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viernes, marzo 10, 2023

Diligencias, caballos, mulas y borricos (2 de 2)

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Otros carruajes y animales de carga y transporte

Las diligencias con tiros de 8 a 10 cuadrúpedos eran utilizadas en viajes largos. Para trayectos más cortos a poblaciones cercanas, estaciones de ferrocarril o dentro de la ciudad, se utilizaban los coches de colleras, con tiros de 6 mulas o menos. Otros carruajes menores eran las incómodas galeras y tartanas. Para uso privado existían variedad de modelos,  adaptados a las necesidades y encargos de los clientes.

Diligencia a la estación
Los trayectos cortos disminuían las horas de incomodidad, aun así, los inconvenientes no facilitaban las ganas de viajar. Incluyo un fragmento del relato contenido en el libro "Estampas requenenses", publicado en 1962, del cronista de Requena, Rafael Bernabeu López, que ofrece una imagen costumbrista del viaje en diligencia de Requena a Valencia, unos 68 km de distancia, para los que se tardaba día y medio en recorrer:
Hace cosa de doscientos años, la poca gente que tenía necesidad de viajar lo hacía en diligencia, cuando no en carreta o a caballo.
La diligencia era entonces el vehículo por excelencia; pero... Imagínense ustedes un carromato tambaleándose por endiablados caminos, entre barrizales y nubes de polvo; con mil atascos que el postillón resolvía con su látigo y la típica oratoria que dio nombre al cerro de la Hostia...

Dentro de aquélla maldita jaula, los infelices viajeros iban de un lado a otro, entre zarandeos y congojas que les ponían en trance de cambiar doblones y pesetas.
Ilustración de la portada del libro:
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress
El servicio regular de diligencias entre Requena y Valencia data de mediados del siglo XVIII.
Nuestra diligencia era de cinco caballos y tenía su estación de servicio en el parador del Conde o del Carmen (propiedad entonces de don Nicolás García-Dávila, conde de Ibangrande); luego, en el Portal y, por último, en el de San Carlos.

De buena mañana, unos bocinazos prevenían a los viajeros. Tras las despedidas y reiteradas recomendaciones, restallaba la fusta del mayoral, y el pesado vehículo, entre adioses y cascabeleos, abandonaba la ciudad.

Horas después, en la venta del Relator o en Venta Quemada, cambio de caballos; pues lo de la parada y fonda no rezaba con los que llevaban avío para una semana y una bota de media arroba para distraerse en tan largo camino.

Por la tarde, se escalaba penosamente el Portillo de Buñol, llegando los molidos viajeros a la posada de Chiva, donde finalizaba la primera etapa.

Al día siguiente, a rodar de nuevo en post de los paradores del Poyo y del Ciprés. El cruce de la llanada de Cheste-al-campo era ya coser y cantar.

Al fin, el bravo conductor detenía su polvoriento carromato junto a la muralla, en la puerta de Cuarte. Y entre dos luces, la diligencia hacía su entrada triunfal en la famosa Valencia, rindiendo viaje en el parador de la Carda, próximo al mercado.
Y los viajeros, renqueando como inválidos, abandonaban aquella maldita nave, dando gracias al Altísimo por el feliz arribo.

Dos días después, la diligencia emprendía el regreso con nuevas víctimas que llegaban derrengadas y maltrechas a la famosa Requena.
Una vez en la ciudad, había la posibilidad de tomar un "taxi", es decir una tartana, en plan económico, o un coche de caballos o calesa, si la economía lo permitía, y la categoría de la población lo hacía posible. En su visita a Valencia, en 1859, el escritor y dibujante A. C. Andros y acompañante, alquilan una tartana para un recorrido por la ciudad:

Tartana
Amias Charles Andros (1837-1898)
Pen and Pencil, Sketches of a Holiday in Spain
1860
Fuente: Ministerio de Cultura...
Hacia el mediodía alquilamos una tartana o taxi español. Un vehículo cubierto, totalmente carente de suspensión y terriblemente incómodo, en el que nos zarandean y mueven hasta la Alameda, o paseo público, una hermosa avenida que bordea las orillas del río Turia, o Guadalaviar, atravesado por dos enormes puentes, aunque el arroyo, al ser utilizado en gran medida para regar el país, está casi seco. Glorioso es el paisaje circundante, rico en álamos, algarrobos, olivos y palmeras...

