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martes, enero 17, 2023

Cronología de la Historia: 1808-6. Primer sitio de Zaragoza (cap. 8)

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1808-6

Del 8 de junio al 13 de agosto, primer sitio de Zaragoza

En Aragón, el general José Palafox había conseguido reunir una numerosa fuerza, con 10.000 hombres y unos 100 caballos; aunque el grueso de las tropas lo componían reclutas y voluntarios. Los militares veteranos, mandos incluidos, apenas llegaban a los 1.000.  

Para prevenir el peligro que pudiera representar el ejército de Aragón, Napoleón ordenó la salida desde Pamplona del general Lefèbvre-Desnouettes con unos 6.000 soldados, entre los que se contaban los afamados regimientos del Vístula y lanceros polacos a caballo. El 8 de junio llegan a Tudela, donde la población había colocado obstáculos en el puente. Los franceses cruzaron el Ebro en barcas, a la altura de Valtierra, liberaron el puente, asaltaron la población tuledana, fusilaron a algunos desdichados y siguieron camino hacia Zaragoza.

Tudela: puente sobre el río Ebro
Fuente: Gran Enciclopedia de Navarra
En las proximidades de la villa de Mallén esperaba el hermano de Palafox, el marqués de Lazan, con tropas de voluntarios en su mayor parte. Los enfrentamientos se desarrollaron durante los días 12 y 13, pero la suerte estaba echada, y los aragoneses, en clara desventaja, a los que no ayudaba su indisciplina, que les hacía colocarse detrás de las propias fuerzas de línea, tuvieron que replegarse. En ayuda de los combatientes, salió Palafox de Zaragoza con unos 5.000 civiles mal equipados, dos cañones y 80 hombres a caballo. Dispuso a sus tropas en las cercanías de Alagón, población en posición elevada entre los ríos Jalón y Ebro. Pese a la inteligente estrategia montada por el general, y la larga defensa de la villa, la falta de veteranía y otra vez, la insubordinación de sus efectivos, hizo que los franceses saliesen victoriosos. Palafox, que había sido herido, tuvo que retirarse hasta Zaragoza. Los tres reveses sufridos en menos de una semana, no iban a acabar con la moral aragonesa.
José Palafox
Cuadro de Juan Gálvez (1774-1846)
Pintura de 1808
Fuente: Heraldo.es

Lefèbvre hizo descansar a sus tropas el día 14, y la mañana siguiente estaba a la vista de Zaragoza, que contaba con unos 30-35.000 habitantes. Para evitar mayores pérdidas, envió prisioneros como emisarios a la ciudad, con el mensaje de que depusiera las armas y se rindiera, propuesta que fue rechazada por la población.

El pueblo de Zaragoza, instigado moralmente, pese a los sacrificios padecidos, se dispuso a defender la ciudad de la mejor manera posible. Disponían los zaragozanos de numerosos cañones, pero no de munición; entre las tropas veteranas que se habían conseguido reunir, faltaban fusiles, acaparados por los paisanos. Situada en un llano, salvo por el frente del río Ebro, la ciudad no tenía ventajas estratégicas claras, y la táctica defensiva era más empeño y decisión de los defensores, que organización militar. 

Aun así, situaron cañones en las puertas de entrada, se prepararon algunas barricadas, y los combatientes se dispusieron a no claudicar y luchar hasta el final. Los defensores los componían unos 1.000 soldados veteranos y entre 5.000-6.000 paisanos, a los que prestarían apoyo mujeres y todos los zaragozanos que pudieran valerse. El general Palafox no estaba en la ciudad, había salido con un pequeño grupo de tropas hacia varias poblaciones, con el fin de conseguir refuerzos.
Plano de Zaragoza en el primer asedio a la ciudad
Atlas de la guerra de la Independencia. José Gómez de Arteche
Fuente: Biblioteca Digital Valenciana

