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domingo, mayo 11, 2014

Viajeros del Ayer: Émile Bégin. Parte III: De Burgos a Valladolid

3. DE BURGOS A VALLADOLID

Desde Burgos, Ëmile Bégin emprende viaje hacia Valladolid, camino de Madrid, si bien en el capítulo que sigue al de Burgos y que titula "Lé Désert" comienza hablando de pueblos y localidades situadas en otra ruta que pasa por la provincia de Soria, por lo que lo más probable es que ése fuera el camino de regreso a Francia, y que aprovechase su conocimiento de los dos recorridos para hacer una descripción más amplia de los páramos castellanos, de los que escribe:
Éste desierto posee sus oasis y sus caravanas compuestas por arrieros, que algunas veces marchan en grupos, y muleteros, armados con un fusil que llevan en bandolera. Cuando se producen las paradas de descanso, los carros, casi todos con ruedas estrechas, y los equipajes se disponen circularmente; en el centro se encienden fuegos para cocinar, después de dejar a los bueyes y las mulas pastar en libertad. Terminado el descanso, en un abrir y cerrar de ojos la caravana se reorganiza y emprende la marcha.

Arrieros cruzando los Pirineos
Cuadro de Rosa Bonheur. Óleo sobre lienzo. (Hacia 1832)
Colección privada
 En la ruta seguida hacia Valladolid, el viajero va enumerando las localidades por donde pasa, Celada, Villodrigo, Torquemada de la que como no podía ser de otro modo le sirve para citar al célebre inquisidor nacido en la población, la villa de Dueñas de la que cita las ruinas de un viejo castillo (sus piedras sirvieron para construir el canal de Castilla) y el monasterio de la Espina en el que reposan los restos de la reina Blanca y de doña Sancha, habla de una población de nombre Arancel (inexistente) que atraviesa el río Pisuerga sobre un puente de dos arcos de original construcción (aquí monsieur Bégin parece haberse confundido y es de suponer que la población a que se refiere es Cabezón del Pisuerga y el puente es el viaducto de origen romano de nueve arcos, que cruza el río que divide en dos a la población). Aunque sea extraña tanta diferencia en el número de arcos (de 9 a 2) es posible que al componer el libro, el tipógrafo confundiese el nueve francés (neuf) por el dos (deux).

Valladolid: "El Rastro" Grabado de mediados del siglo XIX
Del libro "Vida de Cervantes". Jerónimo Morán. Imprenta nacional 1863




El capítulo dedicado a la ciudad vallisoletana, comienza con elogios, mencionando a numerosos personajes:
Toda ciudad que teniendo un río, hermosos paseos, antiguos monumentos, numerosa juventud, una guarnición, algunas plazas grandes, algunas calles hermosas y sobre todo historia, merece estar entre las poblaciones excepcionales. Así es como se presenta Valladolid. Nadie puede quedar indiferente a la encantadora musicalidad de su nombre; nadie la puede cruzar sin obtener la más alta opinión de una prosperidad que antaño acumulaba palacio sobre palacio, iglesias sobre iglesias, maravillas sobre maravillas; en la que para aparecer la genialidad sólo había que buscarla, y donde las voluntades, los sentimientos, desde el siglo doce hasta el siglo diecisiete, eran interpretados tanto por el cincel de Juan de Juni, de Hérnández (Gregorio Fernández), de Berruguete, de P. Leon Leoni (se refiere a los escultores italianos León y Pompeo Leoni) como por la paleta de José Martínez (Gregorio José Martínez) y de Antonio Pereda. Este periodo fue realmente la gran época de Valladolid, como antes había sido la de Burgos. Valladolid tuvo entonces grandes mecenas: el conde Pedro Ansúrez, inhumado en la catedral bajo un mausoleo digno de él; el cardenal González de Mendoza; el rey Felipe II,  agradecido por ser su lugar de cuna, Fabio Nelli, cuya casa de estilo corintio adornada con escudos todavía existe; Diego Sarmiento de Acuña, que poseía una de las mejores bibliotecas de España, y otros grandes personajes. Hoy en día, únicamente le queda un Mecenas; pero creo que es mucho más duradero que los anteriores; se trata del Canal de Castilla...