Más explícito se muestra el barón de Davillier, en sus comentarios sobre un trayecto de Valencia a la Albufera, en una tartana o galera, quien en compañía del ilustrador Gustave Doré, recorrió España hacia 1860, publicando por entregas su experiencia entre los años 1862 y 1873. 

Un tartanero
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier
Llegó el momento de partir; habíamos tenido la precaución de contratar con varios días de antelación una tartana en la posada de Teruel, porque todos los vehículos de cualquier clase, estaban comprometidos para el día grande. Antes del amanecer, nuestro tartanero nos esperaba en la puerta de la fonda; poco después salimos de Valencia, echando una mirada de despedida a sus campanarios; pasamos bajo la soberbia puerta de Serranos, - la puerta de los montañeses, construcción del siglo catorce, cuyas dos torres maquiavélicas, iluminadas de rosa por los primeros rayos de sol, parecían una decoración de ópera. Pronto cruzamos el Guadalaviar, y entramos en la huerta.

Nuestro tartanero, que se llamaba Vicente, como las tres cuartas partes de los valencianos, nos hizo pasar por caminos abominables, con el pretexto de tomar el más corto, y nuestro vehículo, completamente desprovisto de resortes, se puso a dar espantosos saltos, para los que, afortunadamente, en nuestro viaje de Barcelona a Valencia habíamos empezado a acostumbrarnos. Sin embargo debo decir que Vicente no nos hizo caer, aunque se propuso adelantar a los carruajes de toda condición que llevaban muchos cazadores; sabía salvar los baches con gran destreza; se mostraba muy orgulloso de ello, y deseaba justificar ante los extranjeros, la reputación que tenía entre sus compatriotas de ser el más hábil calesero de toda España.

Para el transporte de las mercancías se utilizaban tartanas adaptadas, y sobre todo, carros en multitud de formas y armazones.
Amias Charles Andros (1837-1898)
Pen and Pencil, Sketches of a Holiday in Spain
1860
Fuente: Ministerio de Cultura...


A su paso por Sagunto, A.C. Andros, se sorprende por la cantidad de carros y personas, camino del trabajo en el campo.

Los caminos llenos de campesinos, que van a su trabajo diario. Numerosos carros cargados con figuras recostadas, y acompañantes, sentados de lado en sus pacientes mulas, adornadas con llamativas borlas rojas, pasan a nuestro lado a cada minuto. Los carros son artilugios primitivos, que no tienen más que una plataforma de madera montada sobre ruedas, con toscos palos en los laterales. 


Carro transportando tinajas en Murcia
La curiosa fotografía de 1870, tomada por Jean Laurent (1816-1886), sirvió para ser reproducida en varios libros de viajes posteriores. El grabado de la derecha fue incluido en un libro de 1894  


  
Carro con seis mulas en Toledo
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress

Caballos, mulas, burros, asnos y animales de carga, fueron indispensables en España, hasta mediados del sigo XX. Sin ellos, las actividades cotidianas de las personas hubieran sido enormemente duras y penosas. La compra-venta de caballerías, llegó a ser uno de los negocios más lucrativos, y origen de algunas acaudaladas fortunas.
Grupo de asnos y mulas en los alrededores de Aranjuez
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier

En el pasaje del viaje a Toledo desde Madrid, el barón Davillier escribe:  

El viaje desde Madrid se hace ahora por ferrocarril, y sólo requiere tres horas. Hacía poco que había salido el sol, cuando el ómnibus de la estación vino a recogernos a la fonda; bajamos rápidamente, y apenas tuvimos tiempo de saludar al pasar por la Puerta del Sol, donde los rayos del sol naciente coloreaban de rojo los agrietados muros. Sobre el camino  se alzaba una nube de polvo levantada por una interminable caravana de burros y mulos cargados de agua, carbón, haces de leña, frutas y verduras, y otras provisiones para la ciudad; los campesinos a pie subían lentamente por la colina junto a sus bestias, tatareando su monótona canción.