A media mañana del día 15 de junio, las tropas francesas atacaron, con tres columnas, con la intención de romper la resistencia de las puertas del Portillo, Carmen y Santa Engracia. Sus avances eran detenidos una y otra vez; los intentos de entrada en la ciudad, repelidos; las tomas de posiciones, rechazadas. Los zaragozanos, sin una dirección única, intentaban reforzar los puntos más débiles, que iban cambiando según avanzaba el día. Ante la falta de metralla, echaron mano de rejas, herrajes y cuanto metal pudieron encontrar, los herreros trabajaban sin parar para proveer recursos, las mujeres suministraban líquidos, alimentos y municiones, etc. Al cabo de ocho extenuantes horas de pelea, los franceses se replegaron. Los "30.000 idiotas", que según palabras de Lefèbvre, osaban hacerles frente, habían contenido al poderoso ejército imperial. Lo sorprendente del caso fue que, los zaragozanos repelieron a los atacantes sin tener un líder y dirección clara, obedeciendo a impulsos de aquél que mostraba decisión y ascendente, fuera civil o militar. Se estimó que, en la llamada batalla de Las Eras, los franceses perdieron unos 500 hombres. Además, los zaragozanos capturaron seis piezas de artillería, municiones, caballos, armas y pertrechos de guerra.
Batalla de las Eras
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834) y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, color digitalizado
Fuente: Biblioteca Nacional de España

En días sucesivos, mientras estaban a la espera de refuerzos, los franceses, se dedicaron a expoliar y cometer atrocidades en lo pueblos colindantes a su campamento. Con exploradores y avanzadas adquirieron un mayor conocimiento del terreno y ubicaron una batería artillera en una posición elevada (Alto de la Bernardona, hoy Monsalud).
Combate de las zaragozanas con los dragones franceses
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)
 y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, conversión a gris
Fuente: Biblioteca Nacional de España

Por su parte, los defensores habían confiado el mando al corregidor Lorenzo Calvo de Rozas, bajo cuya dirección se dedicaron a reforzar las defensas, mejorar o instalar baterías de cañones, disponer barricadas para dificultar la temible caballería napoleónica, reorganizar las tropas, cavar zanjas y fosos, acopiar municiones y recursos, atender a los heridos y dar sepultura a los muertos. En la febril actividad ayudaron mujeres, niños y clérigos.

El general José Palafox, que se mantenía fuera de Zaragoza capital, había conseguido reunir un ejército de unos 3.000 hombres, una fuerza considerable, con la que pretendía evitar que los franceses cortaran el suministro de salitre, necesario para la fabricación de pólvora, procedente de los molinos de Épila, población situada a unos 35 km. de Zaragoza. Pese a la opinión de otros oficiales, Palafox pensaba que podía vencer a la retaguardia francesa, pero no fue así, y en los combates que se produjeron entre el 22 y 23, sufrió una cuarta derrota, con la pérdida de la mitad de sus fuerzas. Los vencedores, una vez más, saquearon el pueblo y acuchillaron a quien encontraron en él. La derrota sirvió para convencer a Palafox que no podía derrotar en campo abierto a las tropas imperiales.
El Pilar no se rinde 
Episodio de la defensa de la ciudad frente a los franceses
Cuadro de Federico Jiménez Nicanor 
El cuadro fue adquirido por el Museo del Prado y actualmente se expone en el Museo de Zaragoza
Fuente: Museo del Prado

Una catástrofe vendría a sumarse a los padecimientos de los zaragozanos. El día 27, se produjo una tremenda explosión en el seminario, que sacudió a toda la población. Había estallado el depósito de pólvora situado en el edificio, donde mujeres, niños y religiosos, elaboraban cartuchos. El seminario quedó prácticamente destruido, así como edificios cercanos. Los muertos ascendieron a siete personas, con multitud de heridos y quemados.  

Ruinas de seminario
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, conversión a gris
Fuente: Biblioteca Nacional de España
Llegamos al día 30 de junio, en el que los franceses, reforzados con más tropas venidas desde Pamplona, con numerosas piezas de artillería y habiendo capturado los altos de Torrero, donde habían instalado cañones y morteros, empezaron a bombardear la ciudad desde ese punto y desde el alto de la Bernardona. El mando de las tropas pasó de Lefèbvre al general Verdier, con quien habían llegado los refuerzos. 
Agustina de Aragón
Obra de Augusto Ferrer-Dalmau Nieto
Fuente: Web del autor

