Ver cap. anterior
Comenzaba el quinto año del conflicto con el hartazgo
y desmoralización general del país. Perdidas las esperanzas de una victoria
indiscutible sobre las tropas invasoras, tras las derrotas del ejército
español en Sagunto, y la que tuvo lugar a las puertas de Valencia, la
capital valenciana, Denia y Peñíscola, se rindieron sin oposición, recibiendo
favorablemente a los franceses. La aceptación del rey José ganaba adeptos.
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Pescadores de Peníscola (1808-1809) Dibujo de Louis Albert Bacler d'Albe (1761-1824) Grabado de Godefroy Engelmann (1778-1839) Retoques: recorte lámina, color digitalizado Fuente: Souvenirs Pittoresques du Général Bacler d'Albe |
El estado de las fuerzas españolas, seguía siendo
irregular y disperso, sin la figura de un líder indiscutible, y con carisma
para unir fuerzas. El individualismo, y la carencia de planes que agruparan
iniciativas de manera sostenida, impedía rentabilizar algunos logros
conseguidos. Por otra parte, para combatir los levantamientos de las provincias
americanas, la Regencia se vio obligada a enviar los mejores regimientos
españoles y artillería al Nuevo Mundo. Por contra, las partidas de guerrilleros
habían aumentado en combatientes, y se habían multiplicado en todos los
territorios, supliendo al ejército regular. La Regencia, trataba de regularizar
a los jefes más notables, (corsos terrestres), confiriéndoles graduaciones militares, para
atribuirles legalidad, a pesar de que algunos líderes actuaban como auténticos
reyezuelos, en sus zonas de influencia. Al abrigo del desconcierto general, y
de un interesado patriotismo, aumentaron otras formaciones que no eran más que
bandas de delincuentes, formadas algunas, incluso, bajo la bandera del rey
José.
Dos circunstancias iban a dar un giro a la precaria
situación con que empezó 1812. Por una parte, la insaciable ambición de
Napoleón, y su intención de doblegar a Rusia, le llevó a retirar de la
Península, fuerzas veteranas como la afamada Guardia Imperial, y los combativos
lanceros polacos, tropas que sustituyó en número, aunque no en calidad, por
nuevos reclutas. Por otra parte, la formación de un gran ejército
anglo-luso, con sir Arthur Wellesley al frente, como líder
indiscutible que, con el auxilio de las múltiples partidas españolas, lograron
los primeros triunfos decisorios sobre las tropas napoleónicas, sin olvidar el
apoyo de Gran Bretaña en su conjunto, pese a las dificultades económicas del
Gobierno británico.
En Cádiz, pese al prolongado asedio francés, las
gentes mostraban una irreductible colaboración en la justa causa de la
independencia nacional, y la ciudad se convertía en la capital cultural y
política de España. El gobierno de la Regencia, procuraba marcar unas
directrices comunes, de difícil aplicación, con el auxilio de las Cortes
Constituyentes, enfrascadas éstas, en la elaboración de una Constitución, cuya redacción destapó dos facciones, con posturas irreductibles, y
planteamientos e intereses enfrentados sobre la gobernabilidad de España.
Enero
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Retrato de Agustín de Argüelles Cuadro de Ignacio Suárez Llanos (1830-1881) Fuente: Congreso de los Diputados |
Día 1. Las Cortes acuerdan que en la Regencia no haya representación de la casa real. Con esta medida era desestimada la pretensión de la infanta Carlota Joaquina, hija mayor de Carlos IV, de poder formar parte de la Regencia como representante del poder real. La infanta, casada a los diez años, con el príncipe Juan de Portugal, quien llegaría a ser el heredero de la corona portuguesa tras fallecer su hermano José, llevaba tiempo maniobrando para poder formar parte de la Regencia, lo cual no era mal visto en amplios sectores españoles, con el ojo puesto en la siempre deseada unión peninsular.
Pero las intrigas de Carlota, cuyos comportamientos anteriores no eran precisamente muy honrosos, no surtieron efecto, y a propuesta del diputado Agustín de Argüelles fue aprobada, entre otras proposiciones que, «en la Regencia que ahora se nombrase para gobernar el reino con arreglo a la Constitución, no se pusiese ninguna persona real».
Día
9. Capitulación de Valencia. Tras
los combates del 26 de diciembre, en los que ambos bandos sufrieron importantes
bajas, el grueso de tropas españolas, con los generales Blake, Zayas, Lardizábal y Miranda se
vieron limitados a Valencia y alrededores cercanos, mientras los franceses, muy
reforzados con las tropas enviadas por Napoleón, aprovechaban la ventaja
adquirida para cerrar el cerco a la población, cortar las
comunicaciones, afianzar posiciones y adelantar baterías, y dejar
divididas a las fuerzas españolas, quedando las de Mahy, Villacampa, Carrera y Obispo,
a la expectativa, en las riberas del Júcar.
El
mismo día 26, Joaquín Blake reunió a sus mandos principales,
para tratar de la situación, y de las opciones de defensa, concluyendo lo
inútil y peligroso que sería para la población, el mantener la resistencia,
acordando evacuar la plaza con el mayor número de tropas regladas, dejando en
la ciudad, como gobernador, al general O'Donnell, con instrucciones
para negociar la capitulación con el mariscal Suchet.
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Valencia:
Torres de Serranos (sobre 1806 o antes)
Dibujo de Jean François Liger (1755-?)
Grabado de Jean François Lerieux
Retoques: recorte, color digitalizado
Del libro de Alexandre de Laborde: Voyage Pittoresque et historique de
l’Espagne (Tomo II)
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En la noche del 28 al 29, el grueso
de las tropas españolas, con sus mandos al frente, iniciaron la evacuación de
la ciudad por la puerta de San José, la menos expuesta a la vigilancia
francesa. Las vacilaciones, la falta de iniciativa, y el descubrimiento de la
operación por parte del enemigo, decidieron al general Blake a ordenar la
retirada hacia la ciudad. Únicamente las tropas adelantadas del coronel Juan
Ángel Michelena, consiguieron burlar a los franceses, escapando hasta
Liria. Tras este desenlace, Blake acabó perdiendo la confianza de las
autoridades, y el escaso apoyo popular que le quedaba. Las deserciones entre
las fuerzas españolas, que habían comenzado el día 26, aumentaron notablemente.
Los
franceses iniciaron bombardeos continuos en los primeros días de enero de 1812,
siendo especialmente virulentos los de los días 7 y 8, tras negarse Blake a
rendir la ciudad el día 6. Las bombas ocasionaron graves daños personales, y
materiales, destruyendo las preciadas bibliotecas del Arzobispado y de la
Universidad, perdiéndose cientos de incunables y libros.
El
día 8 de enero, Blake envió una comisión de oficiales ante el mariscal Suchet,
proponiéndole rendir las armas, con la condición de permitir las salidas de las
tropas, entre otras peticiones. El militar francés no solo no aceptó la
propuesta, sino que impuso sus propias condiciones para la rendición.
La
capitulación de Valencia se produjo al día siguiente, 9 de enero. Los franceses
ocuparon ese mismo día la ciudadela y los puntos estratégicos. Al día
siguiente, un convoy con más de 18.000 prisioneros, incluyendo a Joaquín Blake
y altos mandos, partieron con destino a Francia. El traslado de los cautivos se
organizó en dos columnas, una iría por Teruel y otra por Tortosa. Durante el
trayecto, numerosos prisioneros fueron fusilados por los militares franceses.
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Entrada del
mariscal Suchet en Valencia
Ilustración de H.F.E. Philippoteaux (1815-1884)
Retoques: recorte lámina, color digitalizado
Fuente: A. Thiers, Histoire de l'Empire
Source gallica.bnf.fr/BnF
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No
fue hasta el día 14 cuando Louis Gabriel Suchet, entró triunfante
en Valencia, por la puerta de San José, con gran ostentación y teatralidad,
siendo recibido con complacencia por sus habitantes, y por las máximas
autoridades de la ciudad, civiles y religiosas, que le rindieron pleitesía en
su alojamiento. La estatua de Fernando VII, erigida en una plaza, fue derribada
y expuesto en una fachada, el retrato de José I. Una de las primeras medidas
tomadas por Suchet, fue la de confirmar en sus puestos, a los jueces del
Tribunal de las Aguas.
La
toma de Valencia produjo enorme satisfacción a Napoleón, que recompensó
generosamente a los militares implicados. El mariscal Suchet fue favorecido con
el título de duque de la Albufera, junto con la propiedad y derechos de pesca
de la laguna valenciana.
Todas
las poblaciones de relevancia, a uno y otro margen de los ríos Júcar y Turia,
fueron tomadas, y únicamente Peñíscola, quedaba de momento, libre de franceses.
Día
16. Fracaso francés en el asedio de Alicante. Después
de caída de Valencia, siguieron llegando refuerzos franceses, que resultaban
innecesarios para Suchet. Uno de estos regimientos al mando del general de
caballería Louis Pierre Montbrun, se dirigió a Alicante
que, junto con Cartagena, eran los únicos puertos del Mediterráneo
peninsular, libres del dominio francés. Ambicionando honores, era intención del
militar galo tomar la ciudad.
Tras
la caída de Valencia, Alicante y poblaciones cercanas estaban sobrecargadas con
los restos del 3er ejército, al mando del general Nicolás Mahy. El
militar, sabedor de la escasez de provisiones en la zona, procuró aligerar la
carga de militares, dejando en la ciudad de Alicante un contingente, y
derivando el resto hacia Elche y otras poblaciones. Según
escribía a la Regencia, la ciudad no estaba preparada para hacer frente a
un asedio prolongado, y pedía víveres y barcos. Tampoco la moral de los
soldados era buena, las deserciones abundaban, y el pueblo, harto del
conflicto, se mostraba poco colaborador.
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Vista de
Alicante. Al fondo, el monte Benacantil y su fortaleza (1806 o antes)
Dibujo de Jean François Liger
(1755-?)
