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viernes, marzo 10, 2023

Diligencias, caballos, mulas y borricos (2 de 2)

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Otros carruajes y animales de carga y transporte

Las diligencias con tiros de 8 a 10 cuadrúpedos eran utilizadas en viajes largo. Para trayectos más cortos, a poblaciones cercanas, estaciones de ferrocarril o dentro de la ciudad, se utilizaban los coches de colleras, con tiros de 6 mulas o menos. Otros carruajes menores eran las incómodas galeras y tartanas. Para uso privado, había variedad de modelos,  adaptados a las necesidades y encargos de los clientes.

Diligencia a la estación
Los trayectos cortos disminuían las horas de incomodidad, aun así, los inconvenientes no facilitaban las ganas de viajar. Incluyo un fragmento del relato contenido en el libro "Estampas requenenses", publicado en 1962, del cronista de Requena, Rafael Bernabeu López, que ofrece una imagen costumbrista del viaje en diligencia de Requena a Valencia, unos 68 km de distancia, para los que se tardaba día y medio en recorrer:
Hace cosa de doscientos años, la poca gente que tenía necesidad de viajar lo hacía en diligencia, cuando no en carreta o a caballo.
La diligencia era entonces el vehículo por excelencia; pero... Imagínense ustedes un carromato tambaleándose por endiablados caminos, entre barrizales y nubes de polvo; con mil atascos que el postillón resolvía con su látigo y la típica oratoria que dio nombre al cerro de la Hostia...

Dentro de aquélla maldita jaula, los infelices viajeros iban de un lado a otro, entre zarandeos y congojas que les ponían en trance de cambiar doblones y pesetas.
Ilustración de la portada del libro:
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress
El servicio regular de diligencias entre Requena y Valencia data de mediados del siglo XVIII.
Nuestra diligencia era de cinco caballos y tenía su estación de servicio en el parador del Conde o del Carmen (propiedad entonces de don Nicolás García-Dávila, conde de Ibangrande); luego, en el Portal y, por último, en el de San Carlos.

De buena mañana, unos bocinazos prevenían a los viajeros. Tras las despedidas y reiteradas recomendaciones, restallaba la fusta del mayoral, y el pesado vehículo, entre adioses y cascabeleos, abandonaba la ciudad.

Horas después, en la venta del Relator o en Venta Quemada, cambio de caballos; pues lo de la parada y fonda no rezaba con los que llevaban avío para una semana y una bota de media arroba para distraerse en tan largo camino.

Por la tarde, se escalaba penosamente el Portillo de Buñol, llegando los molidos viajeros a la posada de Chiva, donde finalizaba la primera etapa.

Al día siguiente, a rodar de nuevo en post de los paradores del Poyo y del Ciprés. El cruce de la llanada de Cheste-al-campo era ya coser y cantar.

Al fin, el bravo conductor detenía su polvoriento carromato junto a la muralla, en la puerta de Cuarte. Y entre dos luces, la diligencia hacía su entrada triunfal en la famosa Valencia, rindiendo viaje en el parador de la Carda, próximo al mercado.
Y los viajeros, renqueando como inválidos, abandonaban aquella maldita nave, dando gracias al Altísimo por el feliz arribo.

Dos días después, la diligencia emprendía el regreso con nuevas víctimas que llegaban derrengadas y maltrechas a la famosa Requena.
Una vez en la ciudad, había la posibilidad de tomar un "taxi", es decir una tartana, en plan económico, o un coche de caballos o calesa, si la economía lo permitía, y la categoría de la población lo hacía posible. En su visita a Valencia, en 1859, el escritor y dibujante A. C. Andros y acompañante, alquilan una tartana para un recorrido por la ciudad:

Tartana
Amias Charles Andros (1837-1898)
Pen and Pencil, Sketches of a Holiday in Spain
1860
Fuente: Ministerio de Cultura...
Hacia el mediodía alquilamos una tartana o taxi español. Un vehículo cubierto, totalmente carente de suspensión y terriblemente incómodo, en el que nos zarandean y mueven hasta la Alameda, o paseo público, una hermosa avenida que bordea las orillas del río Turia, o Guadalaviar, atravesado por dos enormes puentes, aunque el arroyo, al ser utilizado en gran medida para regar el país, está casi seco. Glorioso es el paisaje circundante, rico en álamos, algarrobos, olivos y palmeras...

Más explícito se muestra el barón de Davillier, en sus comentarios sobre un trayecto de Valencia a la Albufera, en una tartana o galera, quien en compañía del ilustrador Gustave Doré, recorrió España hacia 1860, publicando por entregas, su experiencia entre los años 1862 y 1873. 

Un tartanero
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier
Llegó el momento de partir; habíamos tenido la precaución de contratar con varios días de antelación una tartana en la posada de Teruel, porque todos los vehículos de cualquier clase, estaban comprometidos para el día grande. Antes del amanecer, nuestro tartanero nos esperaba en la puerta de la fonda; poco después salimos de Valencia, echando una mirada de despedida a sus campanarios; pasamos bajo la soberbia puerta de Serranos, - la puerta de los montañeses, construcción del siglo catorce, cuyas dos torres maquiavélicas, iluminadas de rosa por los primeros rayos de sol, parecían una decoración de ópera. Pronto cruzamos el Guadalaviar, y entramos en la huerta.