Entre las tareas, en las que se empleaban animales, las había de todo tipo, y unas eran menos penosas que otras, al igual que el trato de sus dueños, que variaba según el carácter de los mismos, y su estado de ánimo diario. En el grabado siguiente, Gustave Doré dibuja una escena, en la que una pobre mula, da vueltas a una noria, mientras dos niños pequeños la azuzan, golpeándola con palos, el padre, de pie, los observa, y la madre, sentada de espaldas, sostiene entre sus brazos otra criatura.  

La noria
Dibujo de Gustave Doré (1832-1883)
L'Espagne
Barón C.H. Davillier

Para los burros y asnos, estaban reservadas tareas conforme a su tamaño y fuerza, siendo una de las más comunes, la de acarreadores de cántaros y tinajas con agua, para suministro de propios y extraños, oficio que ejercían los aguadores.
Burros transportando cántaros de agua
Young Americans in Spain de Miss Susan Hale
Fuente: Library of Congress
En los años 1823 y 1850, el médico e historiador francés, Émile Bégin (1802-1888), viajó por España y Portugal, y en 1852 publicó un libro con sus impresiones sobre el país, habitantes y costumbres, dedicando un capítulo entero al agua, los aguadores y aspectos relacionados con la tarea, en distintas zonas de la Península.
Aguador y clientes en Granada
Ilustración de Rouargue frères
De Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal
 
El agua, considerada como una mercancía, sostiene, alimenta cantidad de empleos. Mientras que en Francia, el oficio de porteador de agua no se ejerce más que en Paris, en España se encuentra en todas las principales ciudades; en Madrid, una plaza de aguador se vende como un cargo de notario. Desde que un aguador de nombre, es decir un comerciante de agua consigue el puesto, hereda la clientela de su predecesor, convirtiéndose en el proveedor de confianza, recibe encargos, hace recados y vive a expensas del burgués. El aguador es necesariamente, un gallego. En Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, los aguadores comercian y forman un gremio numeroso. Son los auténticos, los únicos dispensadores de la salud pública. Especialmente en Sevilla, una ciudad elegante donde, incluso en las cosas más pequeñas, hay una cierta búsqueda del buen gusto y de la limpieza, los aguadores se distinguen por su manera de mostrar la mercancía o por la forma especial de distribuirla. Sus pequeños negocios están llenos de plantas, con ramas de limonero, naranjo o higuera; recorren las calles con cántaros de arcilla amarilla, ...
Émile Bégin. Voyage pittoresque en Espagne et en Portugal. 



Los aguadores
Source gallica.bnf.fr / BnF 






Grabado de Gaston Vuillier (1845-1915), que muestra a los aguadores, y gentes con cántaros de agua, dirigiéndose a la puerta de Las Tablas, en Ibiza, que da acceso a la ciudad alta o vieja (la Vila)
Ilustración incluida en el libro Les Iles oubliées del mismo autor que el dibujó, publicado en 1893.
 





 

—¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas y, finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa!

Pasaje del "Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", en el que Sancho Panza se lamenta del robo de su asno.



Sancho Panza y su asno

Grabado de Tony Johannot  (1803-1852)
Color digitalizado



Termino esta entrada con un cuadro costumbrista del pintor Eduardo Zamacois, en el que representa una estampa amable, que refleja la tozudez que la fama atribuye a los sufridos borricos.  

Regreso al convento
Eduardo Zamacois y Zabala (1841-1871)
Museo Carmen Thyssen Málaga














viernes, enero 27, 2023

Cronología de la Historia: 1808-8. Valencia (cap. 10)

 Ver cap. anterior

1808-8

Valencia, del 4 al 28 de junio

Con el fin de sofocar las revueltas de Valencia y Andalucía, el mariscal Murat, lugarteniente de Napoleón en España, dispuso el envío de tropas de las que estaban acantonadas en Madrid, Toledo y alrededores. La misión de Valencia se la encomendó al mariscal Moncey, uno de los pocos generales franceses que gozaba del respeto de los españoles, por la disciplina que imponía a sus soldados. Con un contingente de entre 9.000 y 10.000 hombres, entre infantes, artilleros, caballería y personal de intendencia, partió el 4 de junio hacia Valencia, con instrucciones de acudir con la máxima rapidez.