Grabado de François Nicolas Dequevauviller (1745-1817)
Aguafuerte de Jean Jerôme Baugean (1764-1819)
Retoques: recorte, color digitalizado
Del libro de Alexandre de Laborde: Voyage Pittoresque et historique de
l’Espagne (Tomo II)
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Con este estado de cosas, la toma
de Alicante podía ser una tarea sencilla. Pero afortunadamente, Montbrun actuó
precipitadamente, y con recursos insuficientes para lo que pretendía. Tras
emplazar su escasa artillería, en puntos elevados de las afueras, inició el
lanzamiento de granadas contra la población. Era gobernador provisional de la
plaza, Antonio de la Cruz, quien rechazó en una criticada misiva,
la intimación de capitular, pedida por el francés. Los españoles respondieron a
las granadas francesas, bombardeando las posiciones enemigas desde la fortaleza
de Santa Bárbara, y el fuerte de San Fernando, recientemente
construido.
Como
consecuencia de la respuesta española, el depósito de pólvora francés fue
alcanzado, estallando y matando o hiriendo a varios militares. La imposibilidad
de hacerse con Alicante, y la falta de la ayuda solicitada a Suchet, hizo
desistir a Montbrun de sus intenciones. En su retirada, las tropas
francesas, primero asolaron Elche y poblaciones de la Vega Baja, para retirarse
después camino de Villena, donde continuaron los pillajes y abusos.
Día
19. Acción de Vilaseca (Tarragona). En
noviembre de 1811, el general francés Charles Mathieu Decaen había
sustituido al mariscal McDonald, en la gobernación de los ejércitos
imperiales en Cataluña. Al igual que sus antecesores, Augereau y Saint-Cyr,
McDonald había perdido la confianza de Napoleón. El nuevo gobernador debía
mantener en manos francesas el Principado, cuyas poblaciones y caminos se veían
continuamente obstaculizados, por las fuerzas regulares y partidarias del general Luis
Lacy, del barón de Eroles, Sarsfield, y de José Manso,
entre otros que, con la ayuda de los somatenes locales, y merced a la constante
movilidad de las unidades, constituían una pesadilla para los imperiales.
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Soldados del batallón de cazadores de Cataluña (de José Manso) Dibujo de Jaume Serra i Gibert (1834-1877) Historia de la Guerra de Independencia en el antiguo Principado |
A primeros de enero, la división
del barón de Eroles se posicionó en Reus, acumulando escalas, con
la supuesta intención de reconquistar Tarragona. La antigua ciudad
imperial, estaba necesitada de víveres, cuanto más necesarios en caso de sufrir
asedio, y el abastecimiento se veía estorbado por la pérdida del control de
comunicaciones por tierra, y por la acción de las naves británicas que, de
norte a sur, patrullaban las costas.
Tarragona
y Tortosa, dependían del mariscal Suchet, quien encargó a la
división del general Louis Musnier que llegase hasta Tortosa,
para provisionar víveres, y abastecer la guarnición
tarraconense. Era gobernador tortosino, el brigadier Jacques Mathurin
Lafosse que, con un contingente de tropas y un batallón de 50 coraceros, se
acercó hasta el Coll de Balaguer, despejando la ruta de estorbos y
a la espera de Musnier.
Creyendo
que la división del barón de Eroles, había evacuado Reus y desaparecido el
peligro para Tarragona, Lafosse decidió adelantarse para neutralizar los
incómodos somatenes, y facilitar el tránsito del convoy de ayuda.
A
la altura de la población de Vilaseca, los franceses se vieron
sorprendidos por unos 3.000 hombres de la división de Eroles, y del
batallón de cazadores de José Manso, que les obligaron a retirarse
hasta el pueblo, donde finalmente, y después de varias horas de resistencia,
tuvieron que rendirse. Los españoles, capturaron 543 prisioneros, y causaron
unas 200 bajas enemigas. Lafosse, que se había adelantado hasta Tarragona,
junto con los coraceros, regresó con todos los efectivos útiles que pudo
reunir, pero Eroles y su gente ya no estaban.
Esta
victoria en Vilaseca, sería respondida cinco días después por las tropas
napoleónicas, infligiendo una severa derrota a las fuerzas del barón de Eroles,
en las proximidades de Altafulla.
Día
19-20. Conquista de Ciudad Rodrigo.
Después de una larga espera de meses y dilaciones, poseedor al fin, de un
importante tren de artillería para asegurar el sitio, sir Arthur
Wellesley, iniciaba las hostilidades a principios de enero, controlando las
poblaciones cercanas, y el día 8 se apoderaba del fuerte Renaud,
construido por los franceses a extramuros de Ciudad Rodrigo, sobre
un altozano o teso que dominaba la ciudadela.
Previamente,
en la minuciosa preparación de la campaña, se aseguró de no ser molestado por
ataques franceses, disponiendo de las tropas del general Graham para
controlar posibles refuerzos del enemigo, que por otra parte estaba mermado por
el envío de tropas a Valencia. En las tareas de vigilancia, colaboraban las
columnas de Julián Sánchez y Carlos de España.
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Plano del sitio de Ciudad Rodrigo en 1812
Fuente: Journaux des Sièges entrepris par les Alliés en Espagne, pendant
les années 1811 et 1812
BNE
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La
guarnición francesa, de Ciudad Rodrigo, la componían unos 1.800 hombres, con un
notable equipamiento artillero. Era gobernador francés, el general Jean Leonard Barrié. El ejército aliado anglo-portugués, disponía de
unos 35.000 hombres, de los que únicamente unos 12.000 militares, tomaron parte
activa en el asalto.
El
control de la ciudad fronteriza, era un objetivo fundamental para unos y otros.
Para los franceses, como punto de apoyo para invadir Portugal. Para los
británicos, para impedir esa invasión, y servir de puente para la campaña en
España.
Tras
apoderarse del primer reducto fortificado, las tropas aliadas desarrollaron una
frenética actividad para abrir trincheras, y preparar los asentamientos para la
artillería. La tarea de los ingenieros y eventuales zapadores ingleses, no sólo
era obstaculizada por el fuego artillero y disparos de mosquetes franceses,
tampoco ayudaban el intenso frío, y la mala calidad de las herramientas
enviadas desde Inglaterra.
El
gobernador Barrié, permitió a los habitantes de la ciudad que quisieran, salir
de la población, y mandó emisarios a Salamanca y Valladolid,
para pedir socorros, sin que a los generales Marmont y Thiébault llegaran
los mensajes, ya que los correos eran interceptados por los partidarios
españoles.
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Explosión en el asalto a Ciudad Rodrigo el 19
de enero de 1812
Joseph John Jenkins (1811-1885)
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Hacia
el día 13, las tropas aliadas tomaban el control del altozano del Calvario,
entre el teso exterior y las murallas, desalojando a los franceses del convento
de la Santa Cruz. Para detener el avance aliado, el día 14, los
sitiados hicieron una salida a la hora de los relevos en las trincheras,
consiguiendo destruir las zanjas y baterías más avanzadas. El disgusto para los
sitiadores hubiera sido mayor, a no ser por el general Graham, que acudió en
ayuda, y obligó a retroceder a los franceses. En la noche de ese mismo día, las
tropas aliadas asaltaban el convento de San Francisco, en las
afueras, y se hacían con el control de las casas cercanas.
Ante
el riesgo de que finalmente, Marmont acudiera en auxilio de
Ciudad Rodrigo, Wellington decidió apresurarse y asaltar la ciudadela.
Durante toda la mañana del día 19, los bombardeos fueron constantes, logrando
agrandar dos brechas abiertas en el recinto. Con la llegada de la noche tuvo
lugar el asalto. No fue fácil para los aliados, que fueron recibidos por los
sitiados con descargas, explosiones y lanzamiento de granadas, a lo que se
añadió la explosión de un polvorín, que causaron numerosas bajas a los
asaltantes. Pese a la heroica defensa, la abrumadora superioridad de los
atacantes, consiguió rendir a los franceses, y al fin, Ciudad Rodrigo era
arrebatada al enemigo. Pero ¿qué enemigo?
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Saqueo de Ciudad Rodrigo
Fuente: The History of Joseph Bonaparte, 1869
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Tras la caída de la ciudad, los vencedores procedieron
a un saqueo brutal, en la que no respetaron bienes ni personas, cometiendo todo
tipo de ultrajes y barbaridades, bebiéndose todo el alcohol que encontraron, y
dejando a los estupefactos habitantes, preguntándose, si los llegados eran los
salvadores de la Patria, ¿quiénes eran los enemigos? *
* Cuando las tropas se habían bebido el vino y el coñac
de los almacenes, comenzaron los disturbios. Era imposible restablecer el
orden; ni siquiera una división entera habría podido hacerlo. Tres o
cuatro casas grandes permanecían en llamas, dos de ellas en la plaza del mercado, y
la ciudad estaba iluminada por el fuego. Los soldados estaban borrachos y
muchos de ellos, para divertirse, disparaban desde las ventanas a las calles.
Yo estaba hablando con el barbero del regimiento, el soldado Evans, en la
plaza, cuando una bala le atravesó la cabeza. Ocurrió a la una de la madrugada.
Cayó muerto a mis pies y su cerebro quedó esparcido por el pavimento. Entonces
busqué refugio y encontré al coronel M'Leod, con unos pocos oficiales en un caserón, donde permanecimos hasta el amanecer. No entré en ninguna
otra casa de Ciudad Rodrigo. Si no lo hubiera visto, nunca habría podido
imaginar que soldados británicos se volvieran tan salvajes
y furiosos. Fue muy preocupante toparse con grupos de ellos en las
calles, ebrios de alcohol y ansiosos por causar daño. Memoirs of Late War. The personal narrative of Captain Cooke. London 1831.
Los
combates causaron unas 1.300 bajas entre las fuerzas británicas y lusas, entre
ellas, la muerte del general Robert Craufurd. No más de 300 bajas,
fueron las pérdidas francesas, y unos 1.500 militares galos, fueron hechos
prisioneros. Más de 150 piezas de artillería quedaron en poder de los
vencedores.