La mañana del día 1 de julio, comenzó con un bombardeo generalizado a todas las posiciones defensivas de la ciudad, los cañonazos franceses habían conseguido dejar sin artilleros las piezas situadas en la puerta del Portillo, y aquí se produce uno de los hechos heroicos, ensalzado por pintores y escritores. Una mujer joven, viendo que una avanzada francesa pretendía entrar por la puerta indefensa, recoge una mecha encendida de las manos de un artillero caído y prende fuego a un cañón que con su disparo provoca una matanza entre los asaltantes. La heroína se llamaba Agustina Zaragoza y permaneció armando la batería, hasta que otros artilleros la reemplazaron.

Los defensores aprendían rápido, cada vez se organizaban con más método y disciplina. Algunas tropas procedentes de Cataluña se habían incorporado, y una buena noticia alegró a las gentes, con la entrada en la ciudad de su capitán general José Palafox, así que cuando el día 2, los atacantes reanudaron los bombardeos y asaltos, fueron rechazados repetidamente, y sufrieron importantes bajas. 
Batería del Portillo
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, apagado sepia
Fuente: Biblioteca Nacional de España 
En los días siguientes, el general Verdier consiguió cortar los suministros de pólvora y víveres que llegaban por la zona del río Ebro, y había logrado ocupar algunos edificios. Nuevas tropas se incorporaban al ejército francés, y recibían más cañones, morteros y obuses que montaban en nuevas baterías, próximas a la ciudad. Se calcula que los franceses llegaron a disponer de hasta 16.000 soldados.
Batería de Sta. Engracia
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, apagado sepia
Fuente: Biblioteca Nacional de España 
También se habían reforzado los defensores, cuyo número hacia el 10 de julio, estaría cercano a los 9.500 efectivos armados, con unos 7.000 paisanos y el resto, tropa veterana. Durante todo el mes de julio se sucedieron bombardeos, escaramuzas y acciones aisladas, en las que los combatientes españoles mostraban más preparación y determinación cada día. También afloraban los conflictos internos entre los zaragozanos, causados por sospechas y dudas sobre la existencia de delatores y traidores dentro de las propias filas, lo que dio lugar a más de un hecho lamentable.  
Ruinas del patio y costado de la iglesia de Sta. Engracia
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, apagado sepia, aumento brillo
Fuente: Biblioteca Nacional de España 
A finales de julio y primeros días de agosto, los atacantes redoblaron los bombardeos, cayendo el día 3, más de 600 bombas, provocando el derrumbe y ruina de numerosos edificios de la zona del Carmen, el Coso y Santa Engracia, incluyendo el bombardeo del hospital. Peor iba a ser el día 4 de agosto, cuando una enorme batería francesa, compuesta de 26 piezas de artillería, entre cañones, obuses y morteros, instalada frente a la puerta de Santa Engracia, haciendo fuego contra el convento del mismo nombre, lo destruye y causa la muerte de sus defensores.
Alarma en la torre del Pino
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, aumento brillo, color digitalizado
Fuente: Biblioteca Nacional de España 
Los franceses aprovechan los pasos abiertos y penetran en la ciudad, por Santa Engracia y Camporeal, librándose a continuación, encarnizados enfrentamientos cuerpo a cuerpo con los defensores. El general Verdier envía un mensaje a Palafox: Paz y capitulación; la respuesta del general aragonés es: Guerra a cuchillo. La lucha siguió sin tregua, los franceses ocuparon el convento de San Francisco y el hospital, los zaragozanos retrocedieron hasta el arrabal, confiando en aguantar lo suficiente hasta la llegada de nuevos refuerzos que habían ido a buscar Palafox y sus hermanos. La población aterrorizada huía por el puente de piedra, colapsando el paso, hasta que se consiguió calmar a la muchedumbre, con amenazas y exhortaciones de los religiosos. Con un refuerzo de 600 hombres del arrabal reclutados por el corregidor Calvo, se renovó la lucha. Los franceses que perseguían a los zaragozanos, al desconocer las calles de la ciudad, se metían en ratoneras, donde eran objeto de disparos desde las casas y pasados a cuchillo por los desesperados habitantes. Muchos de los soldados invasores, ansiosos por cobrar su botín, derribaban puertas para saquear las propiedades, y pagaban su avaricia con la muerte. El cúmulo de cadáveres y escombros era abrumador. El general Verdier fue herido y Lefebvre volvió a asumir el mando francés.    
Rescate heroico de obús en la calle del Coso
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)
  y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, aumento brillo
Fuente: Biblioteca Nacional de España 
 