A las tropas francesas debían unirse dos batallones de infantería, uno de ellos de Guardias Españolas y otro de Guardias Walonas, que sumaban unos 1.500 soldados. Ninguno de los dos cuerpos llegó a integrarse al completo a la expedición, ya que la mayor parte de sus efectivos aprovecharon para desertar y/o unirse a las tropas defensoras.
Mapa de la época con las dos posibles rutas Madrid-Valencia
Mapa de España y Portugal (1809-1810)
Vicente Beneyto, Manuel y Vicente Peleguer

Cartografía©Instituto Geográfico Nacional de España

Para llegar a Valencia, Moncey tenía dos posibles rutas; la más llana y accesible era la que pasaba por Albacete, aunque era la más larga; la segunda iba por Cuenca, y aunque más corta, también era la más montañosa y con más cauces de río para cruzar. El militar francés eligió la segunda opción y en la tarde del día 11, acuartelaba en Cuenca sus tropas, sin que hubiera que lamentar excesos de los soldados. Murat receloso de la tardanza de Moncey en su avance, le envía al general Excelmans con una escolta, para hacerse cargo de la vanguardia y forzar la marcha, pero son hechos prisioneros en Saelices y enviados a Valencia.

Bon-Adrien J. de Moncey (1754-1852)
Obra de Jacques-Luc B.Walbonne (1769-1860)
Palacio de Versalles
Para conquistar la ciudad levantina, el plan previsto era que a las tropas dirigidas por Moncey, se unieran las procedentes de Barcelona, al mando del general Chabran. Estar informado era esencial, pero las comunicaciones con Madrid eran interceptadas por partidas aisladas que detenían a los mensajeros, y de Chabran lo último que se sabía, era que sus tropas habían ocupado Tarragona.

Batalla del puente del Pajazo
Valencia era conocedora del avance de los franceses. Creyendo los españoles, que tomarían la ruta más fácil, la de Almansa, un cruce de caminos estratégico, habían reagrupado en la zona una gran cantidad de tropas, procedentes de Cartagena, Murcia, Alicante y de la propia Valencia. Al conocerse que Moncey había elegido el camino por Cuenca, la Junta de Valencia, mandó disponer de tropas en los pasos del río Cabriel, cuyo cauce avanza encajonado entre desfiladeros y hoces, formados entre los sistemas montañosos de la Ibérica y, cuyos puertos de Las Cabrillas o Contreras, siempre habían sido un serio obstáculo para las comunicaciones entre la meseta sur y Valencia.  

La escabrosa orografía de los pasos del Cabriel, era terreno propicio para tender una emboscada ventajosa. Así lo pensaba el coronel de ingenieros Carlos F.J. Cabrer Rodríguez, enviado para reconocer el terreno y que preparó un plan para hacer frente a las tropas napoleónicas, por cualquiera de los tres puentes de paso forzoso. Para hacerlo viable era preciso disponer de suficientes combatientes, y piezas artilleras. Varios cuerpos de voluntarios y soldados de recientes levas, fueron enviados, a los que se agregaron batallones procedentes del agrupamiento de Almansa, conformando un ejército de unos 8.000 hombres, que quedaron al mando del general, Pedro Adorno, nombrado con premura por la Junta de Valencia. 

La gesta de los zapadores (2011)
Obra de Augusto Ferre-Dalmau Nieto
Museo del Ejército. Toledo
El cuadro representa la marcha del Regimiento Real de Minadores-Zapadores, que el 24 de mayo de 1808 se declararon en rebeldía contra el gobierno dirigido por los invasores franceses, y salieron de Alcalá de Henares para dirigirse primero a Cuenca y posteriormente a Valencia, donde llegaron el día 7 de junio. Junto con la Academia de Ingenieros, fueron las primeras unidades militares en declararse formalmente en contra del ocupante francés.