Al
día siguiente, con la columna de prisioneros y escolta preparadas para
emprender la marcha, una explosión accidental, provocó nuevas víctimas entre
presos y escoltas.
Wellington, entregó la ciudad conquistada al general Castaños,
y se volvió a sus cuarteles en Portugal. Las Cortes felicitaron y
agradecieron al militar inglés la conquista, y le concedieron el título de
duque de Ciudad Rodrigo. Por su parte, el gobierno inglés le otorgó el título
de duque de Wellington, y el gobierno portugués el de marqués de Torres Vedras.
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Duque del Infantado Cuadro de Vicente López Portaña Museo del Prado |
Día
21. Las Cortes eligen la nueva Regencia.
Tras conocerse la propuesta de candidatos presentados por una comisión al
efecto, y proceder a la discusión sobre la idoneidad de unos y otros, los
diputados eligen a los miembros que han de formar la nueva Regencia. La
formarán cinco componentes: Pedro Alcántara de Toledo, duque del
Infantado; Joaquín Mosquera y Figueroa, consejero de Indias; Juan
María Villavicencio, teniente general de la Armada; Ignacio
Rodríguez de Rivas, del Consejo de S.M, y Enrique José O'Donnell,
conde de La Bisbal.
Día
26. Los franceses vuelven a saquear Murcia. Muerte de Martin de la Carrera. Una expedición de caballería francesa, con unos
800 jinetes, procedente de Granada y al mando del
general Pierre Soult, hermano menor del célebre mariscal Soult,
entró en tierras murcianas el día 25, llegando a Murcia donde
exigió un exorbitante tributo, imposible de cumplir. Tras cobrarse una parte de
lo exigido, los franceses se retiraron a Alcantarilla, con la
amenaza de que volverían al día siguiente para cobrar el resto.
Patrullaban en el sur de Alicante, parte de las tropas del 3er ejército que, con la caída
de Valencia tuvieron que dispersarse por el sureste, con la misión de vigilar
los movimientos franceses, y tratar de impedir la toma de Alicante y/o
Cartagena. En Orihuela, cerca de Murcia, se encontraba un batallón
de caballería al mando del general Martín de la Carrera, quien
dispuso un plan para sorprender a los franceses.
Informado
de que en el palacio episcopal de la ciudad, se había organizado un banquete, para
agasajar al militar francés, Carrera dispuso atacar al enemigo a la hora de la
comida. Una parte de sus fuerzas, al mando del teniente coronel Yebra,
entraría por la puerta Nueva, y él entraría con un escuadrón de unos 100
jinetes, por la puerta de Castilla. En el avance, ambas formaciones debían
acometer sin cuartel, a los militares franceses que encontraran al paso, para
reunirse ambos contingentes en el Arenal, y completar conjuntamente el castigo
al enemigo.
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| Muerte del general Martín de la Carrera en las calles de Murcia Cuadro de Mauricio Álvarez de Bohorquez (1819-1877) Real Academia de Bellas Artes de san Fernando |
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Inicialmente,
el plan pareció cumplirse, pero recuperados los franceses de la sorpresa
inicial, se reorganizaron, y consiguieron aislar a Martín de la Carrera con un
pequeño grupo de sus jinetes, ya que el grueso del escuadrón lo abandonó.
Tampoco llegaron los refuerzos del teniente coronel Yebra.
La
Carrera se vio acometido por varios enemigos a la vez, librando una desigual
pelea, en la que dio muerte a dos atacantes. Con varios sablazos y un disparo
que le alcanzó, siguió peleando hasta caer muerto, en la calle de San Nicolás.
Los
franceses no consiguieron cobrar el resto del tributo impuesto, pero se
dedicaron al saqueo y pillaje habitual, abandonando la ciudad, al día
siguiente. Por el camino, Alcantarilla y Lorca, sufrieron la rapiña
del codicioso general, a imitación de su hermano.
Martín
de la Carrera, recibió el reconocimiento de los murcianos, quienes le rindieron
un sentido homenaje, y tras las honras fúnebres, celebradas en la catedral,
acompañaron multitudinariamente el luctuoso cortejo.
Febrero
Día
3. Rendición de Peñíscola. Fácil le
resultó al mariscal Suchet hacerse con la plaza fuerte de Peñíscola. Encargó al
general italiano Filippo Severoli la conquista de la famosa
fortaleza del papa Luna. Con varios batallones y un importante apoyo artillero,
los imperiales se presentaron en el lugar, el día 20 de enero. Como era
habitual, comenzaron intimando la rendición de la fortaleza, que fue rechazada.
Era
gobernador de Peñíscola, el brigadier Pedro García Navarro, militar
veterano, que había escapado del encarcelamiento enemigo, en Francia, cuando fue hecho
prisionero en la acción de Falset de 1810. El reducto de
Peñíscola tenía una guarnición de unos 1.000 hombres, y acumulaba suficientes
víveres para resistir un sitio prolongado. Varias lanchas cañoneras protegían
la costa.
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Vista de
Peñíscola
Retoques:
recorte lámina, color digitalizado
Fuentes:
Mémoires du maréchal Suchet.
Source gallica.bnf.fr/BnF
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Entre
finales de enero y principios de febrero, los cañones franceses bombardearon la
fortaleza mientras Severoli, mandaba montar nuevas baterías para batir el
istmo, que no necesitó utilizar, ya que un nuevo ultimátum a los sitiados, sí
fue atendido, y la plaza se entregó a los imperiales el 4 de febrero, con unas
condiciones muy ventajosas para sus ocupantes*.
García Navarro pasó al servicio del rey José, continuando como gobernador de
Peñíscola.
* El
mariscal Suchet narra en sus Memorias que, en la rápida resolución del sitio,
influyó el malestar del gobernador respecto a los ingleses que, le insistían en
tomar el mando de la fortaleza. Noticia de la que fueron conocedores los
franceses, por un despacho que García Navarro había enviado por vía marítima al gobernador de
Alicante, y que habían logrado interceptar. El conocimiento
de esta circunstancia, hizo que Suchet enviara una carta muy amistosa al
gobernador español, y estableciesen negociaciones sitiados y sitiadores, que
concluyeron con la entrega de Peñíscola, y la libre disposición de los
españoles para ir donde quisieran, conservando sus pertenencias.
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Dibujo de Ángel Lizcano Monedero (1846-1929) Fuente: Episodios Nacionales Vol. V Benito Pérez Galdós |
Día
7. Acción de Rebollar de Sigüenza (Guadalajara). En este episodio bélico, cayeron más de 1.200
hombres, entre prisioneros, muertos y heridos de la partida de Juan
Martín el Empecinado, quien a duras penas pudo salvarse, tirándose por una
cortadura del terreno.
La
causa de la debacle, fue la emboscada que le prepararon los franceses, al mando
del general Nicola-Phillipe Guye, gobernador de Guadalajara,
valiéndose de la traición de otro guerrillero, Saturnino Abuin,
alias el Manco, subordinado y colaborador del Empecinado, y que
había decidido pasarse al enemigo, para asegurarse un empleo y sueldo.
Día
14. Incursión de tropas españoles en Francia. Pese
al considerable contingente de fuerzas napoleónicas en Cataluña, y
el control francés de las principales plazas fuertes* catalanas, el dominio de los invasores, sobre el
Principado estaba muy lejos de ser total. La gran movilidad y desarrollo de los
regimientos españoles, unido a la presión continua de somatenes y milicias
autóctonas, provocaban una sangría continua en las fuerzas enemigas.
*A finales de enero, Napoleón había
dictado un decreto según el cual Cataluña quedaba dividida en cuatro
prefecturas francesas: Ter, capital Gerona; Montserrat, capital Barcelona;
Segre, capital Puigcerdà y Bouches de l'Èbre, con capital en Lérida.
A
tal punto llegaba la audacia de los combatientes españoles, que en ocasiones se
adentraban en territorio francés, como la incursión que hizo el general Pedro
Sarsfield y su división, el 14 de febrero. Desde Puigcerdà, entraron
en el país vecino, enfrentándose a varios batallones y patrullas francesas,
recorriendo las poblaciones de Ax, Tarascón y Foix, consiguiendo 70.000 duros
en contribuciones, armas, pertrechos militares, y la captura de unas 2.000
cabezas de ganado vacuno y ovino. El aviso de la llegada de refuerzos
franceses, y la imposibilidad de consolidar la ocupación, decidieron a
Sarsfield, terminar la expedición el día 19.
Marzo
Día
16. Sitio de Badajoz. Tras la toma de Ciudad
Rodrigo, Wellington preparó con minuciosidad, los planes para
la toma de Badajoz, plaza en cuyo asedio había fracasado el año anterior. Concentró en la localidad portuguesa de Freineda,
próxima a Fuentes de Oñoro, numerosas tropas para hacer creer al mariscal Marmont,
que su intención era Salamanca. A partir del 19 de febrero, el grueso de las
divisiones anglo-lusas, emprendieron paulatinamente la marcha, en dirección
a Elvas.
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Vivienda utilizada por lord Wellington como
cuartel general en Freineda (Portugal)
By Alta Falisa - Own work, CC BY-SA 4.0,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=89231914
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Una ingente aglomeración de tropas
fue confluyendo en Elvas y poblaciones cercanas. Las 8 divisiones de infantería
anglo-lusas, una división y dos brigadas portuguesas, junto con los regimientos
de caballería, reforzados con la brigada de dragones pesados alemanes, llegada
en enero, la de dragones ingleses, desembarcados hacía meses, y que
todavía no habían entrado en campaña, y una de las dos brigadas portuguesas de
caballería. La artillería, que pese a las lluvias y el mal estado de los
caminos había llegado intacta, estaba servida por unos 900 artilleros.
Únicamente adolecía el ejército aliado, de zapadores y mineros, imprescindibles
en el proceso de sitiar ciudades. Las fuerzas reunidas constituían un
impresionante ejército de más de 40.000 hombres, a los que habría que añadir
otros 15.000, en unidades en vigilancia y reserva. Tantas tropas no eran necesarias
para sitiar Badajoz, pero sí lo serían en caso de presentarse los
ejércitos de los mariscales Marmont al norte, y/o de Soult
al sur.