En su obra sobre los sitios de Zaragoza, escrita por el zaragozano Agustín Alcaide Ibieca, combatiente y testigo directo de los hechos, se encuentra el siguiente pasaje, que da una idea de la frenética lucha:
El entusiasmo y valentía de los patriotas iba subiendo de punto. Zaragoza parecía un volcán en el estrépito, en las convulsiones, y en los encuentros rápidos con que donde quiera se luchaba y acometía. Todo era singular y extraordinario: unos por las casas, otros por las calles: en un extremo avanzando, en otro huyendo; cada cual sin orden, formación ni táctica, tenía que hacer frente donde quiera le acometía el riesgo: franceses y españoles andaban mezclados y revueltos: rara cosa se hacía por consejo u orden; y todo lo gobernaba el acaso. Agustín Alcaide Ibieca. Historia de los dos sitios que pusieron a Zaragoza...

Los combates del día 4 de agosto fueron memorables, y muchas fueron las personas que destacaron ese día por su valor, decisión y entrega. 

La búsqueda de refuerzos dio resultados y el mismo día 5 llegó a Zaragoza el marqués de Lazán con 500 guardias. Otras tropas procedentes de Cataluña estaban en el pueblo de Osera y un contingente de unos 5.000 soldados de Valencia, ya se encontraban en tierras de Aragón.

Los combates dentro de la ciudad continuaron hasta el día 8 de agosto, en el que José Palafox consiguió penetrar en la ciudad con unos 3.000 hombres reclutados en Huesca. El general convocó una reunión de mandos y autoridades, en el que decidieron continuar la lucha hasta las últimas consecuencias. Pero un hecho ocurrido en tierras andaluzas, iba a cambiar la situación. Los rumores sobre la derrota francesa en Bailén, se confirmaban y los franceses, aunque incrédulos, recibieron la orden de evacuar. El día 13 de agosto, Lefèbvre ordenó la retirada, destruyendo los edificios que ocupaban, y arrojando al río Huerva las piezas de artillería que pudo. En su marcha hacia Navarra, sus tropas fueron perseguidas y acosadas por los refuerzos que habían llegado desde Valencia.

Vista de la calle del Coso
Grabado de Fernando Brambila (1763-1834)   y Juan Gálvez (1774-1846)
Retoques: recorte estampa, aumento brillo, color digitalizado
Fuente: Biblioteca Nacional de España 

Atrás quedaba Zaragoza en ruinas. Sus habitantes homenajeaban a los fallecidos con funciones religiosas en el templo del Pilar, y se disponían a reconstruir o reparar sus casas, o intentar rehacer sus vidas. Poco tiempo les iba a durar la tranquilidad.

Continúa en cap. 9


Bibliografía (Autor/es. Título del libro. Edición. Lugar de publicación: Editorial; año).

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Antonio Alcalá Galiano. Historia del levantamiento, revolución y guerra civil de España. Tomo I. Madrid. Librería de D. Leocadio López, 1861.

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- Sección de Historia Militar. Estados de la organización y fuerza, de los ejércitos españoles beligerantes en la Península, durante la guerra de España contra Bonaparte. Barcelona. Imprenta de la viuda de D. Antonio Brusi, 1822.

- Antonio José Carrero. Baylen. Descripción de la batalla y auxilios que en ella dieron los vecinos. Jaén. Imprenta de D. manuel Gutiérrez, 1815.

- Raymundo Ferrer. Barcelona cautiva,...,desde el 8 de febrero de 1808 hasta el 28 de mayo de 1814. Barcelona. Oficina de Antonio Brusi, 1815.

- Vicente Martínez Colomer. Sucesos de Valencia desde el 23 de mayo hasta el 28 de junio de 1808. Valencia. Imprenta de Salvador Faulí. 1810.

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