Nuestro tartanero, que se llamaba Vicente, como las tres cuartas partes de los valencianos, nos hizo pasar por caminos abominables, con el pretexto de tomar el más corto, y nuestro vehículo, completamente desprovisto de resortes, se puso a dar espantosos saltos, para los que, afortunadamente, en nuestro viaje de Barcelona a Valencia habíamos empezado a acostumbrarnos. Sin embargo debo decir que Vicente no nos hizo caer, aunque se propuso adelantar a los carruajes de toda condición que llevaban muchos cazadores; sabía salvar los baches con gran destreza; estaba muy orgulloso de ello, y deseaba justificar ante los extranjeros, la reputación que tenía entre sus compatriotas de ser el más hábil calesero de toda España.

Para el transporte de las mercancías se utilizaban tartanas adaptadas, y sobre todo, carros en multitud de formas y armazones.
Amias Charles Andros (1837-1898)
Pen and Pencil, Sketches of a Holiday in Spain
1860
Fuente: Ministerio de Cultura...


A su paso por Sagunto, A.C. Andros, se sorprende por la cantidad de carros y personas, camino del trabajo en el campo.

Los caminos llenos de campesinos, que van a su trabajo diario. Numerosos carros cargados con figuras recostadas, y acompañantes, sentados de lado en sus pacientes mulas, adornadas con llamativas borlas rojas, pasan a nuestro lado a cada minuto. Los carros son artilugios primitivos, que no tienen más que una plataforma de madera montada sobre ruedas, con toscos palos en los laterales. 


Carro transportando tinajas en Murcia
La curiosa fotografía de 1870, tomada por Jean Laurent (1816-1886), sirvió para ser reproducida en varios libros de viajes posteriores. El grabado de la derecha fue incluido en un libro de 1894  


  
Carro con seis mulas en Toledo
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress

Caballos, mulas, burros, asnos y animales de carga, fueron indispensables en España, hasta mediados del sigo XX. Sin ellos, las actividades cotidianas de las personas hubieran sido enormemente duras y penosas. La compra-venta de caballerías, llegó a ser uno de los negocios más lucrativos, y origen de algunas acaudaladas fortunas.
Grupo de asnos y mulas en los alrededores de Aranjuez
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier

En el pasaje del viaje a Toledo desde Madrid, el barón Davillier escribe:  

El viaje desde Madrid se hace ahora por ferrocarril, y sólo requiere tres horas. Hacía poco que había salido el sol, cuando el ómnibus de la estación vino a recogernos a la fonda; bajamos rápidamente, y apenas tuvimos tiempo de saludar al pasar por la Puerta del Sol, donde los rayos del sol naciente coloreaban de rojo los agrietados muros. Sobre el camino  se alzaba una nube de polvo levantada por una interminable caravana de burros y mulos cargados de agua, carbón, haces de leña, frutas y verduras, y otras provisiones para la ciudad; los campesinos a pie subían lentamente por la colina junto a sus bestias, tatareando su monótona canción.

Entre las tareas, en las que se empleaban animales, las había de todo tipo, y unas eran menos penosas que otras, al igual que el trato de sus dueños, que variaba según el carácter de los mismos, y su estado de ánimo diario. En el grabado siguiente, Gustave Doré dibuja una escena, en la que una pobre mula, da vueltas a una noria, mientras dos niños pequeños la azuzan, golpeándola con palos, el padre, de pie, los observa, y la madre, sentada de espaldas, sostiene entre sus brazos otra criatura.  

La noria
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier

Para los burros y asnos, estaban reservadas tareas conforme a su tamaño y fuerza, siendo una de las más comunes, la de acarreadores de cántaros y tinajas con agua, para suministro de propios y extraños, oficio que ejercían los aguadores.
Burros transportando cántaros de agua
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress
En los años 1823 y 1850, el médico e historiador francés, Émile Bégin (1802-1888), viajó por España y Portugal, y en 1852 publicó un libro con sus impresiones sobre el país, habitantes y costumbres, dedicando un capítulo entero al agua, los aguadores y aspectos relacionados con la tarea, en distintas zonas de la Península.
Aguador y clientes en Granada
Ilustración de Rouargue frères
De Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal
 
El agua, considerada como una mercancía, sostiene, alimenta cantidad de empleos. Mientras que en Francia, el oficio de porteador de agua no se ejerce más que en Paris, en España se encuentra en todas las principales ciudades; en Madrid, una plaza de aguador se vende como un cargo de notario. Desde que un aguador de nombre, es decir un comerciante de agua consigue el puesto, hereda la clientela de su predecesor, convirtiéndose en el proveedor de confianza, recibe encargos, hace recados y vive a expensas del burgués. El aguador es necesariamente, un gallego. En Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, los aguadores comercian y forman un gremio numeroso. Son los auténticos, los únicos dispensadores de la salud pública. Especialmente en Sevilla, una ciudad elegante donde, incluso en las cosas más pequeñas, hay una cierta búsqueda del buen gusto y de la limpieza, los aguadores se distinguen por su manera de mostrar la mercancía o por la forma especial de distribuirla. Sus pequeños negocios están llenos de plantas, con ramas de limonero, naranjo o higuera; recorren las calles con cántaros de arcilla amarilla, ...
Émile Bégin. Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. 



Los aguadores
Source gallica.bnf.fr / BnF 






Grabado de Gaston Vuillier (1845-1915), que muestra a los aguadores, y gentes con cántaros de agua, dirigiéndose a la puerta de Las Tablas, en Ibiza, que da acceso a la ciudad alta o vieja (la Vila)
Ilustración incluida en el libro Les Iles oubliées del mismo autor que el dibujo, publicado en 1893.
 




Termino esta entrada con un cuadro costumbrista del pintor Eduardo Zamacois, en el que representa una estampa amable, que refleja la tozudez que la fama atribuye a los simpáticos borricos.  

Regreso al convento
Eduardo Zamacois y Zabala (1841-1871)
Museo Carmen Thyssen Málaga














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