En Almansa seguían reagrupándose combatientes a los que se habían unido parte de los batallones de Guardias españolas y walonas, que habían abandonado a los franceses, más el escuadrón de caballería de Olivenza. Al mando de este ejército, estaba provisionalmente, el teniente general Pedro González Llamas, al que tenía que sustituir el capital general de Valencia, el conde de Cervelló, Felipe Carlos Osorio y de Castelví.

En total, las tropas dispuestas entre Almansa y los pasos del Cabriel, sumarían más de 23.000 efectivos, a los que se unirían más civiles y soldados desertores del contingente francés. Este derroche de fuerzas, divididas entre dos puntos alejados más de 100 km entre sí, no parecía ser la mejor táctica, cuando era notorio que estando Moncey y sus tropas en Cuenca, tendría que cruzar el río Cabriel para llegar a Valencia, y salvar la orografía de la sierra de Las Cabrillas.

El día 18 de junio, los franceses, bien descansados y provisionados abandonan la ciudad conquense. Pese a la férrea disciplina que el general imponía a sus soldados, los habitantes de las poblaciones por las que pasaban, no se fiaban y las dejaban desiertas. Moncey preveía llegar a las afueras de Valencia el día 25, donde debería confluir con el general Chabran.

Para contener a los franceses, el improvisado general Pedro Adorno, repartió sus hombres, de manera desigual entre los tres pasos del desfiladero del Cabriel, dio las instrucciones que estimó y se quedó en Requena, donde había asentado su cuartel, lejos de la línea del frente, y casi con la mitad de sus tropas.

Mapa con los tres pasos principales que comunicaban Castilla con Valencia
Mapa base obtenido del Atlas Nacional de España de 1965
Cartografía©Instituto Geográfico Nacional de España

De los tres pasos del Cabriel posibles, el de Contreras o Cabrillas, el de Vadocañas y el Pajazo, los franceses eligieron este último, en el que además de un puente, la anchura del cauce en las proximidades, permitía vadearlo. En las laderas del puente del Pajazo, se habían posicionado los españoles con unos 3.500 hombres, de los cuales únicamente eran veteranos un batallón de unos 850 guardias suizos al mando del experimentado coronel Traxler, y un batallón de Guardias Españolas, a las órdenes del brigadier José Ignacio Miramón, con unos 400 hombres. A iniciativa de la Junta de Requena y ante la falta de toma de decisión del general Adorno, unos 500 paisanos se llegaron al paso, trayendo consigo cuatro cañones que había enviado Valencia; dos de los cañones fueron colocados precipitadamente en la entrada del puente y otros dos en altura. Conocedores de que Moncey cruzaría por el Pajazo, el coronel Traxler consiguió que dos compañías de granaderos, de las que Adorno había situado en el paso de Vadocañas, vinieran a reforzar la posición. 

El día 21 asoman las fuerzas francesas llegadas desde Minganilla; despliegan tres columnas que abren el abanico de tiradores que bajan por las laderas de las montañas. Los cañones del puente, colocados con prisas, no son eficaces en su posición; los fusileros españoles contienen momentáneamente el despliegue de los franceses que, con dificultad consiguen montar una batería artillera, con la que neutralizan los cañones situados en altura de los defensores. Mientras, se han multiplicado los soldados enemigos, que han vadeado el río y que se agrupan en el margen derecho; las guardias españolas retroceden, también las suizas, y al toque de retirada, los paisanos abandonan la lucha que apenas ha durado una hora. Una compañia suiza todavía aguantará un tiempo, pero acosados, con 20 muertos y varios heridos, se rendirán y los supervivientes engrosarán las filas francesas. Otra parte de las tropas suizas, con el coronel Traxler, se perderán entre las montañas, debiendo capitular días después. Por su parte, el general Adorno, había centrado sus fuerzas en el alejado paso de Vadocañas, y en lugar de acudir en ayuda de los defensores del Pajazo, decide dar la vuelta y unirse a las tropas del general González Llamas. Dos años después, Adorno sería apartado del servicio.