Wellington
salió de Freineda el 5 de marzo y llegó a Elvas el día 12. Previamente había
procurado asegurar los flancos norte y sur, entregando un memorando al
general Castaños, jefe nominal de los ejércitos de Extremadura y Galicia,
en el que describía las posibles variantes bélicas, en función de la actitud
francesa, y detallaba las acciones a tomar según los casos. Otro tanto hizo con
los generales portugueses Baccelar y Siveira,
responsables de los departamentos del Norte, y Tras-os-Montes.
Las
fuerzas del ejército español consistían en cuatro divisiones del ejército de
Galicia, con unos 15 000 hombres, de los cuales unos 550 eran de
caballería, y una reducida artillería. De estas fuerzas, más de la mitad eran
soldados de guarnición y reserva. Aunque Castaños era el general en jefe de
este ejército, el mando estaba delegado en el general Abadía, quien
había creado el desconcierto entre los soldados, al remover, la organización de
guarniciones y mandos.
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Lanceros de Castilla de Julián Sánchez, "el Charro" |
La
segunda fuerza española disponible, era la división del ejército de
Extremadura, al mando de Carlos de España, con unos 5.000 hombres,
de los cuales, más de la mitad servían como guarnición en la reconquistada
Ciudad Rodrigo. Completaba el contingente español, la eficiente caballería del
antiguo guerrillero Julián Sánchez, "el Charro" con unos 1.200 jinetes,
convertida en unidad del ejército regular, con el nombre de Lanceros de
Castilla.
Los
ingenieros anglo-lusos tendieron un puente de barcas, para cruzar el Guadiana,
y el 16 de marzo cruzaron el río varias divisiones, ocupando las afueras de
Badajoz, sin ser molestados por la guarnición, que se encerró entre las
murallas. Una fracción del ejército, de unos 19.000 hombres, con el
general Thomas Graham al frente, se dirigió hacia el sur, por
el camino de Sevilla. Otra fracción de unos 14.000 militares, con
el general Rowland Hill al mando, marchó hacia Mérida.
La misión de ambos, era anular las dos divisiones francesas que permanecían en
la zona.
Lord
Wellington también esperaba el concurso de otros contingentes españoles, tales
como las fuerzas de Luis Penne de Villemur y Pablo
Morillo, unos 5.000 efectivos incluyendo 1.000 jinetes, que situados en
tierras onubenses, podrían tomar Sevilla, en el caso de que Soult la abandonara
para socorrer la ciudad extremeña. Sin embargo, no confiaba en la colaboración
de Francisco Ballesteros, poco amigo de recibir órdenes inglesas.
La
plaza de Badajoz disponía de una guarnición de 5.000 hombres, de los que 4.337
eran de armas, y el resto auxiliares, intendencia y enfermos. Entre los
defensores, había un reducido destacamento de infantería español, y unos pocos
artilleros. El gobernador Armand Phillippon, con la ayuda del
ingeniero Jean Baptiste Lamare, había desarrollado una intensa
tarea para ampliar, y reforzar las fortificaciones de la ciudad, ideando
ingeniosas construcciones y medios de defensa.
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Vista de Badajoz (1808-1809) Dibujo de Louis Albert Bacler d'Albe (1761-1824) Grabado de Godefroy Engelmann (1778-1839) Retoques: recorte lámina, color digitalizado Fuente: Souvenirs Pittoresques du Général Bacler d'Albe |
El
ingeniero jefe británico inspeccionó los recintos defensivos, y pronto
comenzaron los trabajos del sitio. Los elementos más elevados de las
defensas, como el fuerte de San Cristóbal, quedaron descartados de
los ataques iniciales. Tampoco lo serían los bastiones de San Vicente y San
José, en el frente suroeste, aparentemente más débiles y fáciles de
conquistar, ya que según informó un sargento renegado de los franceses, estaban
contraminados. Los ataques empezarían por el frente sureste, donde estaban los
baluartes de Santa María y la Trinidad, y para
conseguirlo había que conquistar primero el fuerte adelantado de la Picuriña.
Con
el mal tiempo a favor, en la lluviosa noche del día 17, los sitiadores,
organizados en turnos, excavaron una trinchera en paralelo de más de 500 metros
de longitud, y una zanja de unos 1.200 metros, para comunicar la paralela, con
una zona al abrigo, de la colina de San Miguel. La apresurada
excavación tenía casi 1 metro de profundidad, y algo más de 1 m de ancho. Los
sitiados no se dieron cuenta de lo realizado, hasta clarear el día, procediendo
a un bombardeo intenso con cañones y disparos de mosquetes. El día 18, con
lluvia constante, y pese a la fusilería francesa, los sitiadores consiguieron
profundizar y ensanchar las trincheras, sin sufrir grandes bajas, al tiempo que
empezaron a preparar los asentamientos para las baterías.
Mal
vería la situación el gobernador Phillippon, quien decidió hacer una salida
para destruir los trabajos. Al mediodía, del día 19, dos batallones, con unos
1.000 hombres, salieron por la luneta de San Roque, subieron un
repecho y entrando por el extremo norte de la paralela, alejaron a los equipos
de trabajo, llevándose herramientas, sin que pudieran destruir de manera
irreparable lo construido, ya que, reagrupados los ingleses, contraatacaron,
consiguiendo la retirada de los atacantes. Las bajas no fueron menores, y entre
los dos bandos, tuvieron unas 450 pérdidas humanas.
En
los días siguientes, el mal tiempo y la lluvia, impidieron proseguir los
trabajos de trincheras y baterías, así como montar los cañones en las
plataformas terminadas del cerro de San Miguel. El agua desmoronaba
las paredes, e inundaba las zanjas. Se habían perdido cuatro días.
En
la tarde del día 24, con buen tiempo, los aliados consiguieron instalar los
cañones de las dos baterías frente al bastión de la Picuriña, así como en otros
dos puntos. El día 25, por la mañana, 28 cañones abrieron fuego, y aunque los
daños que ocasionaron en la fortificación no eran irreparables, Wellington
decidió asaltar el fuerte por la noche. Sobre las 22 h, 500 hombres de la
División Ligera, y la 3ª división, al mando del general James Kempt,
intentaron el salto. La respuesta de mosquetes de los sitiados, ocasionaron
unas 100 bajas a los británicos, antes de que pudieran ponerse a cubierto.
Repetir el salto para franquear el recinto era el siguiente paso. Pese a las
dificultades y disparos, primero unos 50 soldados pudieron entrar, para
conseguirlo seguidamente otros 100 hombres en una nueva oleada.
Los
sitiados sufrieron 83 bajas, 145 defensores fueron hechos prisioneros, incluyendo
varios oficiales, y un grupo de otros 50, consiguió huir a la ciudad. Las bajas
de los atacantes fueron muy superiores, con unos 330 caídos entre muertos y
heridos. Una nueva salida de Phillippon desde San Roque, fracasó y le costó
varias decenas de muertos. El fuerte de la Picuriña, estaba en manos aliadas.
Día
18. Los españoles asaltan Soria. Tropas
al mando del mariscal José Joaquín Durán toman por asalto la
ciudad de Soria. La acción pudo llevarse a buen término por la información
aportada por el maestro de obras Dionisio Badiola, conocedor de los
puntos débiles de las murallas sorianas.
En
medio de un fuerte temporal, en la noche del 17 al 18, los españoles
consiguieron vencer la fuerte resistencia de los franceses, que terminaron
refugiándose en el castillo. Durán mandó bombardear el recinto defensivo, sin
conseguir la rendición del enemigo. Tras siete días de asedio y combates, el
general español mandó retirarse, coincidiendo con el avistamiento de una
división francesa que acudía desde Aranda, en ayuda de los encerrados en el
castillo.
La
acción produjo, la liberación de prisioneros españoles, y la obtención de una
elevada contribución económica, a satisfacer por los comerciantes de lana,
colaboradores de los invasores. Soria perdió parte de sus murallas, junto con
algunos edificios monumentales.
Día
19. Las Cortes y la Regencia
juran la Constitución recién promulgada. El día anterior había sido firmada
por los 184 diputados presentes, incluyendo a los representantes de la
provincias americanas y Filipinas. La Carta Magna, cuya elaboración y discusión
había comenzado en diciembre de 1810, se desarrollaba en 10 títulos, destacando
los siguientes preceptos:
- El principio de la soberanía nacional como fuente de todas las
potestades.
- Declarar la religión católica como la única de la nación y prohibición
de cualquier otra.
- Definición del gobierno de España como monárquico y concreción de los
tres poderes, el legislativo pertenecía a las Cortes junto con el Rey, el
poder ejecutivo únicamente al monarca, y la potestad judicial, a los
tribunales.
- Las Cortes se compondrían de una única cámara de debates. Para ser
diputado se precisaba ser mayor de 25 años, y residir al menos años siete
años en la provincia.
- Elecciones cada dos años, sin posibilidad de reelección hasta
transcurrir una legislatura.
- Límites a la sanción real de las leyes, pasando a regir la ley a pesar
de la negativa por tercera vez del monarca.
- Sucesión a la Corona según el orden de primogenitura y sin distinción
entre varones y hembras.
- Gobierno ejecutivo compuesto por siete secretarios de Despacho
(ministros).
- Creación de un Consejo de Estado con 40 miembros.
- Creación de un Tribunal Supremo o de
justicia. Eliminación de algunos fueros privilegiados en la aplicación de
la justicia, salvo los de clérigos y militares.
- Aparición de la figura del fiador, para
evitar ir a prisión. Abolición de la confiscación de bienes. Regulación de
los casos para proceder al allanamiento de morada.
- Creación y regulación de las Diputaciones
provinciales.
- Regulación de los tributos con proporción a
las capacidades de los individuos sin excepciones ni privilegios.
