
The British Library


 

   
 


lunes, marzo 17, 2014

Viajeros del Ayer: Émile Bégin. Parte I: Desde la frontera hasta Vitoria

1. DESDE LA FRONTERA HASTA VITORIA

Buscando en la red imágenes de otros tiempos, he encontrado en algunos antiguos libros de viajes una valiosa e importante fuente de datos y documentación gráfica.

Uno de los libros de viajes más interesantes que descubrí, fue el publicado en 1852 por el médico, oficial de sanidad e historiador francés, Émile Auguste Bégin (1802-1888), quien recorrió la Península Ibérica hacia 1825 y en 1850, reflejando sus impresiones y anécdotas en el libro "Voyage pittoresque en Espagne, et en Portugal", y que contiene unas magníficas ilustraciones de los MM. Rouargue Frères, grabadores y pintores de gran prestigio.

Fotografía de Émile Bégin tomada en 1872
Ni que decir tiene que los grabados de los hermanos Rouargue, se encuentran reproducidos en infinidad de sitios, y que existen numerosas copias y reproducciones en colecciones de museos y galerías, por lo que junto con la inserción de las ilustraciones, aprovecho para añadir algunos comentarios sobre el itinerario seguido por Émile Bégin, e incluir la traducción de algunos párrafos de su libro.

Los comentarios que hace monsieur Bégin, en ocasiones no son nada elogiosos para las distintas ciudades o regiones por las que transcurrió su viaje. así como tampoco para sus habitantes. También comete errores sobre nombres y lugares geográficos, pero en su conjunto es un notable documento para conocer aspectos y costumbres de las distintas  zonas y de las gentes que poblaban la Península Ibérica a mediados del siglo XIX.

Uno de los grabados más curiosos es el de una diligencia de la época, tirada por 10 mulas, subiendo por una pronunciada cuesta, el collado de Balaguer, situado en la provincia de Tarragona. Al observar el grabado en color, con el carruaje a punto de volcar, no puedo por menos de imaginar el pavor que debían soportar los sufridos viajeros que se atrevían a viajar por los maltrechos caminos de tierra de aquélla época.

El médico y viajero francés entra en España por la frontera de Irún, dando cuenta del cambio en la composición y aparejo del medio de transporte:
Diligencia cruzando el coll de Balaguer (Tarragona) hacia 1850
Nuestro carruaje intercambia sus cinco caballos por siete mulas, su conductor por un mayoral, su postillón habitual por un zagal, y como añadido se incorpora delante un pequeño mensajero, de sobrenombre el condenado a muerte, ya que habitualmente va de Irún a Madrid sin parar, embridado, desenganchada su cabalgadura a la que monta a horcajadas y a la que dirige al trote, a menudo a galope, en cabeza del enganche. En otros tiempos el servicio se hubiese considerado incompleto sin el escopetero, enemigo oficial de los bandoleros cuando no era él incluso salteador, y que ocupaba provisto de una carabina, el pescante trasero de la diligencia; pero gracias a la guardia civil, los nuevos gendarmes españoles, la ausencia de malhechores ha hecho del escopetero un objeto de lujo y fantasía.
Grabado con la composición de una diligencia hacia 1840
Del libro "Recuerdos de un viaje por España". Francisco de Paula Mellado. 
¡Arre! grita el mayoral; ¡arre!, repite el zagal, acompañando los golpes de látigo o de vara con un puñado de extrañas palabras dirigidas a las mulas, las cuales tienen un apodo que las distingue: Capitana, Bella, Generala, Negra; las mulas poseen cualidades y defectos que resaltan continuamente,  y que acompañan con el ¡dia, dia!, ¡hu, hu! y de juramentos de los que caramba es la expresión más suave. Las mulas, dice M. Challamel, distinguen la jerga. A la primera palabra del postillón, hay que verlas levantar las orejas, enderezarse, ralentizar o apresurar el paso. Si alguna de ellas se muestra poco dócil o va demasiado deprisa, nuestro postillón, ágil como un vasco, salta de su asiento situado a la misma altura que el del coupé de las diligencias francesas, y rápidamente las corrige, lo que a veces dura varios minutos. En algunos momentos, el parloteo con las mulas es general. El delantero, el mayoral, el zagal, vociferan a un tiempo; formando un trío de bajos y contraltos que vienen a unirse a la cadencia de los cascabeles que penden del cuello de las mulas y al chirriante sonido de un eje mal engrasado. 
Monsieur Bégin sigue su viaje pasando por San Sebastián y destacando su limpieza y la uniformidad de sus edificios, y se dirige a Tolosa, que en aquéllos años era la capital de Guipúzcoa, elogiando de camino, la belleza del valle del río Urola y el balneario de Cestona.