Batalla de Las Cabrillas
Aunque las tropas francesas habían salvado el Cabriel, todavía debían cruzar las estribaciones montañosas de la sierra y el desfiladero de Las Cabrillas. Para recomponer y animar a los combatientes, la Junta de Valencia envió al infatigable padre Rico que, aunque no era militar, tenía el arrojo y energía que parecía faltar a otros. El día 23, se reúne con Miramón, el nuevo comandante en jefe, y con las pocas fuerzas regladas que quedaban, organizan la defensa del camino real, único lugar por el que los franceses podían avanzar con su artillería y caballería. De tropas veteranas apenas quedaban unos 300 militares, y el grueso de los defensores lo formaban unos 3.000 paisanos provistos de las armas y objetos más variopintos.

Mapa con el recuadro de la zona del desfiladero de Las Cabrillas
Atlas Geográfico de España...(1790?)
Matías López de Vargas (1730-1802)
Fuente: Biblioteca del Banco de España

El día 22, Moncey dejó descansar a sus tropas; al día siguiente llegó a Utiel, y se dispuso a pasar el desfiladero formado por el río de Siete Aguas (hoy río Buñol). 
Este desfiladero conocido con el nombre de desfiladero de las Cabreras, está formado por el cauce de un arroyo, que había que vadear hasta seis veces, y tenía fama de inexpugnable. El mariscal Moncey, por su lentitud había permitido a los insurgentes posicionarse y multiplicar sus medios de resistencia. Vencer de frente los obstáculos que nos oponían era casi imposible, y podría costar enormes pérdidas. A. Thiers. Histoire de l'Empire.

Los españoles situaron tropas regulares en la ladera derecha; a los numerosos paisanos, mal armados, se les distribuyó por las montañas del margen izquierdo, junto con un grupo de militares; en el centro, ya en el camino, a la altura del lugar conocido como El Portillo, se dispuso una batería con las únicas piezas artilleras disponibles, dos cañones y un obús, servidas por guardias y soldados del regimiento de Saboya.

Es 24 de junio, poco antes del mediodía, Moncey y sus tropas llegan al inicio del desfiladero. Simulan un ataque por el centro con caballería y bombardean la batería española. Centrados los defensores en el camino, Moncey lanza dos columnas por los flancos. Los franceses suben por las abruptas laderas, los defensores disparan desde múltiples posiciones, la lucha cuerpo a cuerpo se generaliza. Cuatro horas después de iniciados los combates, la pelea continuaba.  A cada embestida de la caballería imperial para neutralizar la batería valenciana, eran repelidos por la lluvia de metralla que les caía. Finalmente, una de las columnas francesas, consigue ganar las alturas del margen derecho, que les da una posición ventajosa, que permite a la caballería atacar la batería española, matando a seis oficiales y a 94 de los 184 veteranos que la protegían. La acción provocará la retirada y claudicación de los defensores, acabando la lucha sobre las seis de la tarde. Los vencedores se dirigieron a Buñol, donde se dedicaron a toda clase de excesos y pillajes, que continuarían en Chiva y alquerías vecinas. La fértil y rica huerta valenciana quedaba a merced de la avariciosa soldadesca.

                  (Extracto de la obra escrita por Fray Vicente Martínez Colomer, publicada en 1810) 

Durante su estancia enl Buñol, el mariscal Moncey envió mensajes a la Junta de Valencia, proponiéndoles que se rindieran para evitar inútiles baños de sangre; los valencianos respondieron reafirmándose en la defensa de la ciudad.

Combate de San Onofre
Un nuevo enfrentamiento en campo abierto iba a tener lugar. Conocedora la Junta valenciana del fracaso de las Cabrillas, armó a la población y pidió el apoyo de personajes de la nobleza, para aglutinar un cuerpo defensivo. También encargó al brigadier Felipe de Saint-Marcq la reagrupación de las tropas dispersas y formación de un ejército, que debería situarse en Quart, en las proximidades de la ermita de San Onofre, con la idea de atacar a las fuerzas francesas en campo abierto. El conde de Cervellón, que fue incapaz de apoyar a los suyos en las Cabrillas, seguía lejos de Valencia, que lo reclamaba para su defensa. Su inoperancia, demostraba que no era merecedor del cargo de capitán general que ostentaba. 