- Competencia de las Cortes para fijar el
número de tropas y buques de la Armada. Eliminación de los privilegios
para eximir del servicio militar a ciertas clases.
- Institución de las escuelas en todos los
pueblos. Libertad de imprenta sin necesidad de aprobación previa.
El
día 19, diputados y los miembros de la Regencia juraron la Constitución en el
salón de las Cortes, tras los cual se celebró un oficio religioso en la iglesia
del Carmen. Celebraciones y festejos, acompañaron la promulgación de la
Constitución, pese a un fuerte temporal de viento y lluvia.
Abril
Día
2. Ejecución de vocales de la Junta de Burgos. En esta fecha, los invasores, ejecutaron en
Soria, a cuatro miembros de la Junta de Burgos, a los que habían capturado el
21 de marzo, en la localidad de Grado del Pico (Segovia), con la ayuda de un
traidor español. Decididos a atemorizar a quienes prestaban auxilio a los
combatientes partidarios, los franceses dejaron los cadáveres en las horcas que, habían levantado en unas eras. Al día siguiente, y conseguido permiso del
gobernador, los habitantes descolgaron los cuerpos, y se dispusieron a oficiar
un funeral para su sepultura, en la iglesia del Salvador.
La
gran concurrencia de sorianos y personalidades en el templo, debió irritar a
los mandos franceses, que se personaron en la iglesia y amenazando a los
asistentes, se hicieron con los cuerpos y de nuevo los colgaron en las horcas,
donde permanecieron varios días, para alimento de animales.
La
acción provocó la ira del partidario Jerónimo Merino, (el Cura Merino), que
mandó sacrificar a 20 prisioneros franceses por cada vocal de la Junta, y 10
por cada soldado de su escolta, que habían sido ejecutados. Una matanza que se
cobró la vida de 110 personas.
Día
6. Toma de Badajoz por tropas anglo-lusas. Con
la captura del fuerte de la Picuriña, los aliados se habían
apoderado de un punto dominante sobre la ciudad, desde el cual se podían batir
los importantes baluartes de Santa María y la Trinidad,
que constituían el objetivo siguiente. Era necesario reacondicionar el fuerte
conquistado, y asentar las nuevas baterías. Tarea nada fácil, dado el estado
ruinoso de la fortificación, y la acción de los cañones franceses, que se
cobraron numerosas víctimas, principalmente entre ingenieros y los improvisados
zapadores. Los cañones de cobertura aliados, no conseguían acallar las baterías
francesas, cuyas piezas inutilizadas eran reemplazadas rápidamente por otras.
La instalación de los cañones y obuses en las nuevas posiciones, se convirtió
en una complicada misión, que se cobró gran número de bajas, incrementadas por
la explosión de dos acopios de pólvora para la artillería.
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Croquis del sitio de Badajoz Versión basada en en la ilustración de Bernard Vernon Darbishire (1865-1935) Retoques: traducción, coloreado digital Fuente: A History of the Peninsular War. Charles Oman |
Finalmente,
entre los días 30 y 31 de marzo, las dos baterías montadas en el foso de la
Picuriña, pudieron empezar a disparar, acompañadas por una tercera que, consiguieron abrir brechas en los bastiones de la Trinidad y Santa María. El
asalto era el siguiente paso. Pero las fuertes lluvias crearon un problema. La
saturación de agua del terreno impedía la evacuación de las aguas, agravada por
la represa que sobre el riachuelo Rivilla, habían construido los
franceses, inundando los accesos. Era preciso demoler la pequeña presa, para
permitir el paso de los asaltantes desde las trincheras. Pese a varios intentos
infructuosos, que costaron nuevas bajas, la presa no pudo ser demolida, retrasando
el asalto, demora que los sitiados aprovecharon, para reparar y obstaculizar
las brechas abiertas.
Los
constantes bombardeos sobre los asaltantes, hizo que la munición de los
franceses se fuera agotando, y tuvieron que reducir los disparos, al tiempo que
aumentaban los de los sitiadores. Wellington mandó instalar los últimos 12
cañones disponibles, y para el 4 de abril los daños sobre los dos fuertes
parecían hacerlos más practicables.
El
tiempo se acababa, el mariscal Soult había cruzado Sierra
Morena con un importante ejército, y se aproximaba, mientras que Marmont,
siguiendo unas insólitas órdenes de Napoleón, se adentraba en Portugal.
Era
preciso terminar el asedio cuanto antes. Los franceses preparaban una segunda
línea de resistencia, por si caían la Trinidad y Santa María, al tiempo que
seguían acumulando todo tipo de estorbos en las brechas abiertas, y llenaban el
foso de toda clase de materiales, maderas y cuerdas. Informado Wellington por
un lugareño, de la deficiente construcción de un lienzo de murallas entre los
dos fuertes, mandó bombardear dicho punto, con el feliz resultado de que, en
pocas horas, las bombas lograron abrir una tercera brecha. Era el 6 de abril,
el comandante inglés mandó hacer el asalto sobre las 19,30 h.
Las
tres brechas abiertas, debían acometerse a un tiempo, con tres contingentes de
vanguardia de unos 500 efectivos cada uno, provistos de largas escalas y sacos
de hierba, para amortiguar las caídas al profundo foso. Otros grupos de tropas
ayudarían al avance disparando contra las troneras enemigas, y preparados para
completar el asalto. En total unos 7.000 hombres. Una reserva quedaría en la
altura de Pardaleras, para intervenir en caso necesario.
Al
tiempo que el ataque a las tres brechas principales, también iban a ejecutarse otros
dos asaltos, a los que se añadió posteriormente un tercero. Los soldados de
retén en las trincheras, intentarían asaltar la luneta de San Roque;
en caso de conseguirlo debían arruinar la presa sobre el Rivilla. Más
arriesgada era la empresa propuesta por el general Picton, para
acometer el castillo, con el argumento de que, al ser la fortificación más
robusta, los franceses dispondrían una guarnición menor, para contar con mayor número de defensores en las brechas. En este caso, los asaltantes
cruzarían el arroyo Rivilla, por una zona donde se encontraban las ruinas de un
molino, y que no estaba inundada.
Como
maniobra de distracción, para dispersar las fuerzas enemigas, se realizarían
dos simulacros de ataques. La brigada portuguesa de Power, fingiría
atacar el fuerte situado en la cabecera del puente sobre el río Guadiana, y
otra brigada portuguesa haría un simulacro de ataque al fuerte de
Pardaleras. A los puntos anteriores se uniría el asalto al baluarte
de San Vicente.
Lamentablemente,
el comienzo de los ataques se retrasó hasta más allá de las 22 h. Los cañones
de apoyo, dejaron de disparar y los franceses, aprovecharon para reforzar aún
más las defensas, con ingeniosas trampas mortales, minas y barriles explosivos.
Las rampas de subida a las brechas, quedaron sembradas de maderas tachonadas de
clavos, y en la parte superior, los defensores colocaron los artilugios
conocidos como caballos de Frisia, un conjunto de lanzas y espadas fijadas a un
eje de madera formando una estructura defensiva alargada, a modo de rodillo de
segadora.
El
número de defensores quedó reducido a menos de 4.000 hombres, concentrados la
mayoría en las tres brechas. Un batallón de reserva esperaba en plaza de la
catedral. El castillo lo defendían unos 270 soldados, la mayoría alemanes
de Hesse.
Comenzados
los asaltos, éstos se desarrollaron pasadas las 22 h del día 6 y la una de la
madrugada del día 7. La misión no concluyó como esperaba Wellington. Los
ataques a las tres brechas, fueron un rotundo fracaso, y provocaron una masacre
entre las fuerzas asaltantes. Los mecanismos de defensa de los franceses habían
resultado muy eficaces, y ocurrentes, como demostró la excavación al pie de la
pared interior del foso inundado, de una zanja profunda, donde se precipitaron
gran número de atacantes, pereciendo ahogados casi todos los que saltaron
primero. Las explosiones de minas y barriles de pólvora, terminaban con los que
lograban salvar el foso inundado. Los repetidos esfuerzos por alcanzar las roturas, únicamente aumentaron el número de caídos, y al amanecer, las laderas
de las murallas hasta el foso, estaban llenas de cadáveres. Pasadas las 12 de la
noche, Wellington, mandó replegarse a los supervivientes a una zona segura. Las
pérdidas aliadas fueron enormes, con más de 2.200 bajas, entre británicos y portugueses.
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La guarnición de Badajoz jura morir con las armas en la mano antes que rendirse Ilustración de Felix Henri E. Philippoteaux (1815-1884) Retoques: recorte lámina, color digitalizado Fuente: Histoire du Consulat et de l'Empire. L.A. Thiers Source gallica.bnf.fr/BnF
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Pero
el desastre tuvo un efecto beneficioso, puesto que, al concentrarse los
franceses en las defensas de Santa María, la Trinidad y la brecha de la
muralla, dejaron sin suficientes defensores las otras zonas secundarias
atacadas, y la ciudad de Badajoz sucumbió gracias al éxito de los ataques a los
bastiones de San Roque, San Vicente, y sobre todo por
la toma del castillo. Asaltos que también se cobraron numerosas víctimas
aliadas, unas 700 bajas de los 4.000 efectivos que participaron, pero que finalmente, permitieron la entrada en la ciudad de fuerzas suficientes para sorprender
la espalda de los defensores y conseguir su rendición. El gobernador
Phillippon, que se había refugiado en el fuerte de San Cristóbal junto
con un destacamento, procuró enviar varios jinetes para informar al mariscal
Soult, y al amanecer se rindió.
Wellington,
justificó en parte, el fracaso en los asaltos principales, a la falta de
zapadores experimentados, y de ello se quejó al Gobierno inglés. Sus quejas
fueron atendidas, y el día 23 de abril, era creado el cuerpo de Zapadores y
Mineros Reales.