Vista aérea de Valladolid
Litografía de Alfred Guesdon (hacia 1854)
(L'Illustration Jounal Universel. París)





De la amplia descripción que hace de la ciudad, de sus monumentos y de sus edificios, es de suponer que monsieur Bégin pasó varios días en Valladolid y que vivió con intensidad su estancia, ya que demuestra tener un amplio conocimiento de la vida de la ciudad.
Tras la Plaza Mayor, es el paseo del Espolón nuevo, en la orilla izquierda del Pisuerga, y el de Campo Grande, los que prefieren los habitantes de Valladolid; aunque tienen el inconveniente de encontrase en las afueras de la ciudad y de estar expuestos tanto a una excesiva humedad, como a mucha polvareda. Hay otro paseo, más interesante para el turista, el paseo por las calles, por la mañana cuando se abren las puertas de la ciudad y una afluencia de arrieros llega para llenarlas; o al mediodía, cuando los porches abiertos en las fachadas de las casas permiten al curioso penetrar en el patio y percibir su disposición arquitectónica. Valladolid presenta un anticipo de las construcciones árabes que observaremos casi por todas partes más allá de los límites de Castilla.
Valladolid. Iglesia de Santa María la Antigua
(El Museo Universal 1865)



 Tras hacer una larga exposición sobre los escultores de la escuela vallisoletana, el viajero francés se detiene en el mundo de las letras, del que hace comentarios poco elogiosos:
La biblioteca no ofrece nada especialmente interesante, ni muy antiguo, ya que los manuscritos de Diego Sarmiento de Acuña, que se habían librado de los gusanos y de la humedad, fueron consumidos por el fuego de los vándalos modernos; y los libros de los conventos han perdido casi todos, el destino que les correspondía. Quince mil volúmenes componen la colección; cifra bien escasa para una ciudad universitaria, pero más que suficiente en relación con la afluencia de lectores.
Al calificar a Valladolid con el título de ciudad lietraria, no había pretendido decir que fuera una localidad letrada, pese a sus catorce librerías, sus numerosos encuadernadores (relieurs), su legión de alumnos y su profesorado académico; porque los profesores hablan en el vacío; los alumnos, mal alojados, mal alimentados, indisciplinados, van a lo que salga; los encuadernadores preparan obras que no han leído, y las librerías morirían de hambre si no fuera por la venta de imágenes y de libros de iglesia. Aquí los carteles, las inscripciones monumentales están plagados de faltas, y pese a la tardía admiración que los vallisoletanos acaban de mostrar por Cervantes, cuyo nombre ostenta un café donde he tomado bastantes malos sorbetes, creo que hoy en día Cervantes, sufriría en Valladolid, como antaño, las penurias de un encarcelamiento.
Monsieur Bégin termina su capítulo sobre la ciudad castellana con un párrafo lleno de sarcásticos comentarios y lejos de las alabanzas iniciales:
Seamos tan generosos como Cervantes; olvidemos que un joyero de esta ciudad nos ha pedido un quince por ciento de comisión por cambiar nuestro oro francés por oro español; olvidemos las incomodidades del hotel, los desagradables cocheros, los envenenamientos culinarios que nos han reducido al régimen de Sangredo (puede referirse a los efectos laxantes del árbol con ese nombre). Si alguna vez volvemos, trataremos de encontrar, como Gil Blas, la mesa de un canónigo, que no tenga en su biblioteca más que tres libros: El Cocinero perfecto, El Tratado de la indigestión y el Breviario.  

Parte I: Desde la frontera hasta Vitoria

Parte II: De Vitoria hasta Burgos


Fuentes:

Libros:
-Émile A. Bégin. (1852). Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. Paris. Belin-Leprieur et Morizot, Editeurs.

Webs:
Biblioteca nacional de España. BNE
Gallica. BnF
The British Library

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