Dibujo de Vicente López Enguídanos
Grabado de Tomás López Enguídanos
Sucesos de Valencia
Fr. Vicente Martínez Colomer
Fuente: Biblioteca Digital Valenciana


El brigadier Saint-Marcq, de origen belga y que había servido en las Guardias Walonas, al servicio de España, intentó organizar las fuerzas reclutadas, y junto con el marqués de Cruilles, daba instrucciones para la mejor defensa y preparación del combate. Por desgracia, la indisciplina y el desorden de las gentes, estuvo  a punto de costarles la vida. En la noche del día 25 se les une el brigadier Josep Caro con cerca de 2.000 efectivos, provocando el alborozo de los congregados, que se amotinan y piden que sea Caro quien les dirija, petición a la que accede Saint-Marcq de mutuo acuerdo con aquél. Preparan el terreno, disponiendo las piezas artilleras, cortando árboles, despejando el terreno, inutilizando el puente de Quart y cambiando de posición el campamento, situándolo en retaguardia.

Amanece el día 26 y de los casi 8.000 paisanos del día anterior, únicamente quedaban en el sitio unos 150. Posteriormente, a lo largo del día se reincorporarán gran parte de los civiles, varios batallones y escuadrones de tropas regulares. Al día siguiente, Moncey acometerá con las tres columnas habituales, y tras poco más de una hora, desbaratará la defensa valenciana. Sus tropas descansarán esa noche en Quart, Manises y Aldaia, a las puertas de Valencia. 

Primer sitio de Valencia
Los vecinos retomaron los preparativos para la defensa de su ciudad. Colocaron cañones en las torres de Quart, reforzaron con sacos terreros los tramos sin murallas, construyeron plataformas de madera para montar baterías, colocaron cañones en el resto de puertas de la ciudad, y fabricaron petos para proteger la fusilería. El perímetro y tejados de la ciudad quedaron poblados de ciudadanos de todos los oficios y clases sociales.

Puerta y torres de Quart
Museo Universal, 1860
Fuente: BNE

Estamos a 28 de junio; poco después de las ocho de la mañana, una enorme polvareda en el camino de Quart a Mislata, avisa de que el enemigo se acerca a la ciudad. Los franceses forman dos anchas columnas, con la caballería avanzada; Moncey y sus mandos dan órdenes e indican las posiciones de baterías para las piezas de artillería. El mariscal francés envía por tercera vez a un emisario para exigir la rendición de Valencia; un prisionero, el coronel Soriano es el encargado de transmitir el mensaje a la Junta, que es: capitular o morir, sin término medio. Ante un cuadro tan sombrío, la Junta duda y solicita tiempo para convocar a la Junta General, que pedirá a los párrocos que consulten a los feligreses de sus parroquias sobre la opción a adoptar. La respuesta general es la de: ¡guerra! 

El alguacil mayor, Joaquín Salvador, acompañado de un trompeta, es el encargado de llevar la respuesta al mariscal francés:

Excmo. Señor, el Pueblo prefiere la muerte en su defensa a todo acomodamiento. Así lo ha hecho entender a la Junta, y éste lo traslada a V.E. para su gobierno. Dios guarde a V.E. muchos años. Valencia, 28 de Junio de 1808.

Sobre el mediodía comienzan los bombardeos de los sitiadores, contestados por la artillería de los defensores, al tiempo que la fusilería dispara contra las tropas que avanzan. La eficaz disposición de los petos de protección de los cañones y su manejo, permiten la mejor efectividad de la artillería, y seguridad de los fusileros que la sostienen. Los disparos constantes y descargas de metralla, impiden la actuación de la caballería francesa, y las acometidas de la infantería napoleónica son rechazadas una y otra vez. Transcurren varias horas de la tarde, el cansancio afecta a los valencianos, pero también al enemigo, que además tiene dificultades para reponerse con líquido y comida. Algunas partidas de defensores realizan escaramuzas en el exterior, hostigando a los atacantes, que cambian la posición de sus cañones. Llegada la noche, siguen en menor medida los disparos; los franceses encienden hogueras y recogen numerosos carros con sus heridos y muertos; sitiados y sitiadores permanecen vigilantes y atentos a los movimientos del contrario.