Los
franceses tuvieron unas 1.500 bajas, entre muertos y heridos. El resto de la
guarnición fue hecha prisionera, incluyendo al gobernador. Al rendirse a la 5ª
división aliada, que no había intervenido en los asaltos a las brechas, los
prisioneros fueron puestos a salvo, de la inmediata locura y barbarie a la que
se dedicaron los vencedores, cuyas atrocidades superaron las cometidas en
anteriores ocasiones*. El
saqueo, violaciones y derramamiento de sangre duraron hasta que Wellington dio
instrucciones para terminar, dictando una orden al acabar el día 7, amenazando
con la horca, que había levantado en la plaza de la catedral, a quienes no
acataran la orden, que solo fue respetada parcialmente, ya que los desórdenes
siguieron un día más. El día 9, los saqueadores hicieron caja del botín, con un
improvisado mercado, en el que las víctimas de los robos, tuvieron ocasión de
comprar los objetos que les habían sustraído.
* La desafortunada Badajoz corrió la
habitual suerte de los lugares tomados a punta de bayoneta. En menos de
una hora, después de caer en nuestro poder, parecía como si el paso de
varios siglos hubiese completado su destrucción. El soldado superviviente,
tras asaltar una ciudad, la considera su propiedad indiscutible, y se cree
con libertad para cometer cualquier atrocidad a modo de indemnización por
haber arriesgado la vida. La sangrienta contienda lo insensibiliza a toda
compasión; su garganta está reseca por los extraordinarios esfuerzos que
ha realizado, y por necesidad, además de la predisposición, lo primero que
busca son bebidas alcohólicas. Una vez conseguidas, todo rastro de
humanidad desaparece y no hay brutalidad que no cometa. La
ciudad no solo fue saqueada de todos los objetos que podían llevarse, sino
que todo lo que era inútil o demasiado pesado para transportarlo fue
destruido sin motivo.
Cada vez que un oficial aparecía en las calles, los
desdichados habitantes se agolpaban a su alrededor con terror y
desesperación, le abrazaban las rodillas y le suplicaban protección. Pero
era inútil oponerse a los soldados: había 10.000 de ellos abarrotando las
calles, la mayor parte borrachos y disparando sus armas en todas
direcciones; era difícil escapar ileso.
Unas doscientas de sus mujeres del campamento también
se abalanzaron sobre el lugar, cuando apenas había sido conquistado, para
llevarse su parte del botín. Eran, si cabe, peores que los hombres. ¡Dios
mío! ¡qué tigresas con forma de mujer! Me repugnaba verlas pasar con
indiferencia por encima de los moribundos, insensibles a sus gritos pidiendo un
sorbo de agua, y registrando los bolsillos de los muertos en busca de
dinero, o incluso despojarlos de sus abrigos ensangrentados... Correspondencia de Karl Von Hodenberg. Regiment of Dragoons in the King's German Legion or KGL
Para
acabar, mencionar un hecho amable como fue la historia del capitán Harry
Smith, que salvó a dos hermanas de los atropellos soldadescos, casándose
con la menor, de 14 años, dos días después. El propio Wellington entregó la
novia, de nombre Juana de León. La joven esposa, siguió a su marido
en toda su carrera militar, por Europa, Sudáfrica e India. La biografía de lady
Smith es muy interesante.
Al
igual que hizo con Ciudad Rodrigo, una vez conquistada Badajoz, Wellington la
dejo en manos españolas, entregándola al entonces capitán general de
Extremadura, Juan José NIeto Aguilar, marqués de Monsalud. El
militar inglés, volvió con la mayor parte de su gente a su cuartel de Freineda,
en Portugal.
Día
9. Sorpresa de Arlabán.
Informado Francisco Espoz y Mina, del tránsito de un convoy francés
con prisioneros y riquezas, se trasladó con sus hombres desde el Alto Aragón
hasta las alturas de Arlabán, en Guipúzcoa, donde el año anterior ya había
atacado otro convoy. En algo más de 24 horas, recorrieron unos 80 km.
La
caravana francesa marchaba custodiada por unos 2.000 hombres. Mina y sus
hombres atacaron por sorpresa cuando el convoy descendía hacia el pueblo
de Salinas de Léniz, matando o hiriendo a unos 600 franceses,
capturando 150 prisioneros, haciéndose con un considerable botín, y con la
correspondencia del rey José. En la acción murió el secretario personal de José
I, Jean Deslandes, al bajarse del carruaje que lo
transportaba. Era portador de importantes documentos para Napoleón, entre ellos la renuncia de José I a la corona.
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Portada de Diccionario crítico-burlesco BNE |
Día
22. Fracasa el intento de reinstaurar la Inquisición. Con la libertad de prensa reconocida por la
Regencia, y recogida en la reciente Constitución, aparecieron en Cádiz gran
número de periódicos de varias tendencias políticas, junto con otras
publicaciones, panfletos y libelos.
Unos
de los escritos que causó mayor controversia fue el publicado por el
bibliotecario de las Cortes, Bartolomé José Gallardo, bajo el
título de Diccionario crítico-burlesco, un texto satírico,
anticlerical, de carácter liberal, como respuesta al Diccionario
razonado manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación
han nacido en España, atribuido a Justo Pastor
Pérez, diputado tradicionalista.
En los sectores conservadores de la
sociedad gaditana, la publicación dio origen a un movimiento proclive a poner
coto a la libertad de prensa, con el secuestro de la publicación, el
encarcelamiento de Bartolomé Gallardo, por orden de la Regencia, desde el 22 de
abril hasta el 16 de julio, y la propuesta en Cortes, del inquisidor de
Llerena, Francisco Riesco, para que se reinstaurase el Tribunal de
la Inquisición, pretensión que no pasó el dictamen previo para su debate y
aprobación.
Día
25. Acción de Muchamiel. Tras la
caída de Valencia, a los franceses únicamente les faltaba el sureste peninsular
para tener el control de toda la costa mediterránea, Alicante y Cartagena eran
claros objetivos de conquista, pero la pérdida de efectivos por la próxima
campaña rusa, y la falta de posibles refuerzos, por la incursión de las tropas
anglo-lusas en el oeste peninsular, impedían a los franceses acometer con
seguridad nuevas empresas.
Con
el fin de tantear la situación defensiva en Alicante, el mariscal Suchet
encargó al general Jean Isidore Harispe, una incursión en la zona,
para lo cual se valdría de las tropas acantonadas en la costa de Villajoyosa,
unos 1.200 hombres, y las ubicadas entre Castalla y Alcoy, con otros 2.200
militares.
La
posición militar de los españoles no era precisamente de las mejores. Las
recientes derrotas en Valencia, habían hecho confluir en el territorio del
sureste, restos de ejércitos y fuerzas poco consolidadas, que estaban en
proceso de reorganización y formación. Era responsable militar de la zona, el
brigadier José O'Donnell, si bien muy mediatizado por el general
anglo-irlandés Philip Keating Roche, que mandaba el principal
cuerpo de ejército, integrado por soldados españoles, pero equipados y pagados
por Gran Bretaña, y mantenidos por las autoridades locales. Para contener a los
franceses, Roche dispuso únicamente de unos 1.600 efectivos, y dos piezas
artilleras que no utilizó.
En
la madrugada del día 25, el contingente francés de Villajoyosa, al mando del
general Charles-Étienne Gudin, se puso en camino, llegando al cauce
del río Montnegre, donde tras intercambiar disparos con los puestos de
observación españoles, se dirigió con el grueso de sus tropas a Muchamiel,
guardando la posición en el cerro del Calvario.
Enterada
la guarnición alicantina del avance francés, el general Roche, decide salir al
encuentro con unos 1.590 hombres, que en esos momentos igualaban en número a
las fuerzas invasoras. Los españoles se despliegan en varias columnas, tratando
de cubrir un frente desde las cercanías del Palamó hasta la costa de San Juan,
y son conocedores de la marcha desde Jijona de las divisiones de los generales
Harispe y Meunier.
A
media mañana del día 25, las compañías del batallón de Chinchilla al mando del
coronel Cortés, acometen el alto del Calvario. La posición ventajosa de los
franceses hace necesario el refuerzo de más tropas, que finalmente consiguen
desalojarlos del cerro, y emprenden la retirada hacia Villajoyosa, pero
molestados por el batallón de voluntarios de Alicante, que les obliga a volver
sobre sus pasos hacia Muchamiel.
La
tardía llegada de las tropas de Harispe dan un vuelco a la situación,
presionando a las fuerzas españolas a replegarse hacia Alicante, siendo
acosados en su retirada por la caballería francesa. Las bajas de ambos
bandos entre muertos, heridos y desaparecidos, no debieron llegar al
centenar.
Los
franceses permanecieron unas horas frente a la capital alicantina, sin atreverse a intentar
un ataque, prevenidos del alcance y defensa de las baterías de la ciudad, por lo
que se retiraron hacia Novelda y Villajoyosa.
Mayo
Día
19. Acción de Almaraz (Cáceres). Las
comunicaciones de Andalucía con la Meseta Norte por el oeste, dependían del
paso sobre el río Tajo por Almaraz. Destruido en parte, el magnífico puente,
los franceses lo habían suplido por un pontón de barcas, y habían configurado
una línea de protección, con reductos defensivos en ambas orillas del río,
habían recuperado y reforzado el ruinoso castillo en el Puerto de Miravete, y construidos
bastiones al pie del mismo, en el camino real, única vía por la que podían
transitar los carruajes y los trenes de artillería.
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Esquema geográfico de la zona de Almaraz
Gom 2025
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Entre
los planes de lord Wellington estaba el impedir la comunicación entre las
fuerzas francesas en Andalucía, y el llamado ejército de Portugal del
mariscal Marmont, que maniobraba entre Salamanca y zonas fronterizas
portuguesas, y para ello era preciso anular el paso por Almaraz. La misión se
la encargó a sir Rowland Hill, quien partió de Almendralejo el 12 de mayo,
con parte de la 2ª división de infantería (dos brigadas británicas y una
portuguesa), un regimiento de caballería y escasa artillería. Una vez
cruzado el río Guadiana se le uniría una brigada de caballería portuguesa. En
total, unos 7.000 hombres. Para el éxito de la acción fue de especial ayuda la
aportada por el marqués de Monsalud, con su red de informadores, intendencia y
la colaboración de los habitantes de la comarca, (Campo Arañuelo).