En la villa de Vergara,  visita el famoso Cristo de la Agonía, del que escribe lo siguiente:
...Lo tienen encerrado en una sombría capilla, en la que lo muestran encendiendo los cirios del santuario; pero al contrario que otras mediocridades por las que cada viajero muestra una admiración dictada por las guías, este Cristo supera infinitamente su renombre, que no traspasa las fronteras del País Vasco. La vista de este Cristo hace daño, me dice desviando los ojos, un hombre del pueblo, un muchacho tranquilo que me acompañaba: ningún elogio podría ser ni más directo, ni más verídico.
El viajero prosigue viaje hasta Vitoria, y allí recuerda la batalla que tuvo lugar en junio de 1813, entre las tropas napoleónicas que escoltaban a José Bonaparte en su abandono de España y el ejército formado por tropas españolas, inglesas, portuguesas y alemanas, al mando del duque de Wellington.

Grabado que representa la Batalla de Vitoria.
 Martial achievements of Great Britain and her allies from 1799 to 1815
Dibujo: W. Heath; Coloreador: M. Dubourg; Grabador:I. Clark. (1814)
Nuestras tropas ocuparon Vitoria durante largo tiempo; pero en 1813, después del memorable asunto que lleva su nombre, una batalla casi sin combate, increíblemente enrevesada, confusa sin duda, fue necesario evacuar la Península. José Bonaparte, al que el general Beaufort-d'Hautpoul protegía la retirada, se encontró con la situación del rey don Rodrigo:
 Ayer fui señor de España
Y hoy no tengo una almena
Que pueda decir que es mía
                    Romancero
El campo de batalla es soberbio. El ejército anglo-español, mandado por Wellington confluyó en la planicie por el camino de Burgos, bordeó la ciudad y avanzó hasta la carretera de Francia, al objeto de cortar nuestra retirada. Los testigos oculares aseguraron, dice M. Adolphe Blanqui, que esta maniobra fue ejecutada con una precisión admirable, y que desde lo alto de los muros, la marcha de las columnas inglesas ofrecía un aspecto magnífico. Cada cual atribuye la debacle a la  falta de entendimiento de nuestros generales, y cuenta de esta memorable escaramuza algún hecho trágico o anecdótico. No fue:, en efecto, una derrota normal: el ejército, cargado de tesoros y de mujeres, era seguido como una presa por sus cazadores; las más hermosas damas de la corte de España, y las ricas joyas de la Indias, tentaban igualmente a vencedores y vencidos.Tampoco hubo combate, y sin la división del general Foy, sin las tropas del general Hautpoul, ni siquiera hubiera habido retirada. Se produjo entonces, algo lamentable, las encantadoras y acicaladas damas, se abalanzaban desde sus carruajes hacia la caballería, a los pies de los dragones y les ofrecían todos los tesoros que pudiesen tomar, si las dejaban subirse a horcajadas para escapar de la furia de los españoles. Vimos los carromatos del ejército francés saqueados por los soldados encargados de protegerlos, y el campo de batalla cubierto de calesas, berlinas, carros y cofres ensangrentados o rotos por la metralla y las balas. Un número considerable de mujeres quedaron tendidas en la campa. No se puede observar sin un sentimiento de pesar, la colina y el bosque por donde escaparon el resto de este gran desastre, que cuenta como una fecha destacada en las celebraciones de la independencia española.
Batalla de Vitoria, traslado de prisioneros.
 Martial achievements of Great Britain and her allies from 1799 to 1815
Bibujo: W. Heath; Coloreador: M. Dubourg; Grabador:I. Clark .(1814)

Fuentes:

Libros:
-Émile A. Bégin. (1852). Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. Paris. Belin-Leprieur et Morizot, Editeurs.

Webs:
Biblioteca nacional de España. BNE
Gallica. BnF
The British Library