Al día siguiente, informado Moncey de que se acercaban las tropas del general González Llamas, decide levantar el sitio y sobre las seis de la mañana comienza la retirada. Tras los carros de municiones, equipajes, y de heridos, iba una gran manada de puercos.     

Plano de Valencia con el ataque francés de 1808
Atlas de la guerra de la Independencia. José Gómez de Arteche
Fuente: Biblioteca Digital Valenciana

La victoria de los valencianos no tuvo su correspondencia con la actuación de algunos de sus jefes. Animados por el resultado, autoridades y vecinos, propusieron perseguir y atacar a las tropas francesas con los efectivos de la ciudad, las fuerzas del general González Llamas y las del conde de Cervelló, que hasta entonces no habían intervenido. Una vez más, el inoperante conde de Cervelló se negó a dar el paso. Quedaría relegado fuera de servicio, el resto de la guerra.

Los franceses consiguieron salvar el puerto de Almansa, y el día 3 de julio acamparon en Albacete. Desde Madrid, el general Savary, que había sustituido a Murat, había enviado refuerzos a Moncey, desconociendo el resultado del asedio a Valencia. Desde Tarancón, donde estaba acantonado, partió el joven general Auguste de Caulaincourt con sus tropas hacia Cuenca. Los disparos efectuados contra sus soldados, por un grupo de milicianos, fue motivo para que sus tropas se dedicarán al saqueo de la ciudad, y sometieran a los habitantes que se habían quedado en la ciudad, a todo tipo de ultrajes. El día 3 de julio de 1808, quedará en el mal recuerdo de varias generaciones de conquenses*.

*En favor de la verdad creo necesario contar la secuencia de los hechos. Tras la llegada del general Moncey con sus tropas a Cuenca, el 11 de junio, la convivencia entre los habitantes y los soldados fue tolerable, sin que hubiera que lamentar graves perjuicios, salvo los derivados del aprovisionamiento de víveres y el alojamiento de más de 9.000 soldados en una ciudad que no albergaba más de 7.000 personas. Después de una estancia de una semana, Moncey y los suyos reanudaron la marcha hasta Valencia, dejando unos pocos soldados enfermos en el hospital de Santiago, a cargo de las autoridades. A los pocos días llegó a la ciudad una partida armada de unos sesenta sujetos procedentes de la localidad de Moya, que apresaron a los enfermos franceses, y con fragor patriotero, quemaron y desvalijaron las propiedades de los franceses avecindados en la ciudad desde hacía tiempo, completando su actuación con otros excesos contra las autoridades, y apropiándose de unos 300.000 reales, procedentes de la tesorería de la ciudad que se repartieron. Conocedores los conquenses de las represalias a las que les habían expuesto las acciones de los moyanos, y que las tropas de Caulaincourt se acercaban, se prepararon para defender la ciudad, sin disponer ni de medios ni efectivos reales. Cuenca iba  a pagar con creces, la sinrazón y atropello de unos insensatos.             

El mes de junio había puesto de manifiesto, que los invasores eran invencibles en los combates a campo abierto, y perfectamente vulnerables en emboscadas y ciudades sitiadas. Bailén iba a romper esta circunstancia. 

Continúa en cap. 11

Bibliografía (Autor/es. Título del libro. Edición. Lugar de publicación: Editorial; año).

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-  Louis Adolphe Thiers. Histoire de l'Empire. Tomo I. Paris. Lheureux et Cie. Éditeurs. 1865.

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-  Agustín Alcaide Ibieca. Historia de los dos sitios que pusieron a Zaragoza en los años 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Madrid. Imprenta de D.M. de Burgos, 1830-1831. 

- Sección de Historia Militar. Estados de la organización y fuerza, de los ejércitos españoles beligerantes en la Península, durante la guerra de España contra Bonaparte. Barcelona. Imprenta de la viuda de D. Antonio Brusi, 1822.

- Raymundo Ferrer. Barcelona cautiva,...,desde el 8 de febrero de 1808 hasta el 28 de mayo de 1814. Barcelona. Oficina de Antonio Brusi, 1815.

- Vicente Martínez Colomer. Sucesos de Valencia desde el 23 de mayo hasta el 28 de junio de 1808. Valencia. Imprenta de Salvador Faulí. 1810.

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