En
la mañana del día 16, el ejército aliado llegó a Jaraicejo, con la intención de
atacar por sorpresa, al amanecer y a un tiempo, las fortificaciones de
Miravete, y los fuertes del río, el general británico dispuso el avance de las
tropas en tres columnas, la izquierda, bajo el mando del teniente general
Chowne, iría hacia el castillo de Miravete; el propio sir Rowland, con la
derecha, bajo el mando del mayor general Howard, evitando la ruta principal, y
siguiendo un mal sendero, pasaría por el pueblo de Romangordo hasta el puente;
y la del centro, bajo el mando del mayor general Long, por la carretera
principal, se dirigiría hacia el Puerto. La artillería iría con el centro, y
las dos columnas de los flancos marcharían provistas de escaleras, para escalar
los fuertes enemigos.
Debido a lo escabroso de los
caminos que habían tomado, las columnas de los flancos no pudieron alcanzar sus
respectivos puntos antes del amanecer, por lo que habiéndose perdido el factor
sorpresa, sir Rowland consideró mejor aplazar el ataque hasta conocer mejor la
situación, y características de las fortificaciones, ordenando parar el
despliegue y acampar en la sierra. Por otra parte, los franceses ya habrían
detectado la presencia de las tropas, y podrían haber pedido ayuda. Pese a
todo, la nueva situación fue un golpe de suerte, ya que, tras un reconocimiento
a la luz del día, se comprendió que tanto el castillo, como los fuertes
auxiliares del camino, debido a su peculiar situación, no podían ser tomados
sin un largo asedio.
Era preciso cambiar la táctica a
seguir, y sir Rowland, decidió centrarse en los dos fuertes que protegían el
paso de pontones sobre el Tajo. El llamado fuerte Napoleón, se situaba en la
orilla sur del río, disponía de torre, foso, y contaba con nueve cañones; el
fuerte de la orilla norte, conocido como Ragusa, era de menor entidad y contaba
con torre, luneta avanzada, y seis cañones. Entre el antiguo puente inutilizado
de Almaraz y el nuevo cruce de pontones, los franceses habían construido un
poblado, al que llamaron Lugar Nuevo, donde concentraron almacenes, establos,
corrales y depósitos de municiones. El total de la guarnición francesa sería de
unos 700 militares en los fuertes y 300 en el castillo. Era comandante en jefe,
el coronel Aubert, de origen piamontés.
Aunque el tiempo corría en su
contra, sir Rowland, no decidió hasta el día 18, afrontar un nuevo plan.
Amagaría un ataque al castillo, empleando la escasa artillería, y conduciría al
grueso de la infantería por un desfiladero conocido como Paso de la Cueva, y
lanzaría un ataque directo con bayoneta, contra los fuertes del río. El
destacamento seleccionado para este propósito fue la brigada de Howard,
reforzada por la brigada portuguesa de Ashworth, y acompañada por 20
artilleros, portadores de las escaleras, que debido a la dificultad del terreno
tuvieron que ser cortadas en dos. La ruta que había que seguir era muy
tortuosa, y aunque los fuertes estaban a solo 8 km, en línea recta, del punto
de partida, se tardó toda la noche en llegar, rezagándose la retaguardia. Un
campesino conocedor de la zona les guio, y tras largas horas de un abrupto
trayecto en la oscuridad, entre matorrales y piedras, el destacamento llegó a
la aldea de Romangordo, a unos escasos 2 km de los fuertes.
En la aldea los soldados descansaron, antes de reemprender la marcha.
Mientras, los franceses habían sido
advertidos de la presencia aliada, confiados en que no serían atacados hasta
que el paso del Puerto de Miravete, cuyas humaredas veían, no fuera franqueado
por la artillería británica.
Las tropas que se habían retrasado,
demoraban su llegada, y el general británico, impaciente de la espera, tomó la
arriesgada decisión de ordenar al ataque al fuerte Napoleón con los 900
hombres, disponibles en ese momento. Pasadas las 6 de la mañana, tres columnas
de soldados, salieron del abrigo que les ocultaba, y corrieron hasta los muros
de la fortaleza. Pese a la pronta respuesta de los mosquetes franceses
consiguieron colocar, no sin problemas, las escaleras que se habían quedado
cortas. La rápida incursión en el fuerte por tres puntos, debió confundir a los
defensores, que iniciaron una retirada que no pudo evitar el gobernador Aubert,
quien fue herido mortalmente en el ataque. Una parte de la guarnición intentó
refugiarse en el fuerte Ragusa, cruzando atropelladamente el pontón, y
perseguidos por los atacantes. En ese trasiego de un fuerte al otro se produjo
un trágico hecho. Por motivos no aclarados, el paso de pontones se descompuso,
cayendo a las aguas numerosos soldados, y pereciendo ahogados algunos de ellos.
Según unos, la atropellada incursión en el paso, desbarató las cuerdas y
amarres, según otros, el comandante del fuerte Ragusa, ordenó desarmar el
pontón, para impedir el acceso enemigo.
Dueños los aliados del fuerte
Napoleón, sus cañones empezaron el bombardeo del fuerte Ragusa, cuya guarnición
rehusó resistir, y emprendió la huida hacia Navalmoral. Restaurado el paso de
pontones, la otra orilla fue ocupada.
El balance de bajas, entre muertos
y heridos del ejército anglo-lusitano, fue de 189 combatientes; las de los
imperiales, incluyendo prisioneros, de unos 400 efectivos.
Tras apropiarse de los pertrechos y
municiones de utilidad, Hill mandó destruir los fuertes, el paso de pontones y
los almacenes del Lugar Nuevo, tras lo cual emprendió con sus tropas, el camino
de Trujillo, adonde llegaron el día 21.
Hoy en día, los restos de
mampuestos de los fuertes Ragusa y Napoleón, siguen dando testimonio de su
existencia, en el lugar de los hechos.
Días
22-25. Acción de Mina en Ormáiztegui y Segura (Guipúzcoa). En Navarra, País Vasco y zonas aledañas de Aragón y
Castilla, seguían las escaramuzas y encuentros de las tropas de Francisco Espoz
y Mina, contra los franceses, a los que les tenía tomada la medida.
Tras
la pérdida de Valencia, donde Mina se abastecía de municiones, mosquetes y
otros aprovisionamientos, el líder navarro tuvo que recurrir a los suministros
de la escuadra inglesa, que operaba en el Cantábrico. Hacia el 16 de mayo
organizó una expedición a la costa, mientras daba instrucciones a unos de sus
comandantes para desviar la atención francesa, desde la localidad de Estella.
En la población guipúzcoana de Segura, fue informado de la aproximación de un
convoy francés con artillería pesada, custodiado por unos 1.300 militares, bajo
el mando del barón D'Arquieu. La oportunidad de dar un golpe de mano al
enemigo, decidió a Mina a emprender una acción.
Mientras
que la infantería iniciaba la aproximación, por Ormáztegui, el lugarteniente de
Mina, el recién nombrado brigadier, Gregorio Cruchaga con cuatro batallones,
decidió atacar el convoy enemigo. Iniciado el ataque, una bala de cañón,
derribó a Gruchaga del caballo, causándole graves heridas en ambos brazos,
provocando el desconcierto de sus hombres, que aprovecharon los franceses para
contratacar. El aplomo de Cruchaga, que, aunque herido, exhortaba a sus tropas
a combatir, hizo que los navarros se rehicieran, empujando a los soldados galos
hasta más allá de Ormástegui. Aunque Cruchaga fue evacuado y curado, tuvo que
sufrir la amputación de un brazo y manos, que no pudo impedir la gangrena,
muriendo a finales de mayo.
Mina
pudo reabastecerse de municiones y fusiles ingleses, en Zumaya, y en los días
siguientes, tuvo varias escaramuzas con patrullas enemigas, siendo herido por
una bala en una pierna, en Santa Cruz de Campezo, que le obligó a retirarse una
temporada.
Día
26. Combates por el control del puente de Molins de Rey. Asegurar el paso por el puente sobre el río
Llobregat en Molins del Rey, era misión fundamental para los franceses, ya que
facilitaba la comunicación de Barcelona, con la Cataluña interior. El lugar
estaba custodiado por tropas del invasor, y era objetivo recurrente de los
partidarios y somatenes. En el mes de mayo, la guarnición barcelonesa se
dispuso a reforzar la defensa con la instalación de una batería de varios
cañones, cuyo montaje fue permanente estorbado por los españoles.
El
general Pedro Sarsfield, decidió dar un golpe de fuerza, y el día
26 sus tropas, ayudadas por el batallón de cazadores de José Manso,
libró combate en la zona, consiguiendo expulsar a los franceses, inutilizando
varios cañones, y causando unas 700 bajas al enemigo, entre muertos, heridos y
prisioneros.
Día
28. Acción de Tudela (Navarra).
El mariscal José Joaquín Durán, emprende con sus tropas un ataque
contra la guarnición francesa de Tudela, donde el enemigo almacenaba numerosas
piezas de artillería, municiones y armas. Los españoles atacaron en dos
columnas consiguiendo arrinconar a los franceses en la plaza de toros, de donde
fueron a refugiarse al castillo. Fruto de esta acción, fue la captura de varias
decenas de prisioneros, la puesta en libertad de algunos presos, la captura de
armas y provisiones, así como la destrucción de 18 cañones, armazones y
municiones.
Junio
Día
1. Acción de Bornos (Cádiz). Pensando
el mariscal Soult, comandante en jefe del ejército ocupante en Andalucía, que
el ejército aliado tenía intención de invadir el territorio que mandaba, ordenó
reforzar la línea del río Guadalete, fortificando la población de Bornos.
Guerreaba
en la zona, la división al mando del general Francisco López
Ballesteros, militar experimentado y capaz, pero poco dado a acatar órdenes
que no le satisfacían, y que actuaba con gran libertad e iniciativa propia.
Decidido
a dar un golpe a los invasores, marchó hasta las proximidades de Bornos, donde
se entabló una cruenta batalla, que, pese al éxito inicial de las fuerzas
españolas, acabó en tragedia por la habitual desbandada de la caballería
hispana, nada más entrar en combate.
La
aventura de Ballesteros, costó la pérdida de unos 1.500 hombres entre muertos y
prisioneros, muriendo en combate el comandante del Batallón de
Granaderos, Rafael Ceballos-Escalera Sánchez, que había contenido,
junto con sus hombres, el empuje francés.
Día
24. Las tropas francesas de Napoleón cruzan el río Niemen. Napoleón esperaba enfrentarse al ejército ruso
del zar Alejandro en las orillas del río Niemen, en la frontera actual entre
Lituania y Kaliningrado. Pretendía el emperador francés, librar una única gran
batalla, para obtener una victoria rotunda, que obligara al zar a negociar en
desventaja. Para lograrlo, había conseguido formar un gran ejército de unos
300.000 hombres, incorporando a los mejores regimientos, procedentes de todos
los países controlados por Francia, entre ellos España.
Los
planes del zar eran otros, y conociendo sus debilidades, no hizo frente a la
invasión en Niemen y dejó avanzar a Napoleón, quien tras vencer a los rusos en
Smolenko, Borodino y llegar hasta Moscú, el emperador francés y su ejército se
encontraron con la realidad del riguroso invierno, faltos de provisiones, por
la política de tierra quemada de los rusos, diezmados por las enfermedades, y
continuamente hostigados por los jinetes cosacos, al modo de las guerrillas
españolas, que obligaron a una pronta retirada de Napoleón hacia Francia, donde
su prestigio peligraba, y a una posterior, caótica y precipitada huida, del
resto de tropas napoleónicas, en diciembre de 1812.
Día
28. Toma de Salamanca. Tras la
recuperación de Badajoz, el grueso de las tropas anglo-lusitanas, acampó en
Fuenteguinaldo, en las proximidades de Ciudad Rodrigo, a la espera de nuevas
instrucciones de lord Wellington. Este proceder, junto algunos erráticos
movimientos de las fuerzas aliadas, hizo dudar a los mariscales franceses,
Soult en el sur, y Marmont en Castilla-León, sobre las intenciones del
generalísimo inglés, y su posible intervención en Andalucía.
Hacia
el 5 de junio, Wellington ya tenía tomada la decisión de atacar al llamado
ejército de Portugal del mariscal Marmont, y diseñado el plan de acción para
impedir o dificultar, que recibiera ayuda francesa de otras zonas de la
Península. Expulsar de Salamanca a los franceses era un primer paso.
Tras
la pérdida de Ciudad Rodrigo y Badajoz, la posesión de la ciudad, era del
mayor interés para los imperiales. Siguiendo instrucciones de Napoleón, el
mariscal Marmont había reforzado y convertido en prácticamente una ciudadela
militar al conjunto urbano, continuando la tarea destructiva que, durante los
tres años de ocupación, habían desarrollado sus antecesores. La mayor parte de
edificios universitarios y religiosos, habían sido demolidos, incendiados o
derribados con explosivos*. Para
mejorar las defensas, Marmont, mandó reforzar el fuerte principal que dominaba
el río Tormes, aprovechando el convento de San Vicente, y renovados los
reductos defensivos en los antiguos conventos de San Cayetano y La
Merced.
*La ocupación francesa de Salamanca
costó la pérdida de un inmenso patrimonio arquitectónico y cultural a la
ciudad. Trece conventos fueron destruidos, así como 22 de los 25 colegios
universitarios, entre ellos los afamados del Rey, de Irlanda, de Oviedo y de
Cuenca, así como la desaparición de obras de arte y ornamentos sagrados.
Auguste Marmont completó la devastación, derribando nuevos barrios para
despejar la línea y ángulos de tiro, desde las fortificaciones levantadas.
Para
conseguir sus objetivos, lord Wellington había conseguido reunir un numeroso
ejército de tropas británicas, portuguesas, y españolas, con unos 48.000
hombres*, incluyendo una potente
caballería de unos 3.500 jinetes. Pero su principal problema no era la falta de
recursos humanos, sino la falta de liquidez monetaria para poder sufragar los
gastos, y pagar a los soldados.
*La composición del ejército aliado, estaba formada por
unos 28.000 soldados británicos, 17.000 soldados portugueses y 3.000 militares
españoles de la división de Carlos de España.
A
su vez, Auguste Marmont esperaba contar con unos 50.000 efectivos, pero para
lograrlo, debía recibir auxilio de los cuerpos de ejército de otras zonas de la
España ocupada. Impedir esa ayuda y despistar a los mandos franceses, era tarea
que Wellington, encargó a españoles, y otras fuerzas británicas y portuguesas.
De momento, el mariscal francés únicamente contaba con unos escasos 25.000
combatientes, que fueron aumentando, en días sucesivos, hasta un total de unos
40.000.
Hacia
el 13 de junio el ejército anglo-portugués se puso en marcha, en tres columnas,
la izquierda bajo el mando de Thomas Picton, la del centro dirigida
por William Carr Beresford y la formación derecha, al mando
de Thomas Graham. La marcha transcurrió lentamente y acampó en las
orillas de río Tenebrillas, entre las poblaciones de Sancti Spiritus y
Tenebrón. Los días siguientes continuaron las etapas de avance, y hacia el día
16 llegaron a la vista de Salamanca. Para entonces, lord Wellington ya estaba
informado de que el grueso del ejército de Marmont había evacuado la ciudad, y
únicamente habían quedado las guarniciones de los fuertes de San Vicente, San
Cayetano y La Merced, con unos 800 soldados, y piezas artilleras.
Mientras
los franceses se retiraban hasta Fuentesaúco, evitando la confrontación directa
con los aliados, el grueso de las tropas de Wellington bordeaba Salamanca, y
acampaban en el frente nordeste, bajo el cerro de San Cristóbal en las afueras.
Dos regimientos acompañaron al general británico, en su entrada a la ciudad,
siendo recibido con general alegría por la mayoría de los ciudadanos, y con temor o tristeza por quienes habían confraternizado o trabajado para los
ocupantes, durante los 3 largos años de ocupación.
Con
el cuartel general dentro de Salamanca, manteniendo la vigilancia sobre los
movimientos de las tropas de Marmont, y cercados los tres fuertes, una
inspección detenida de las fortalezas, hizo comprender a Wellington de que no
venían preparados con suficiente artillería para acometer un asedio rápido y
ganador. En la misma noche de la ocupación, empezaron los trabajos para
preparar una batería, para poder bombardear el fuerte de San Vicente, tarea que
quedó inconclusa por los continuos disparos de los franceses, desde la
fortaleza.
Finalmente,
en la madrugada del día 19, quedó terminada la batería principal, y comenzaba
la instalación de otras dos. Los cañones y obuses disponibles iniciaron los
bombardeos contra el fuerte de San Vicente, con resultados poco efectivos. En
la mañana del día 20, llegaron desde Elvas obuses más potentes que sustituyeron
a los existentes, y los cañones fueron cambiados de posición, logrando causar
importantes destrozos en la muralla y en la cubierta del edificio. Un nuevo
error de cálculo, paralizó los bombardeos, cuando el día 21 empezaron a faltar
municiones. El nuevo abastecimiento de pólvora y balas no llegaría hasta el día
26, procedentes de Almeida.
Mientras
sucedía el asedio a la fortaleza principal de San Vicente, el mariscal Marmont
había iniciado una marcha desde Fuentesaúco. El día 20 sus tropas se
aproximaron a las posiciones del ejército aliado, teniendo lugar varias
escaramuzas durante los dos días siguientes, sin mayores consecuencias. El
mariscal francés no se decidía a plantear batalla abierta, y el general inglés
no tomaba la iniciativa de un ataque en toda regla, en el que tenía muchas
posibilidades de triunfar.
Hacia
el día 23 de junio, los franceses se habían replegado hasta Aldearrubia,
esperando los refuerzos del Ejército del Norte, que debía enviar el general
Caffarelli, para disponer de suficientes fuerzas para poder librar batalla
en igualdad de condiciones.
El
asedio a los fuertes continuaba, pero la falta de municiones para los cañones,
hizo que Wellington programase el asalto a uno de los reductos menores. Sobre
las 10 de la noche del día 23, unos 400 hombres, al mando del general Bowes,
intentaron sin éxito, escalar el fuerte de San Cayetano, con el trágico
resultado de sufrir un tercio de bajas, entre ellas la del propio general
Bowes.
Tras
la llegada de municiones, en la tarde del día 26, se reanudaron los bombardeos,
desde tres posiciones, sobre el reducto de San Cayetano y el fuerte de San
Vicente, empleando balas de cañón al rojo vivo, que produjeron numerosos
incendios. En la mañana del día 27, el estado de los fuertes era muy precario,
y Wellington ordenó un segundo asalto a San Cayetano. Momentos antes de
efectuar el asalto, los sitiados enarbolaron bandera blanca, pidiendo, una
tregua de dos horas para consultar al gobernador, en el fuerte de San Vicente.
Wellington concedió cinco minutos, tras los cuales se produjo el asalto y la
rendición, sin apenas oposición, de los defensores.
Casi
al mismo tiempo, también apareció una bandera blanca en el fuerte principal, y
su gobernador, el teniente coronel Duchemin, planteó una tregua de tres horas,
y las condiciones de rendición. Wellington se negó a la propuesta, y el fuerte
de San Vicente, fue tomado al asalto, sin resistencia. Unos 600 franceses
fueron hechos prisioneros, y capturadas gran cantidad de municiones, armas,
vestuarios y pertrechos. Los fuertes fueron demolidos, y las armas quedaban en espera, de la trascendental batalla que tendría lugar en el mes de
julio, entre franceses y aliados.
Continúa en cap. 22 (Pdte.)
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Real Academia de la Historia
Instituto de Historia y Cultura Militar
The Napoleon Series